𝟙𝟘

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Dante.

Las sombras del castillo siempre han sido mi refugio, un lugar donde mis pensamientos vagan libres sin que nadie pueda interferir. Y ahora, mientras observo el vacío de mi propia habitación, no puedo evitar pensar en ella: Elara. Es tan... intrigante. Demasiado intrigante.

Desde el principio, algo en ella me resultó distinto. No es solo su obstinación o su atrevimiento, que la llevan a desafiarme incluso cuando sabe lo peligroso que es. No. Hay algo más profundo, algo que se esconde bajo esa apariencia frágil y ese aire desafiante que lleva. Puedo sentirlo, aunque aún no sé exactamente qué es.

Lo más inquietante es lo que pasó cuando intenté entrar en su mente. Ha habido humanos fuertes antes, aquellos que intentan resistirse, pero ninguno ha podido realmente bloquearme. Ninguno... excepto ella. Elara no es humana, al menos no como los demás. Cuando intenté imponer mi control, me encontré con una barrera, una resistencia que no debería estar allí. Fue como tratar de atravesar un muro invisible, frustrante y sorprendente al mismo tiempo.

¿Qué es ella? Esa pregunta se ha repetido en mi cabeza una y otra vez. Su resistencia no es natural, ni para un humano ni para ninguna criatura que haya conocido antes. Su curación es demasiado rápida, y su aura... hay algo en ella que atrae, como una especie de magia que no logro descifrar. Eso no es normal.

¿Una sirena? ¿Una híbrida? ¿De algún linaje del bosque?  Esas teorías ruedan por mi cabeza. Pero si es algo de eso, ¿qué hace aquí? ¿Por qué ha venido a un lugar lleno de vampiros? ¿Busca algo? ¿Se está infiltrando? Y lo peor... ¿qué mierdas quiere de mí?

A pesar de todo, hay algo en ella que me atrae, casi contra mi voluntad. Sus ojos me retan, y cada palabra suya, cada gesto, es un desafío a mi control. A veces pienso que disfruta burlándose de mí, sabiéndome incapaz de resistirme a su presencia, y eso me irrita profundamente.

Pero no confío en ella. No puedo. Cada día que pasa, me convenzo más de que esconde algo grande, algo que podría ponerme en peligro a mí o al reino. Su presencia me genera una mezcla inquietante de deseo y desconfianza. Me gusta demasiado, más de lo que debería, y eso es un problema.

Mis instintos me han protegido durante siglos, y ellos no me fallan ahora: Elara es peligrosa

Aun así, la idea de descubrir quién es realmente me excita tanto como me asusta.

La he mantenido a distancia, tratando de convencerme de que la distancia sería suficiente para sofocar este deseo irracional que me consume. He intentado ahogarla en la monotonía, en la crueldad de mis propios métodos. Me he sumergido en interrogatorios interminables, torturando a los sospechosos que mis guardias han arrastrado hasta las celdas del calabozo. He sacado toda la rabia contenida, buscando alguna pista sobre lo que está ocurriendo, alguna conexión entre esta conspiración creciente y Elara.

Pero nada me satisface. Nada mitiga esta sed.

Ni siquiera las donantes. Las he devorado sin piedad, una tras otra, drenando hasta la última gota de sus vidas. Me he alimentado más de lo que jamás he necesitado, como si cada gota pudiera ahogar este deseo ardiente. He bebido hasta el hartazgo, alimentando mi sed insaciable con la carne y la sangre de tantas mujeres, pero ninguna calma lo que siento por ella. Ninguna apaga este fuego que se enciende cada vez que la veo, o peor, cada vez que trato de mantenerme lejos.

Elara es lo único que ocupa mis pensamientos, lo único que verdaderamente deseo, y eso me aterra. Porque, aunque he intentado negarlo, aunque he intentado mantenerla a raya, la verdad es que mi sed por ella no cesa. Me la quiero comer. Quiero follármela y domarla para que me diga todo lo que sabe. Hacerla mía y que explote de placer. Quiero oírla gemir mi nombre y que me ruegue por más. Es incontrolable, como un veneno que corre por mis venas, extendiéndose, envenenando cada parte de mí.

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora