24. Enterramientos

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En el acicalamiento matutino, Rosa se volvieron a atar y cubrir el pelo para ir al patio de atrás. De no ser por la pala verticalmente clavada como una lápida, no hubieran sabido dónde buscar la fosa séptica.

Se armaron con la pala y comenzaron por quitar la hojarasca y mandarla al bosque. Debajo había una capa pegajosa de barro, hojas en descomposición y bichos, que salieron despavoridos cuando Rosa arrasaron sus guaridas. Más abajo había una capa de tierra más firme y, por fin, el golpe contra el cemento. Habían tenido que cavar cerca de un metro para encontrarlo, aquello llevaba abandonado mucho tiempo.

Un coche aparcó delante de la casa y la gente que venía en él debió de sorprenderse de que Rosa no acudiera a darles la bienvenida.

–¡Aquí detrás! –anunciaron Rosa–. Terminamos en un momento –prometieron, pues acababan de dar con una superficie metálica.

Chispas y Mario rodearon la mansión y se las encontraron ampliando la zona horadada.

–¡Hemos encontrado la fosa séptica! –celebraron sin dejar de arrancar pedazos de barro y mandarlos al bosque–. Ya tenemos el depósito de agua para llenar las cisternas y esto para recoger la caca –añadieron con gran entusiasmo–. En cuanto pongas las tuberías.

–Ah, sí, claro –murmuró Mario con aprensión.

–¿Te da cosa la fosa? –se interesaron–. ¿Es por la caca o porque aquí es más posible encontrar un cadáver que en el depósito? –propusieron sin darle importancia.

–La verdad es que con todo lo que estamos toqueteando, me sorprende que no hayamos encontrado cadáveres todavía –reconoció Chispas.

–Suponemos que la Policía peinaría un poco la zona, ¿no? Entonces, de seguir habiendo cadáveres, estarían un poco escondidos –asumieron y se agacharon para terminar de romper el candado oxidado y levantar la tapa–. Oye, pues no huele tan mal como esperábamos –consideraron al respirar la vaharada que salió–. Sólo un poco a tumba.

–Han pasado como más de diez años de aquello, creo –dijo Chispas–. Lo que se tuviera que descomponer ya se descompuso. Quedarán los gases que no pudieron salir.

–Pues dejaré abierto para que se airee –decidieron con sensatez–. Que si bajamos y encendemos una luz, puede hacer "¡boom!".

–Oye... ¿qué vais a hacer si encontráis cadáveres en la mansión? –quiso saber Mario.

–Pues supongo que enterrarlos, como los cadáveres de los topillos que saqué ayer –dijeron sin darles mayor importancia por ser humanos–. ¿Por qué, querrías alguno? Seguro que una calavera limpita queda chula encima de la consola nueva –añadieron sinceras.

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La Plei Esteision 666, con calaveras resulonas.

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