5. El apaño

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–¡Hola! –exclamaron y se apoyaron contra el marco de la puerta de forma fallidamente casual.

Luego recordaron encender la bombilla del cuartito de fusibles.

–Eres tú la que da energía a todo, ¿verdad? –planteó Violet átona, con el café humeante en la mano.

–Eh... Estamos teniendo problemas técnicos...

–Me da igual, ya suponía que esta oferta tendría truco. Pero si quieres que venga gente más... viva, arréglalo.

–¡Claro, ahora lo hacemos! –aceptaron volviendo a entrar en el cuartito.

–¿Y si llamas a alguien que se dedique a ello?

–Tienes razón –asintieron en el acto y se alejaron con brío.

Violet se quedó en el sitio y dio un sorbo de café.

–No podemos llamar porque no hay luz –recordaron Rosa desandando el camino–. Vamos a la ciudad –anunciaron saliendo sin perder ánimo.

Violet esperó en el oscuro salón, como una sombra más, tomándose el café con parsimonia. Luego fue a la cocina a rellenar la taza. De vuelta al salón, le dio unas palmaditas a la lámpara de mesa, pero ésta no se encendió.

Al final llegó un coche y sus faros alumbraron a través de los ventanales. En cuanto Rosa pusieron un pie en la mansión, se encendieron todas las luces en tono rosado para disimular.

–He traído a un electricista –proclamaron con orgullo.

–¿A estas horas? –se extrañó Violet–. ¿Lo has amenazado?

–¡Claro que no!

–Señorita... ¿d-dónde dice que estamos? –balbuceó el hombre que la acompañaba.

–En una residencia de estudiantes, ya se lo hemos dicho –contestaron joviales–. Aquí está el cuarto de fusibles –indicaron arrastrando al hombre por el brazo.

Violet les siguió, a su paso lento y silencioso.

–¿É-Ésta no es la casa de los crímenes? –preguntó el electricista con temor.

–Pero eso fue hace mucho tiempo –contestaron Rosa–. Ya no queda sangre. Casi.

Por lo que fuera, la puntualización no tranquilizó al hombre. Acto seguido fue plantado delante del antiguo, polvoriento y quemado cuadro de fusibles.

–P-Pero... señorita... ha dicho que no tenían luz, y tienen. ¿Qué es lo que tengo que arreglar?

–Ah, es que esto es un truquito –le confesaron y apagaron todas las luces.

El grito del electricista fue de diez.

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Mal día, o noche, para ser electricista.

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