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Elara.

Me adentré en la sala de sanación del castillo con el corazón palpitante y el estómago en un nudo. Este lugar era completamente nuevo para mí. El ambiente estaba cargado de una atmósfera pesada y solemne, con la luz tenue iluminando las estanterías repletas de frascos y viales. Cada rincón parecía ocultar secretos oscuros, y me sentía pequeña en medio de la magnitud de este castillo.

Observé alrededor, intentando familiarizarme con el entorno, mientras los guardias me escoltaban hasta el lugar.

No conocía a estos guardias de nada. Es como si hubiesen tantos... 

Cuando vi a las dos sanadoras que se encargarían de orientarme, el guardia de mi derecha habló.- El Rey ha ordenado que le enseñéis lo que sabéis. A partir de ahora, será vuestra nueva compañera.-

 La primera en acercarse fue una mujer de cabello oscuro y lacio que me recibió con una sonrisa cálida.

—Buenos días. —dijo con voz suave y reconfortante—. Soy Seraphine. Ven conmigo, te mostraré cómo funcionan las cosas. No te preocupes, te acostumbrarás rápido.

Me sentí aliviada al escuchar el tono amable de Seraphine. Había algo en su presencia que era tranquilizador, a pesar de la frialdad del entorno. Sus ojos grises reflejaban una comprensión que me hacía sentir un poco más cómoda.

Antes de que pudiera dar más de dos pasos, el guardia me agarró bruscamente del brazo. Le miré confusa y sorprendida por el atrevimiento. -Recuerda que estás aquí por quebrantar leyes. Compórtate y acata todo lo que te digan. Nos quedaremos en la puerta, por si se te ocurre escapar.-

Como odio que se crean superiores. 

Una mirada le bastó para hacerle entender que le había escuchado. Quería matar a cada uno de los vampiros por haber destruido todo lo que consideraba hogar. Me soltó sin dejar de clavar esa mirada repugnante de mí.

Me acerqué a la sanadora, retomando la compostura y respondí.

—Gracias, Seraphine. Agradezco tu ayuda —

Justo cuando pensaba que todo iba a estar bien, una figura alta y delgada se acercó con un aire de desdén evidente. Su cabello rubio platinado estaba recogido en un moño severo, y sus ojos azules eran fríos y distantes.

—Así que eres la nueva —dijo con una voz cortante, sus palabras casi como cuchillos—. No esperes que te demos la bienvenida con los brazos abiertos. Aquí, todos tenemos mucho que hacer, y tu lugar en la jerarquía no te exime de eso.

Genial, otra imbécil.

Sentí un nudo en el estómago. La actitud de esta chica era una bofetada directa, y me costó no dejar que su desdén me afectara. Traté de concentrarme en lo que Seraphine estaba diciendo.

—Este es el lugar donde mantenemos nuestras mezclas y remedios —explicó Seraphine, señalando una serie de frascos organizados en estanterías—. Aquí es donde preparamos los ungüentos para las heridas más leves. Los viales en esta parte son para tratamientos más complejos.-

Me acerqué a las estanterías, observando los frascos y los viales con una mezcla de curiosidad y ansiedad. Seraphine continuó describiendo cada cosa con paciencia, y aunque sus palabras eran reconfortantes, no podía evitar sentirme un poco abrumada.

—Y aquí están los instrumentos de diagnóstico —dijo Seraphine, señalando una bandeja con varios objetos—. Son muy precisos y requieren cuidado en su uso.

Mientras miraba los instrumentos, La insoportable se acercó, lanzando miradas desdeñosas hacia mí. No pude evitar sentir que su actitud era una prueba de fuego que tendría que superar. Finalmente, parece que no pudo contenerse más.

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora