Entré a mi habitación dejando mi mochila en el suelo, alcé mis brazos haciendo tronar mi espalda lo que me hizo relajar.
Me quité mi camisa rayada y entré al baño a lavarme los dientes antes de bañarme.
Mientras me cepillaba ví mi largo cabello cubrir parte de mi rostro. Pasé mis dedos suavemente por mis patillas y decidí ir a la peluquería para darme otro retoque sin que me corten la parte de arriba.
Me peiné con mis dedos hacia atrás logrando un peinado de roquero. Los centímetros comenzaron a salirse de control, pero aún así, no tenía intenciones de dejarme contar ni un mechón de mi cabello.
Escupí y me enjuagué con agua de la llave, quedando con un suave aroma en mi boca. Limpié mi barbilla con una toalla blanca y ubiqué cada objeto personal en su lugar.
Llevé mis manos a mi cintura masajeando la parte baja de mi espalda que estaba maltratada por las horas que estuve sentado en las gradas.
Horas es las que no dejé de mirar aquel cuerpo prohibido que me calentó la sangre. Me sentí incómodo durante todo el entrenamiento, avergonzado por esa atracción que tuve hacia un hombre mayor y me pregunto: ¿Esto se puede curar?
Me gustaría creer que existe una pastilla que te cure de las atracciones hacía tu mismo sexo; pero no existe, ni en éste mundo ni en el más allá.
No me queda más que vivir con esto y no perder la esperanza de que algún día, estas atracciones, desaparezcan.
Suspiré frustrado.
Bajé el cierre de mi pantalón, metí mis dedos bajo la goma de mi bóxer y me quité las dos prendas juntas. Sentí dolor por las marcas que la goma nueva dejó en mis caderas, las marcas rojas ardían por mi tacto; busqué entre mis productos de aseo una crema para el ardor y me la apliqué.
Salí del baño esperando el tiempo de acción de la crema, desnudo y pegajoso. Dí vueltas alrededor de la alfombra impaciente, con las manos en la cintura.
Recordé el gusto por la decoración de la mamá de Oswaldo y me dieron ganas de hacerle algunos cambios a mi habitación; talvez un cambio de pintura y una alfombra más grande haría una gran diferencia en un espacio tan amplio.
Lo único que hay en mi habitación es mi cama, al lado mi mesita de noche que tiene una lámpara, la alfombra al pie de mi cama, los pósters en el rincón a la izquierda y en mi puerta una foto de mis hermanos: Santiago y Yésica.
Me perdí un segundo en ese recuerdo impreso y desgastado, la foto más antigua que conservo; las otras fotos de ese día las tiene mi mamá en un álbum en la biblioteca de su habitación; ella ama leer, pasa días enteros comiéndose los libros y por eso casi no se ve rondando por la casa.
La imagen de aquel día se movía como agua en mi cabeza haciéndome reír de todo lo que disfruté junto a mis hermanos... Antes de descubrir lo que realmente es Santiago Marqués lo cual me decepcionó mucho y me hizo perder el gran respeto que le tenía de niño.
Tenía solo nueve años cuando descubrí aquella bolsita dentro de su mochila y desde entonces guardé silencio y traté de fingir respeto por él; pero luego de unos años, fué imposible seguir con eso y exploté contra él... Y desde entonces me detesta, porque soy el único que sabe su verdad y eso hace que su conciencia no descanse ni un solo segundo.
Quité la foto de mi puerta y la ví con sentimiento, pasé mis dedos por los rostros de mis hermanos y la estrellé contra la puerta sacando ese recuerdo de mi mente... No por siempre, ese recuerdo siempre estará en mi corazón.
Volví al presente en un parpadeo y como aún seguía desnudo frente a la puerta corrí de puntillas al baño para terminar de asearme.
...
Bajé las escaleras y doble yendo a la cocina por un vaso de leche caliente.
La casa estaba oscura y los rayos iluminaban todo el pasillo, había tormenta, el sonido de los árboles golpeando el techo de la casa me puso en alerta.
Salí a la terraza encontrándome con la tormenta agresiva golpeando las paredes de madera; caminé descalzo hacia adelante, llegué al barandal de madera y me senté sujetándome de una de las varillas.
Me encogí por el frío que en ese momento, me cubrió con sus enormes brazos dándome una sensación de malestar y deseo de calor corporal.
Por fuera estaba caliente como un pan recién salido del horno; por dentro estaba frío como si mi corazón hubiera sido reemplazado por un trozo de hielo.
Pensando en pan me acordé del vaso de leche caliente y entre risas y temblor fuí a la cocina con la lengua seca.
Encendí la luz encontrándome con el rostro de Santiago que no me exaltó en lo más mínimo; tuve la sensación de que iba a aparecer y así fué. Salió detrás de la pared y se atravesó en mi camino, con los brazos cruzados y la nariz roja; no me dí cuenta de eso hasta que se rascó la nariz e hizo ese sonido espantoso como el de un motor averiado.
Verlo en ese estado dejó de sorprenderme... Ya me acostumbré a verlo así... Como un zombie en todos los sentidos: maloliente, sin color, con los ojos grises, el color de las venas, las frases incoherentes, el caminar y la sombra oscura cubriéndolo por completo.
—¿No te da vergüenza? —En vez de sentir rabia, sentí pena por él.
Balbuceó unas palabras a medias y buscó acercarse a mí para apoyarse en mis hombros; me aparté decepcionado, tambaleó cayéndose quedándo de rodillas frente a mí.
—Si papá te ve así te va a matar, imbécil... —No pude contener las ganas de darle un golpe en la cabeza —¿Volviste a mezclar alcohol con esas cosas, cierto? —Traté de levantarlo por los brazos —¡Coopera, sinvergüenza!
Logré ponerlo de pie, quise apoyarlo en la pared y en el intento, su peso me derribó y paramos en el suelo de lado golpeándonos con la orilla del marco de la puerta.
El ruido coincidió con el trueno que azotó la casa; los ruidos se unieron creando un estruendo que hizo vibrar el piso de madera.
Me recosté en la pared adolorido sobándome el brazo derecho —¡Otro moretón por tu culpa! —me dejé caer rendido.
—Yo no te estoy pidiendo que me cuides —señaló mirándose a si mismo, bajó la cabeza rendido y exclamó: —¡Tú! —extendió su brazo y me golpeó en el pecho dejándome confundido.
Ignoré sus palabras y intenté de nuevo, levantarlo para llevarlo a su habitación... Pero cuando me iba a levantar, oí que alguien bajaba las escaleras.
—¡Aquí estoy! —exclamó como si fuera una estrella de Hollywood poniendo tensión en el ambiente.
Los pasos se detuvieron y la luz de las escaleras se encendió y pude distinguir la sombra que ocupó la alfombra.
Me puse en alerta tapándole la boca a Santiago que no dejaba de hacer ruido.
—¿Quién está ahí?
La voz de Daniel Marqués me hizo reaccionar, arrastré el cuerpo pesado de Santiago llevándose una silla por delante. Busqué desesperadamente un lugar en dónde esconderlo...
«¡Rápido, rápido, rápido!»
Lo arrastré hasta el rincón al lado de la nevera, pero no entró. Traté de ser lo más silencioso posible, pero el ruido de sus zapatos en el suelo no ayudó mucho...
Los pasos se acercaban cada vez más y el cuerpo seguía a la vista a la mitad de la cocina iluminada.
Estuve a punto de dejarlo allí tirado y salir corriendo a mi habitación para salvar mi pellejo; pero pensé en lo que podía suceder si papá lo veía en ese estado así que hice el último intento por ocultar su cuerpo en el rincón; a fuerzas entró, suspiré exaltado y rápidamente apagué la luz para que no lo viera.
Acomodé mi camisa blanca y doble al pasillo quedándo frente a él... Tenía el cabello revuelto y los ojos caídos, pero lo que nunca se le iba a quitar era la expresión seria y autoritaria que lo caracteriza.
—¿Qué haces a esta hora despierto? —-clavó su mirada directo en mis ojos logrando que me sintiera pequeño frente a un hombre tan alto.
Sonreí haciéndome el tonto buscando alguna excusa coherente para justificarme; algo que lo logrará engañar a su olfato de sabueso.
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Bajo la lluvia
Любовные романыLa historia de un amor dulce, inocente y luchador. La lluvia los acompañará en sus veladas y será testigo de que el amor entre dos hombres es posible. Las diferencias de clase, de gustos y de sueños no impedirán que se enamoren hasta los huesos. Su...