La Confederación de los Hermanos de la Costa cumplió su palabra; un modesto bergantín atracó en nuestra isla aquella tarde. Tanto Nancy como yo estábamos visiblemente emocionadas. Prometimos celebrar cuando ya estuviésemos en alta mar con el tesoro apilado en la bodega, por lo que aquella noche nos acostamos temprano y sobrias. Al amanecer del día siguiente zarpamos rumbo a la isla de la Tortuga. Tanta buena fortuna me hacía sentir incómoda. La obediencia de esa peligrosa tripulación era producto del trato acordado: La mitad de mi tesoro se lo quedarían ellos. A cambio, todos nos regresaríamos en ese mismo barco a Europa.
Y así fue. Logramos penetrar discretamente hasta La Tortuga, disfrazados de mercaderes comunes. Esta vez mi apariencia física era radicalmente muy diferente a la retratada en los escuetos carteles en busca de mi captura. En el ambiente general de la isla flotaba una total tranquilidad. El tránsito comercial había aumentado, al compararlo con mi última visita.
—¿Es posible que los hombres de Santander estén en la isla?... —Le pregunté a Nancy solapadamente, mientras caminábamos por unas estrechas callejuelas; algunos cascos de caballo traqueteaban la tierra, su sonido se entremezclaba con el murmullo de los transeúntes.
—Tal vez no. Ya ha pasado algo más de un año. Se deben haber aburrido de tanto esperarte. —Su sonrisa socarrona me hizo hacerle una mueca y sacarle la lengua.
La estrategia para ir donde estaba enterrado el tesoro, era llegar a un punto bastante cercano y pernoctar ahí. Luego, aprovechando que era fin de semana, esperaríamos a la hora en que prácticamente toda la población de La Tortuga estaría más borracha y cansada porque «casualmente», en la cantina se daría una gran celebración en donde no faltaría abundante bebida, exquisita comida, música en vivo y prostitutas a granel para todos los asistentes.
Si bien no fue un plan perfecto, logramos subir a bordo de «Corsario Negro» todo nuestro tesoro. Hubo uno que otro renegado que estando en el momento y lugar equivocados, debimos despachar. Pero, tal como lo habíamos planeado, una vez que zarpamos de ahí y nos dirigimos de forma estable dirección noroeste, rumbo a Europa, imitamos aquella bacanal en nuestro barco pirata, incluyendo algunas prostitutas de nuestra confianza, con la única diferencia que solo dos mujeres formábamos la atracción principal de aquella gran celebración, y no por ofrecerles favores carnales, sino por haberles otorgado grandes riquezas y poder a cada miembro de la tripulación.
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Valkirias y Sirenas
Short StoryUna aventura épica que entrelaza piratas con vikingos.