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Elara.

El frío del campo me calaba los huesos, y un viento cortante me arrancaba pequeños temblores mientras trataba de mantenerme firme. Frente a mí, el castillo oscuro y tenebroso de Vaelion se erguía en la distancia, como una sombra colosal contra un cielo cargado de nubes grises. La niebla, densa y persistente, se aferraba al suelo y cubría la base de las murallas, intensificando la sensación de que estaba atrapada en una especie de prisión gélida y eterna. La fortaleza de Vaelion contrastaba por completo con el hogar de Dante, que aunque oscuro y lleno de secretos, parecía tener una energía vibrante y vida en cada rincón. Aquí, en cambio, la oscuridad era asfixiante, una presencia que me susurraba sobre mi propia debilidad y que no me dejaba olvidar por qué estaba allí.

A mi lado, Vaelion parecía inmune al frío, con su mirada fija en mí como si fuera un simple ejercicio más, nada de esto una tortura innecesaria para él. No podía apartar la sensación de que detrás de su control, de su calma, había una frialdad que apenas podía ver. Me había traído hasta aquí, fuera de las paredes del castillo, para un entrenamiento especial: quería que provocara la lluvia. No solo quería que la invocara, sino que la controlara, que usara algo tan inmenso como el cielo y la tormenta para manifestar mi fuerza. Sabía que él pensaba en ello como un paso hacia algo mayor, pero yo no podía apartar la desconfianza, esa duda constante que me recordaba que una vez que uniera los amuletos, solo sería un instrumento prescindible en su plan.

Quedaban tres días para la Luna llena. No sabía si Vaelion sabía que nosotras, las sirenas, perdíamos el control de la transformación. Podía deducir que la unión de amuletos se haría ese  mismo día. Los robaríamos y después devolveríamos el linaje marino al mundo, por arte de magia. Pan comido vaya... ¿Qué sería de Dante? ¿Dónde estaría?¿Me estaría buscando?¿Es cierto que me quiso porque me recordaba a su único amor? Dios, llevaba una semana aquí, intentando contactar con él a través del vínculo, pero estaba segura que Vaelion había hecho algo para bloquearlo. Necesitaba respuestas. Respuestas de alguien en quien confiara. Pero no tenía muchas opciones.

Me rodeé con los brazos, intentando calmar los temblores. Vaelion me observaba con esa intensidad habitual, la misma mirada que usaba cuando me evaluaba, intentando medir hasta dónde llegaba mi poder, o tal vez mi resistencia. Estaba cansada de sus juegos y de su control, así que decidí, por una vez, ir directamente a lo que me inquietaba. Decidí in al grano, sin rodeos.

—¿Vaelion? —lo llamé, viendo cómo su expresión apenas cambiaba, solo una ligera inclinación de cabeza indicando que me escuchaba.

—¿Qué quieres ahora, Elara? —Su tono era seco, como si solo hablarle fuera una molestia.

—¿Voy a poder volver a comunicarme con Dante? —pregunté, intentando que la inseguridad no se colara en mi voz. Él sabía que yo era inteligente y no era una sorpresa su gran poder mental.

Su respuesta fue una sonrisa pequeña y cínica, casi invisible.

—Dante ya no es parte de tu vida. Olvídalo y concéntrate.

Frustrada, decidí no detenerme. No iba a rendirme tan fácilmente. Aproveché la fuerza que había ido cultivando desde que me había arrancado de mi vida para intentar conseguir respuestas que nadie parecía dispuesto a darme.

—Fui a la biblioteca del ala Sur... —noté cómo sus ojos se afilaban, como si supiera exactamente lo que iba a decir—, escuché a los guardias hablar de una profecía. Decían que me habías conseguido porque era "la sirena de la profecía". ¿Qué significa? ¿O vas a seguir mintiéndome?

Estaba harta de esta situación. Había estado intentando escabullirme por los pasillos para encontrar las salidas más accesibles y ocultas para mi escape. Pero no sé cómo él siempre me encontraba. Las doncellas que solían traerme la comida tampoco me daban mucha información. 

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora