Capítulo 18.

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Oswaldo lo fulminó con la mirada. Brayan solo lo observó con una postura tranquila; ladeó la cabeza sin entender qué estaba pasando.

Me puse alerta tomando a Oswaldo del brazo para evitar que se fuera encima de él. La situación se puso tensa; ese minuto pasó lento y yo seguí rezando para que nada malo sucediera.

—Oswaldo, por favor... Déjalo pasar... —rogué y se apartó quedándose con las ganas.

Brayan pasó por nuestro lado tranquilamente, al voltear se despidió de mi con su mano al aire y siguió comiéndose sus palomitas mientras balbuceaba para sí mismo.

—¿Qué es lo que le pasa a ese idiota? —lo vigiló hasta que lo vimos ingresar en una camioneta cuatro puertas.

—Oswaldo cálmate ya... No seas paranoico. Brayan solo fué a comprar palomitas y ya se fué. Tranquilo —le hablé suave.

—Nos estaba escuchando. Nadie me quita esa idea de la cabeza: nos estaba espiando. —señaló la camioneta mientras ésta se iba por la calle a una velocidad suave.

—¿Por qué sigues desconfiando de Brayan?, él es un buen chico y a mí me agrada —defendí mi postura sobre Brayan.

—Dylan... —me tomó suavemente de los hombros masajeando mi piel —No confío en ese tipo. Siempre te está viendo y se esconde para que no te des cuenta; pero yo si me doy cuenta de cómo te mira... Como si buscara saber algo de tí... —confesó sus dudas en un tono de preocupación que por un momento, me hizo dudar de Brayan.

Busqué piezas para armar y no encontré nada... Todo era imaginación de Oswaldo. Brayan es un buen chico y las pocas veces que hemos hablado nunca he notado nada raro en él.

—No me hagas dudar de él, por favor... —supliqué en tono suave como su cabello —Estás viendo villanos dónde no los hay. —seguí por su lado chocando con la pared pintada por lo estrecho del espacio.

Deslicé mi dedo índice por las paredes pintadas mientras me alejaba de Oswaldo. No despegó su mirada de mi espalda, lo sentí.

Oswaldo y yo estábamos empezando a tener muchas complicaciones por mi amistad con Brayan; una amistad corta y que no le hacía daño a nadie. Su actitud me hacía creer que se trataban de celos injustificables; unos celos extraños que no podía entender.

Por otro lado, estaban los acontecimientos que me habían sucedido los días anteriores: mi encuentro con Bruno, el sujeto misterioso que me salvó la vida y la última discusión con mi papá que me dejó marcas más que físicas.

Todo se me vino encima en el peor de los momentos; un momento en el que me sentí frágil y ahora, estaba apunto de quebrarme.

—¿Por qué me pasa todo esto? —Miré el cielo buscando la respuesta entre las nubes cargadas de agua.

En lo que más pienso es en el sujeto misterioso que me salvó la vida; me dejó en aquella cafetería y después desapareció. Aún siento el calor de sus manos y el latido de su corazón muy cerca de mí; aún puedo oír su voz suave y dulce susurrándome cosas al oído.

Quería verlo... Ver sus ojos... Ver su todo... Saber su nombre completo...

«Por Dios... Es un hombre... Un hombre... No pienses en eso... No de nuevo.»

Y otra vez me sentí avergonzado por sentir todo eso hacia alguien de mi mismo sexo... Un hombre que ni siquiera sabía quién era, ni su nombre, ni su rostro, nada... Por dentro moría por ir a la cafetería colorida y buscarlo; posiblemente frecuentaba el lugar, tomaba café en las mañanas y luego se marchaba.

Pero la vergüenza podía más que mis ganas de buscarlo y saber su nombre. Estuve en sus brazos y me sentí protegido... Un poco incómodo, pero protegido. Esa es la razón por la que no quiero seguir pensando en él y en buscarlo; porque me sentí protegido y eso es algo que no puedo sentir en los brazos de un hombre.

Bajo la lluvia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora