Capítulo IV

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Luego de comer con papá y en un gesto inconsciente, discretamente saqué la pequeña botella de plata que resguardaba oculta aquella bebida vikinga tan particular. Yo sabía que, por haberla probado sin recato por primera vez, sus poderes me habían hecho perder el conocimiento. Pero sus efectos mágicos y poderosos me seducían en secreto. Deseaba volverlos a sentir ansiosamente. Alteraban de tal forma toda mi realidad que era imposible resistirse. Por lo que esta vez solo tomé un sorbo.

Mis sentidos se afectaron paulatinamente, todo a mi alrededor empezaba mágicamente a transformarse y contemplarlo me hizo esbozar una sonrisa tonta que solo papá, desde el otro lado de la mesa, pudo notar.

—¡Hagamos un brindis por nuestra capitana! —Saltó a decir el capitán Morgan, alzando su tarro y levantándose convencido que los demás que nos acompañaban le secundarían.

—¡Salud! —Gritaron a coro.

—¡Por la Viuda Roja!

—¡Porque regresó con un apuesto pretendiente de Irlanda!

—¡Salud!

Yo alcé también mi tarro y sonreí buscando a papá frente a mí, pero el hombre que estaba sentado frente a mí no era mi padre, sino un hombre apuesto, totalmente distinto. Vestía atuendo de pieles y lucía regios tatuajes en sus brazos y cuello. Era sumamente alto y fornido. Intimidaba apenas con su presencia, por su imponente figura. En su espalda llevaba colgada una formidable espada. Su empuñadura estaba labrada con extraños signos rúnicos. Al pasear mi mirada por la mesa en la que nos encontrábamos, me percaté que ya ninguno de nosotros éramos un grupo de piratas; la tripulación del «Corsario Negro» se había transformado en mi mente en una ancestral celebración vikinga.

Nuevamente sonreí.

Solo las antorchas y su ambarina luz seguían alumbrando la escena como una constante. Todo lo demás desapareció. Dejamos de estar en el comedor del «Corsario Negro». Lo primero que empecé a sentir fue el cambio en mi apariencia. Ya no llevaba puesto el femenino vestido que había comprado con Nancy y Ryan. Mis cabellos rojizos los tenía finamente trenzados en clinejas, mis ropas que eran ahora de pieles y cuero animal, me resguardaban de un inclemente frío que se sentía amenazante y pesado a nuestro alrededor. Noté que mis brazos y dedos estaban decorados con diseños típicamente nórdicos. Y al buscar mirar mi rostro a través del reflejo de la bebida que contenía un grueso cuerno que ahora sujetaba en mi mano derecha, supe que mi rostro y cuello estaban también decorados con sendos tatuajes de un color azul oscuro con diseños de hojas y símbolos abstractos. Mis ojos resaltaban mucho más por tenerlos ahora delineados con un fino maquillaje.

—¡Skol! —Grité.

—¡Skol! —Fue la respuesta a coro que recibí.

Valkirias y SirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora