Al pisar tierra irlandesa y comenzar a explorar con tranquilidad el condado de Cork, me fui sintiendo muy a gusto. Se percibía una grata libertad entre los lugareños. Nancy me presentó a su acompañante enamorado. Su nombre era Ryan, Ryan Heward Cortés. Su padre resultó ser un irlandés de origen escocés quien en su juventud había conocido a una moza española de quien Ryan heredó sus raíces hispanas.
El comportamiento ensimismado de aquel marinero se había transformado radicalmente. No paraba de darnos reseñas y contexto de cada lugar hacia el que miráramos.
—¡Miren! ¡Aquellos campos de allá fueron mi lugar favorito para cazar y disfrutar a mis anchas cuando era niño!...
Ryan mantuvo la mirada fija y embelesada durante unos instantes en dirección a unos preciosos campos llenos de cultivos que estaban sembrados en un valle tranquilo y evocador. Habíamos conseguido un sencillo carromato tirado por un robusto caballo Shire color castaño, grande y musculoso. Sus gruesas patas tenían esos flecos blancos característicos que recubrían sus cascos. Arrastraba con ligereza nuestro rústico vehículo con elegancia y distinción. Ryan llevaba las riendas, Nancy y yo íbamos sentadas a cada uno de sus costados.
Fuimos de paseo. Cada vez se fue haciendo más evidente la buena química entre nosotros. Ryan resultó ser un hombre ingenioso e inteligente, cordial y sincero. Fui entendiendo el por qué mi colega y socia se sentía tan atraída hacia él. «Debe recordarle a su esposo sin dudas», pensé. Pero más adelante descubrí que estaba equivocada: Ryan era todo lo opuesto al desdichado pescador fallecido, padre de los cuatro hijos que los españoles le habían arrebatado a Nancy pocos años atrás.
Ryan era intrépido, valiente y muy seguro de sí mismo. Pero nunca alardeaba delante de nadie estas cualidades. Se notaba que le agradaba dejar a Nancy su espacio, su sitial. Eso hacía que la «viuda negra» ganara una confianza plena que ahora exteriorizaba y le hacía brillar. Había dejado de ser «la mujer del pescador».
—¡Creo que es momento estupendo para invitarles el mejor almuerzo que hayan probado jamás!
Ryan volteó hacia ambas con caballerosidad, esbozando por primera vez una franca sonrisa que casi hizo que nos ruborizáramos. Parecía increíble lo galante y seductor que podía resultar ante nosotras. Nancy se dio cuenta enseguida, alcanzando a guiñarme un ojo de manera fugaz. Ryan tenía el encanto y la elocuencia de un verdadero príncipe. Y tal afirmación se hizo más notoria cuando nos hicimos de nuevas y elegantes ropas que adquirimos en un almacén cuyo dueño conocía desde niño a la familia Heward.
—Tan importante ocasión merece el mejor de los atuendos. —Comentó Ryan al bajarnos del carromato.
Al despojarnos de nuestra deslucida indumentaria, supimos que nadie podría ya reconocernos. Habíamos dejado de parecer tres piratas forasteros.
—¡Damas, lucen preciosas!
—¡Y a usted señor ese traje le sienta de lo mejor!... ¿No lo crees así, Marie?...
—Ya que me lo consultas, estoy de acuerdo contigo. —Y le devolví el mismo guiño a Nancy lo más disimulada que fui capaz.
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Valkirias y Sirenas
Cerita PendekUna aventura épica que entrelaza piratas con vikingos.