—¡Bravo hija! ¡Lo has logrado!
Al buscar ubicar el rostro de aquella voz, me sentí incómoda e inquieta. Todo a mi alrededor era oscuridad, densa y desagradable.
—¿Mamá?...
Una mujer elegante y delgada apareció frente a mí. La densa bruma era como una gruesa cortina que ella logró atravesar con suma facilidad. Su rostro era impresionante, muy hermoso, pero sombrío al mismo tiempo.
—Has logrado luego de varios siglos cumplir con los designios de los dioses.
—A penas lo puedo entender. Acabo de asesinar a un hombre que acababa de conocer y en un instante tenía todas las razones en mi mente. ¿Era mi hermanastro, cierto?...
—Sí, lo era. Erik fue el peor enemigo que tuvimos durante dos generaciones. Sus guerreros habían primero dado muerte a tu padre, el rey Aydan y luego buscaron por todos los medios acabar contigo y con tus dos hermanas. Los dioses me sacrificaron para poder ayudarlas, aunque ustedes creyeron que había sido el mismo Erik quien había ordenado mi ejecución.
—¿Y no fue así?...
—No hija. Los dioses siempre intervienen, cuando se cumple el pacto. Estar yo en el inframundo fue el trato para que tu padre, quien Erik lo había condenado a estar aquí injustamente, por darle una muerte no honorable y maldecirlo, pudiese ir al Valhala. La hermana de Odín, Hella, es tremendamente poderosa y persuasiva.
—¿Y tú te sacrificaste por el alma de mi padre?...
—Sí. Aunque al principio me negué a aceptar semejante acuerdo.
Luego pude entender que estando acá, asesorada por la diosa de la muerte, podría usar todos esos recursos a mi favor. Solo era cuestión de tiempo.
—¿Y vengar a papá era únicamente tu plan?...
—Vengarlo y liberarlas a ustedes tres. Transformarlas.
—¿Y cómo? ¿En qué?...
—En valkirias. En diosas del destino.
Desperté.
Todo a mi alrededor estaba caótico y a oscuras. Aparentemente habíamos hecho un gran desmadre en el comedor del «Corsario Negro». Y todos estaban pasando la mona, dormidos unos sobre otros. Los platos y los restos de comida estaban ya merodeados por hambrientas ratas.
Me retiré a mi camarote y me quité el ornamentado vestido de lady. Me volví a calzar mis botas militares y los pantalones que generalmente usaba cuando me disponía a realizar mis fechorías. Me puse una holgada camisa con volantes en sus mangas y cuello. Luego me coloqué encima un grueso sobretodo. Tomé mi sombrero de ala ancha y antes de volver a salir, busqué la pequeña botella de plata oculta en mi vestido. La guardé en mi solapa. Cuando estaba junto a mi caballo Shire, la abrí y volví a tomar un sorbo.
Subí al semental. Lo espolié y el caballo arrancó veloz. Me fui de vuelta a la hostería. Pero, me perdí. Bajo los efectos de ese brebaje alucinógeno, no estaba en lugares comunes. Sería por eso que no me era posible dejar de experimentar con esas sensaciones. Internamente las disfrutaba muchísimo.
Ya no era solo Marie Reeves, «La Viuda Roja», era también Birgit, hija de la reina Eleonor, princesa del norte. Al mirar los enrevesados tatuajes de mis dedos y brazos, lo pude comprobar.
Nevaba copiosamente.
Del austero paisaje blanco aparecieron Agnete y Noah. Junto a ellas estaban dos intimidantes y enormes perros lobos.
—Hola Roja. —Dijo mi hermana mayor Agnete, quien tenía un venado recién cazado sobre sus fornidos hombros.
—¿Qué has conseguido cazar tú, ah?... —Me soltó sin saludar, Noah la benjamina. Traía amarradas de las patas una cuantas perdices muertas en un fajo.
—Al mirar de nuevo mi montura, me di cuenta que llevaba armas vikingas conmigo, pero ninguna presa.
De la nada un enorme oso saltó sobre Agnete y Noah. Sus perros lobos reaccionaron de inmediato atacándolo por los costados, pero detrás de aquella bestia salvaje apareció un grupo de berserkers.
Sangre y vísceras se esparcieron a nuestro alrededor. Fue casi surrealista. La batalla se inició a partir de aquella emboscada. Eir y Liv, los perros lobo de mis hermanas, fueron fulminados por el ataque sorpresa. Grité y desmonté de inmediato, buscando respaldarlas. Casi en simultáneo fueron masacradas por aquellos feroces vikingos que vestían las propias pieles de osos y lobos. Gritaban y salpicaban saliva gruñendo como poseídos. Alcé mi espada y logré agacharme para tomar con mi otra mano el hacha que empuñaba inerte mi hermana Agnete. Las lágrimas brotaban espontáneas de mis ojos.
—¡Acaben con esa también! ¡Muerte a las hijas del rey Aydan!
En una acción desesperada, con el hacha logré bloquear el que pudo haber sido un golpe fulminante. Luego otro y otro. Los ataques todos estaban dirigidos a mí. Usaba la espada y el hacha para bloquear las bestiales arremetidas. En eso, sin yo poder explicarlo grité a todo pulmón, invocando a mi salvador:
—¡Magnus!
Del caos surgió un tercer y más intimidante perro lobo.
—¡Destroza sin piedad a estos hijos de puta! —Le ordené. Las heridas que recibía me debilitaron de a poco; y es que luchar yo sola contra esos guerreros era una batalla perdida. Sin embargo, pude ver como los ataques de Magnus eran tan brutales como los de aquellos salvajes berserkers.
«No estás destinada a morir Birgit».
Alucinaba por estar moribunda o aquella voz en mi cabeza era un cruel consuelo ante lo inevitable.
Caí finalmente vencida al duro y húmedo suelo nevado, sintiendo el frío abrazo de la muerte.
Al abrir los ojos me di cuenta que estaba junto a mis hermanas Agnete y Noah. También nuestra madre Eleonor nos acompañaba. Ella nos vio con ternura, pero se mantuvo muda, ya que la propia reina del inframundo, Hella, apareció tras sus espaldas expresando:
—El pacto se ha cumplido Eleonor.
—Sí, mi señora, gracias a su intervención divina. —Respondió servilmente mi madre.
—Tus tres hijas son ahora valkirias. ¡Qué rindan honores a mi hermano Odín, y a mi reino, cuando corresponda!
—¡Así será!
Volví a cerrar los ojos.
Sentí que eso que llamamos tiempo, transitó sobre mí de forma súbita. Cuando un dolor en mi vientre y en mi vulva me estremecieron al límite. Ahora sudaba a mares y el calor me sofocaba.
—¡Puja Roja, tú puedes! ¡Puja! ¡Falta poco...! ¡No te rindas ahora!...
Estaba pariendo.
No a una, sino a tres criaturas. La noche apasionada junto a Nancy y su conquista, Ryan Heward Cortés. El hombre que me había embarazado, había fallecido junto a Nancy luego de no poder hacerle frente a una emboscada de algunos hombres irlandeses que ambicionaban apoderarse de nuestro tesoro.
Las niñas lloraron a coro, sanas y saludables, tal como lo había prometido su abuela, la reina Eleonor.
Yo morí luego del parto. Y fui a reunirme con los dioses. Esa noche habría un gran banquete. Las puertas del Helheim y el Valhalla se abrirían en simultáneo por primera vez.
«Tres vidas a cambio de otras tres».
FIN
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Valkirias y Sirenas
Historia CortaUna aventura épica que entrelaza piratas con vikingos.