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Elara.

El agua caliente había sido un alivio momentáneo, relajando mis músculos tensos, pero no podía sacarme de la cabeza todo lo que había escuchado en las últimas horas. La conversación con Lucius me había dejado con más preguntas que respuestas. Me envolví en la toalla y caminé por mi habitación hasta el armario.

Por muy cómoda que pareciera mi estancia en el castillo, seguía siendo una prisionera en un lugar lleno de secretos.

Me vestí rápidamente, optando por algo sencillo: Una blusa negra de mangas largas, hasta la cintura y una falda vaquera azul hasta mis muslos. La falda era lo único que conseguí encontrar en el armario que no fuera negro. No tenía muchas opciones. El aire se sentía más pesado de lo normal, como si el castillo entero respirara en sincronía, manteniendo ocultos secretos demasiado oscuros para ser compartidos.

Mientras cepillaba mi cabello aún húmedo, mi mirada se fijó en el reflejo del espejo. Mi rostro aún mostraba las marcas del cansancio, pero había algo más en mis ojos. Una determinación que antes no estaba allí. Sabía lo que debía hacer. Tenía que hablar con Dante.

Lucius había insinuado que Dante estaba fuera de control, demandando más donantes que nunca. Algo estaba pasando en el castillo, algo que hacía que los vampiros estuvieran en alerta constante. Pero ¿por qué? Y más importante aún, ¿qué tenía que ver el artefacto de mi familia en todo esto?

Tomé aire y abrí la puerta de mi habitación con cautela, asegurándome de que ningún guardia estuviera cerca. No quería compañía, y mucho menos que me detuvieran. Tenía que llegar al despacho de Dante sin ser vista. Los pasillos del castillo eran largos, fríos y, sobre todo, silenciosos. Cada paso que daba se sentía como una declaración de intenciones. No tenía miedo, pero sí una ansiedad creciente en mi pecho.

Giré en una esquina cuando escuché voces más adelante. Guardias. Me oculté tras una columna, tratando de escuchar sin ser vista.

Habló uno de ellos. -¿Ya escuchaste lo último? Dicen que el amuleto de la humana esa... la que condenaron ante el consejo, es la clave.

Otro preguntó- Si lo oí, ¿Pero qué detona exactamente? 

No sabía cuantos eran, ni pensaba salir de mi escondite. Un mínimo movimiento y sería descubierta por culpa de sus oídos sobrenaturales.

-Faltan dos cristales.- siguió el primero que habló.- El blanco y el rojo. Si los conseguimos primero, podemos destruir todos los amuletos y asegurarnos de que ese maldito reino marino nunca resurja.

Mi corazón dio un vuelco. Los cristales. Mi madre solía contarme historias sobre ellos. Tres cristales que formaban el reino de las sirenas. Sabía que había perdido uno, bueno perdido, me lo habían arrebatado, robado, arrancado cruelmente. Pero ¿qué pasaba con los otros dos?

-El rey no está dispuesto a correr riesgos. Si alguien encuentra esos cristales, el mundo marino podría volver. Y significaría el fin de nuestro reinado.

Había tensión en la conversación, estaban hablando con cuidado. -¿Y porqué crees que estamos cazando cada humano que nos parece sospechoso?

- Vamos a los calabozos, hay que sonsacarles cualquier cosa que nos pueda servir. Y si no, pues acabamos con ellos, antes de que se nos adelanten.- Finalizó otro, moviéndose por el pasillo y alejándose de mí.

Sentí cómo la ira empezaba a crecer en mi interior. Ellos no solo querían acabar con cualquier posibilidad de restaurar el reino marino, sino que estaban dispuestos a destruirlo todo para que los vampiros siguieran gobernando. Mi familia, mi hogar... todo eso era parte de su agenda destructiva. No podía permitir que eso sucediera. Los cristales no debían ser destruidos. Tenía que recuperarlos. Tenía que hacer que el mundo marino volviera.

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora