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Elara.

Mi cuerpo estaba tenso, la piel rozaba el frío metal de las cadenas que me ataban, pero ahora en una silla. Me habían llevado a través de la oscuridad hasta el despacho de Vaelion, apenas iluminada por la débil luz de un candelabro antiguo. El silencio en este lugar, parecido a una prisión, era denso, interrumpido solo por el susurro apagado de las armaduras metálicas que cubrían a los guardias. No podía ver sus rostros, estaban completamente cubiertos, como si sus identidades no fueran más que sombras. Me hacía sentir más sola que nunca.

Intenté liberar mis muñecas de las correas, pero estaban firmes, apretando la piel hasta cortarme la circulación. El metal se sentía pesado y frío, un recordatorio constante de mi vulnerabilidad. Pero también de mi poder. ¿Por qué me tenía atada si, como él mismo se jactaba, era el vampiro más poderoso que había existido?

Vaelion estaba allí, sentado frente a mí en su gran silla de respaldo alto, con una expresión que oscilaba entre la paciencia y el control absoluto. Su mirada penetrante me estudiaba como si cada pensamiento que cruzaba por mi mente fuera un rompecabezas que él ya había resuelto mil veces antes. Sus labios se curvaron en una sonrisa, una que no llegaba a sus ojos.

—Debo decir, niña—comenzó, su voz profunda y tranquila—, que me sorprende tu fortaleza.

—¿Y por qué me tienes atada entonces? —respondí, intentando mantener mi voz firme a pesar de lo que sentía. Cada palabra que decía estaba llena de preguntas, de desconfianza, pero también de un afilado razonamiento. Quería saber cómo se desarrollaba su mente, y cuánto de todo esto era parte de un plan más grande—. Si eres tan poderoso como dices, no necesitarías estas cadenas.

Su sonrisa se ensanchó, pero no fue un gesto cálido, sino lleno de satisfacción por el juego que estaba tejiendo a mi alrededor.

—Ah, shenun, aún no te das cuenta. No es mi poder lo que está en juego aquí... es el tuyo. Todavía no eres consciente del alcance de tus habilidades, del potencial que tienes. Si supieras quién eres realmente, no necesitarías estas ataduras. Pero será mi tarea guiarte, enseñarte...Eres mucho más que la prometida de un vampiro, Elara.

Mis labios temblaron, pero no me permití mostrar debilidad. El miedo se arremolinaba en mi pecho, pero lo sofocaba con un pensamiento racional. Tenía razón en algo: no había explorado completamente mi poder. Sabía que podía controlar el agua, que podía sanar. Pero eso no era todo, ¿verdad? Seren siempre me había dicho que una reina debía tener control, pero ¿control sobre qué?

Vaelion se levantó lentamente, rodeando la silla donde estaba prisionera, como un depredador estudiando a su presa.

—¿Y porqué me ayudarías?— Pregunté y sus ojos rojos y profundos me miraron más allá de todo mi ser, dentro. Porque podía analizarme sin ningún colgante de por medio que lo bloqueara y porque tampoco estaba segura de si yo podía bloquearle a él. Cuando vio lo evidente, sonrió.

—Deja de creer que puedo llegar a ser bueno. Te entrenaré para que no falles en mi plan.— Musitó, con esa faceta fría, distante y peligrosa que amenazaba con beberse hasta la última gota de mi vida. Y con una calma calculada, pronunció —. Dime, Elara, ¿alguna vez te has preguntado qué es lo que oculta realmente Dante?

Mi corazón latió con fuerza, pero intenté mantener mi expresión neutral. No le daría la satisfacción de saber que sus palabras me afectaban.

—¿Qué estás insinuando? —pregunté, controlando el temblor de mi voz.

—Te ha contado sobre mí, ¿verdad? Sobre nuestro pasado. —Su tono era tan casual, como si estuviéramos teniendo una charla trivial—. Pero, ¿cuánto te ha dicho realmente?

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora