3. La segunda

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 –¿Vienes por La Residencia? –preguntaron Rosa ilusionadas.

La figura se limitó a asentir con gravedad. No abrió la boca ni hubo cambio alguno de expresión en sus ojos entrecerrados.

–Guay –celebraron y retrocedieron, esperando que la figura las siguiera al interior de la mansión.

–Eh... –dijo la recién llegada.

–¿Sí? –se interesaron, percatándose de que no se había movido del sitio.

La figura cogió aire profundamente y dio la sensación de que tenía que sacar la energía del fondo del océano.

–Necesito que me invites explícitamente a pasar a tu casa –murmuró como si la avergonzara.

Rosa se lo pensaron un momento y sonrieron.

–Claro, pasa, pasa. Te invitamos a casa –pronunciaron formalmente–. Aunque no es nuestra casa –añadieron por lo bajo, yendo al salón.

–¿No tenéis luz? –preguntó la recién llegada, pese a moverse bien yendo cargada de bártulos en la oscuridad.

–Ah, sí, disculpa, es que se nos ha hecho de noche sin darnos cuenta –inventaron y le dieron una palmada a una lámpara de mesa, que se encendió con luz rosada, aunque podía achacarse a la pantalla polvorienta.

Con la luz, el cabello negro de la recién llegada reveló reflejos morados, pero sus ojos azul oscuro estaban opacos, como los de un pez que llevara demasiado tiempo en el mostrador de la pescadería.

–¿Te llamas...? –se interesaron.

–Violet –contestó y dejó las maletas en el suelo, sonó a que eran muy pesadas.

–Rosa –replicaron y le cogieron una mano para estrechársela.

A Violet no le hizo gracia el contacto.

–Hay muchas habitaciones, ¿quieres verlas? –propusieron joviales, sin darle importancia a que estuviera helada.

–Sótano. Quiero un sótano.

–Oh, claro, hay un sótano muy amplio –prometieron.

Pero el sótano estaba lleno de trastos hasta los topes y no había más espacio libre que uno diminuto junto a la puerta de la escalera.

–Eh... Necesita un poco de... –empezaron Rosa.

–Me servirá –aceptó Violet sin poner pegas.

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Menos mal que Violet tiene unos requisitos muy bajitos.

Y ésta es ella.

Y ésta es ella

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