Thomas

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Thomas, que hasta ahora había estado sentado con su mirada perdida en el plato de sopa, comenzó a moverse. Sus movimientos eran lentos, pero había algo inquietante en la forma en que se levantaba. Mia sintió una punzada de miedo cuando vio que se acercaba, su mirada fija en ella, como si estuviera analizando cada detalle de su rostro, cada movimiento, como un depredador observando a su presa.

—Hermosa... —murmuró Thomas, acercándose cada vez más, con los ojos entrecerrados y una sonrisa extraña en los labios—. Muy... hermosa.

Mia, con el corazón en la garganta, se mantuvo inmóvil, intentando no mostrar miedo. Sabía que cualquier signo de debilidad podría desencadenar algo en ellos, y tenía que ganar tiempo, rezando porque el equipo estuviera en camino. Mientras Thomas la rodeaba como un animal acechante, notó que Kevin empezaba a fruncir el ceño, sus ojos centrándose en los movimientos de su hermano.

—Thomas, ya está bien —dijo Kevin con una voz tensa, dando un paso hacia ellos—. No es para ti.

El tono posesivo de Kevin, junto con los celos visibles, llenó el ambiente de más tensión. Mia sabía que estaba en una situación peligrosa y que debía actuar con cuidado. Respiró hondo y habló, manteniendo la voz calmada y confiada, aunque por dentro el miedo la estaba desgarrando.

—No pasa nada, Kevin. Thomas solo está... curioso, ¿verdad? —dijo Mia, intentando suavizar el ambiente—. No hay necesidad de ponerse nervioso. Estoy aquí contigo.

Intentaba mantener la conversación lo más neutral posible, intentando desviar la atención de las emociones descontroladas de ambos hombres. Notaba cómo Thomas seguía mirándola con esa sonrisa torcida, mientras Kevin la observaba con una mezcla de posesividad y celos. Era crucial que no perdiera el control de la situación.

—No es para ti, Thomas. Ella es especial. No como las demás —repitió Kevin, acercándose a su hermano, pero con los ojos clavados en Mia.

Mia contuvo la respiración por un segundo. Por un momento temió que ambos pudieran hacerle algo que ni siquiera quería imaginar.

Thomas se detuvo a solo unos centímetros de Mia. Su mirada seguía siendo incómoda, fija en ella como si no fuera una persona, sino un objeto que estaba intentando descifrar. Las gotas de agua que resbalaban por su cabello mojado caían sobre su camisa arrugada, mientras sus dedos temblorosos se movían, como si no supiera si debía tocarla o mantenerse a distancia.

—Hermosa —volvió a murmurar, su voz enronquecida, casi sin aliento.

Mia tragó saliva, intentando mantener la calma mientras una sensación de pánico la recorría. Había enfrentado situaciones peligrosas antes, pero nada como esto. Aquí no había reglas, no había límites claros. Los hombres frente a ella estaban fuera de control, uno por su mente rota y el otro por su obsesión retorcida.

—Thomas, escucha, no pasa nada —dijo suavemente, intentando acercarse emocionalmente a él sin asustarlo—. No tienes que hacer nada que no quieras. Yo no voy a hacerte daño, lo sabes, ¿verdad?

Thomas ladeó la cabeza, su sonrisa se desvaneció, y por un segundo Mia creyó haber visto algo de duda en sus ojos. Pero entonces Kevin dio un paso al frente, empujando a su hermano ligeramente, con un gesto de irritación.

—Ella es mía —espetó Kevin, con los ojos enrojecidos y la mandíbula apretada. Había un brillo peligroso en su mirada, uno que Mia reconoció al instante: celos. No era solo miedo lo que estaba sintiendo, ahora era claro que Kevin no estaba dispuesto a compartir ni la más mínima parte de su fantasía retorcida—. ¡No la toques! —añadió, en un tono que claramente marcaba el territorio.

Mia, sintiendo la tensión en el aire, sabía que debía intervenir antes de que las cosas se salieran de control. La situación estaba al borde de la explosión, y cualquier paso en falso podría hacer que la agresión se desatara de la peor manera posible.

—Kevin, escúchame —dijo con una voz calmada y baja, manteniendo el contacto visual con él mientras intentaba bloquear el miedo creciente—. No hay razón para que esto se convierta en algo feo. Sé que Thomas te pidió ayuda, que no es malo, solo ha tenido una vida... diferente. Yo lo entiendo.

Kevin parpadeó, como si esas palabras lo sacaran por un instante de su burbuja de ira. Mia aprovechó ese momento, aferrándose a cualquier oportunidad de razonamiento que pudiera tener con él.

—Mira, has hecho todo esto por tu hermano —continuó Mia, intentando mostrarle una salida que no implicara violencia—. Le has dado una vida que de otra manera no habría tenido. Has hecho todo lo que podías. Pero no tiene que ir más allá. No tienes que seguir este camino.

Por un instante, las palabras parecieron llegar a Kevin. Su postura se relajó levemente, sus hombros cayeron y el brillo peligroso de sus ojos se apagó un poco. Pero entonces, Thomas se movió de nuevo, acercándose una vez más a Mia, olisqueando el aire como si estuviera tratando de captar su esencia.

—Ella huele... diferente —murmuró Thomas, ignorando por completo la presencia de Kevin.

Kevin, inmediatamente, volvió a tensarse. Era como si cualquier rastro de lógica se esfumara al ver la cercanía de su hermano con Mia. El odio volvió a nublar su juicio, y Mia sintió cómo la temperatura de la habitación bajaba. El peligro aumentaba a cada segundo que pasaba.

—¡No! —gritó Kevin, empujando bruscamente a Thomas hacia un lado, haciendo que su hermano cayera sobre una silla destartalada—. ¡No toques lo que es mío!

Thomas no pareció inmutarse. Su risa suave, casi desquiciada, llenó el aire. Parecía que el rechazo no lo había afectado en lo más mínimo, como si estuviera acostumbrado a ser tratado de esa manera. Pero a Mia no le pasó desapercibido cómo, incluso en el suelo, Thomas la seguía observando, sus ojos llenos de algo que no podía definir, pero que le helaba la sangre.

—Tú no entiendes, Kevin —respondió Mia, con una valentía que ni ella misma sabía de dónde estaba sacando—. No soy tuya. Y si quieres ayudar a Thomas de verdad, si realmente lo amas, entonces déjalo ir. Esto... todo esto no lo está ayudando. Le estás haciendo más daño del que crees.

Kevin titubeó. Su respiración se volvió más rápida, como si estuviera luchando consigo mismo. Mia podía ver la batalla interna que se desarrollaba en su mente, la lucha entre la razón y la locura.

—Yo... yo no quería hacerle daño a nadie —dijo Kevin en voz baja, casi como un niño que está a punto de confesar algo prohibido—. Pero cuando vi lo feliz que era... cuando supe que había matado a alguien... pensé que quizás... quizás eso era lo que él necesitaba.

Mia sintió una mezcla de repulsión y tristeza al escucharlo. Kevin no era solo un hombre perturbado; estaba atrapado en una red de autoengaños y justificaciones retorcidas que lo habían llevado a cruzar líneas impensables.

—Y entonces, cuando secuestró a esa primera mujer... —Kevin continuó, su voz temblando—. No pude evitar pensar en ti. En como había estado años cerca de la única mujer que valía la pena y... ella me veía solo como a un compañero de trabajo.

Mia, conteniendo el pánico que amenazaba con superarla, sabía que la situación estaba fuera de control. Cada segundo que pasaba aumentaba la posibilidad de que Kevin se volviera completamente impredecible. Y Thomas, sentado en el suelo con esa sonrisa inquietante, solo añadía más inestabilidad al momento. Tenía que mantener la calma, ganar tiempo, rezar porque el equipo llegara pronto.

Pero en el fondo, una parte de ella temía que no llegaran a tiempo.

Mentes Criminales: La hermana de Reid (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora