20. La búsqueda

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–Guay, tú te encargas de la seguridad –encomendaron Rosa surgiendo del desastre de astillas.

–No, era una forma de decir que vosotras... –empezó a responder Violet, pero se interrumpió al pensárselo mejor–. Dejadlo, si os encargarais vosotras, invitaríais a un cazador que lo llevara escrito en la frente –suspiró y la sombra siguió adelante.

–Se nota que tienes más experiencia –halagaron.

–Id a dormir –ordenaron sin volverse.

–Vaaaale –aceptaron y fueron a dejarse caer como una tabla sobre uno de los colchones destripados que todavía no habían sacado.

A la mañana siguiente había una carcomida cama más en la montonera de deshechos, Violet había terminado de sacar la que se había quedado en mitad del pasillo. También encontraron una nota de Violet en la cocina.

–Vaya, ella sí que tiene para escribir –comentaron cogiendo el papel y salieron al porche justo cuando llegaba el coche.

–¿Os hace una búsqueda del tesoro? –les propusieron a Chispas y Mario enseñándoles el mapa dibujado por Violet.

–¿Es una palabra clave para...? –empezó él, sacando un atillo de tuberías que habían traído atravesado en el coche.

–Nuestra amiga ha encontrado un depósito de agua y nos ha marcado el camino. ¡Vamos a buscarlo!

Si el camino entre la carretera general y la mansión estaba estrechado por la vegetación, la ruta hacia el depósito estaba completamente devorada por ésta. A ratos se intuía un terreno algo más plano y algún trozo de azulejo o ladrillo asomaba entre la tierra, las hierbas, las zarzas y las raíces.

–Este bosque da mucho mal rollo –murmuró Mario sin parar de mirar cada árbol con aprensión–. Dicen que no encontraron los cadáveres y que podrían haberlos enterrado en el bosque –añadió musitando.

–Si no encontraron los cadáveres, ¿cómo saben que hubo una masacre? –platearon Rosa mientras consultaban el mapa como si fueran exploradoras en la selva.

–Por los litros de sangre que encontraron por toda la mansión y alrededores –respondió Chispas.

–Ah, claro, sí, esas manchas –recordaron sin darle importancia.

El depósito resultó ser un gran prisma de cemento, como una caja de zapatos, medio enterrado y camuflado por musgos, líquenes y hasta un haya joven creciendo en una esquina. Rosa abrieron una oxidada trampilla en la parte superior y les asaltó un olor nauseabundo.

–Oh, no, los cadáveres los echaron aquí –exclamó Mario.

Rosa metieron medio cuerpo por el hueco para echar un vistazo.

–Sí que hay cadáveres –confirmaron y sus voces sonaron con extra de eco–. Pero ninguno humano, sólo animalillos –añadieron alzando un brazo para levantar el pulgar.

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Vaya, habrá que seguir buscando.

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