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Elara.

Todo mi cuerpo se sentía vacío después de la mordida de Vaelion; era como si él hubiese arrancado algo más profundo que solo mi sangre. Sentía el latido de un poder que no sabía controlar, resonando en mi pecho, inundando mi mente. Con esfuerzo, traté de concentrarme en ello, de invocar algo, cualquier cosa que me pudiera salvar. Sentía mi magia, tenue pero viva, como una melodía lejana. Empecé a cantar, mi voz débil pero decidida, lanzando un llamado de auxilio que no estaba segura de que alguien pudiera escuchar. Pero era todo lo que me quedaba.

Entonces lo sentí. Una presencia cálida que parecía atravesar la niebla de mi desesperación. Algo había respondido, una conexión profunda que jamás había sentido tan claramente. Podía sentirlo acercarse, a través de ese vínculo sutil que, hasta ahora, había ignorado.

Los sonidos de gritos y acero resonaron en el castillo. Con un esfuerzo doloroso, me incorporé de la cama donde me habían dejado, con el cuerpo débil y el pulso tembloroso. Sentía la mordida de Vaelion en mi cuello como un recordatorio oscuro de su amenaza, y mi propia fuerza fluyendo de regreso como un eco, en mi cabello, ahora teñido en un resplandor azul que iluminaba el oscuro cuarto. Salí al pasillo, sosteniéndome contra las paredes, escuchando los ecos de la batalla. La visión era borrosa, pero me moví, paso a paso, impulsada por esa energía que sentía como un rescoldo en mi interior, algo que parecía ir creciendo lentamente.

Y entonces lo vi. A Dante, entre la penumbra del castillo de Vaelion, su figura bañada por la luz tenue de las antorchas. Cuando nuestros ojos se encontraron, sentí algo indescriptible, una paz que me recorrió desde el pecho hasta los pies. Él avanzó, apartando con brutalidad a los guardias que intentaban bloquear su camino, su mirada llena de una ira que había reservado solo para mis enemigos.

Se detuvo a pocos pasos de mí, y sin decir palabra, se acercó con una ternura que contrastaba con la violencia que acababa de desatar en el castillo. Sus manos se posaron sobre mis hombros, sosteniéndome mientras mis piernas temblaban.

—No sabes cómo duele sentir tu dolor desde tan lejos, Elara —murmuró con un susurro cargado de dolor y alivio, sus ojos oscuros buscándome, intentando asegurarme que todo había acabado—. No permitiré que vuelvas a pasar por esto.

A pesar del cansancio, del dolor y de la traición que aún retumbaba en mi mente, una chispa ardió en mi interior. Alcé la vista hacia él, mi mirada, débil pero determinada.

—No necesito que me salven, Dante. —Apreté los dientes, tratando de reunir la fuerza que quedaba en mí—. Necesito que luchen a mi lado.

Él me sostuvo la mirada, y algo pareció cambiar en su expresión. Su dureza se desvaneció, reemplazada por algo que no había visto antes: respeto.

—Entonces así será, Elara —prometió, inclinando su rostro hacia el mío, como si nuestras palabras hubieran sellado un pacto tácito.

Apoyada en su hombro, avancé un poco más, y antes de que pudiera hablar, sus guardias se acercaron, empujando a Vaelion, ahora capturado y atado con cuerdas que parecían hechizadas para que lo debilitaran. Des de mi posición podía ver cómo anulaban su magia. La mirada de Vaelion, habitualmente tan controlada, reflejaba furia y derrota. Dante no perdió un segundo; sus ojos fríos se clavaron en él.

—Lleváoslo —ordenó con una voz tan cargada de desprecio que sentí un pequeño estremecimiento. Los guardias arrastraron a Vaelion hacia la salida, y pude sentir su mirada fija en mí hasta que desapareció del pasillo. El aura de su poder sombrío se desvaneció, y por primera vez desde que entré en ese castillo, respiré con calma.

Dante entonces volvió a mirarme, y sin esperar una respuesta, me levantó en brazos, sosteniéndome con una firmeza que me hizo sentir segura, protegida. Con paso decidido, me llevó lejos de ese castillo oscuro y horroroso, lejos del lugar donde mi inocencia había sido destrozada.

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora