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Narrador omnisciente.

—No quiero esto... pero no puedo evitarlo.— Dijo Elara cuando Dante deslizó la tela entre sus piernas por sus muslos.

Dante frunció el ceño, sorprendido por su vulnerabilidad.

—¿Y qué es lo que no puedes evitar? —preguntó, su tono ahora más suave, casi curioso. Se lamió los labios cuando sus fluidos bajaron por un muslo. 

"Perfecta"- Pensó él. Preparada y perfecta para comérsela.

Elara se mordió el labio, sintiendo cómo su orgullo se desvanecía. —Lo que siento por ti. No debería, pero... cada vez que me tocas, pierdo el control.

Dante la miró intensamente, como si esas palabras tuvieran un peso que no había anticipado. La lucha interna en su rostro era palpable. Quería mantener su dominio, pero también había un deseo en su interior de acercarse a ella, de conocer la verdad detrás de sus palabras.

—No luches contra ello —dijo finalmente, su voz ahora más seria, cargada de un sentido de urgencia. Se arrodilló detrás de ella, le agarró de los muslos y sus colmillos salieron sin permiso. Le volvía loco. Nunca ninguna mujer le había hecho sentir. Él no era así, él era despiadado y castigaba a sus enemigos. Pero no este tipo de castigo. Sin embargo, aquí estaban, resistiéndose el uno al otro a comerse vivos y a fundirse en uno solo.

Un momento de silencio se extendió entre ellos, donde el aire se volvió denso con sus emociones.

—Es más que deseo —continuó, dando un paso más cerca. —Es un vínculo que no puedes ignorar.— Le recordó él.

Elara sintió cómo su corazón latía con fuerza, entre la pasión y la resistencia. Ella quería rechazarlo, pero su cuerpo estaba en contra de su voluntad. Era un juego peligroso, y ella se encontraba cada vez más atrapada en la telaraña que él había tejido. Y quería ceder, joder que si quería.

—Dante, por favor... tócame.

La súplica en su voz sorprendió a Dante. Se detuvo, el aire entre ellos estaba lleno de tensión. ¿Qué estaba haciendo? La estaba dominando, pero no podía ignorar el deseo que ardía en su interior. Pasa levemente sus dedos por su pliegues mojándolos y el ruido húmedo suena en la habitación mientras ella abre más las piernas y suelta un suspiro de placer.

—¿Por qué debo hacerlo? —preguntó, con una voz que intentaba mantener la autoridad, aunque su cuerpo reaccionara de otra manera. Aparta sus dedos, gira alrededor de la mesa poniéndose en frente de ella, cara a cara.

—Porque... porque lo necesito —respondió Elara, sintiendo cómo su orgullo se desvanecía y la necesidad tomaba su lugar, mientras fijaba sus ojos en él, con sus dos dedos alzados a la altura de su boca, lleno de sus fluidos propios, que él había generado.

Dante, atrapado en la lucha entre la dominación y el deseo, se acercó más. Podía sentir su latido acelerado, su fragilidad.—Hoy no. Porque hoy voy a castigarte.— Sentenció. Y entonces, con un leve movimiento introdujo sus dos dedos en la boca, chupándolos y cerrando los ojos para disfrutar el sabor tan dulce que tenía ella. Sin duda se iba a convertir en su perdición.—Maldita sirena.—siseó.—Sabes tan bien... mereces tantos castigos...

Ella cerró sus piernas porque iba a morir de placer allí mismo. No se podía creer que el hombre más rudo y sexy que había visto nunca estuviera allí y la había inmovilizado, mientras le decía todas aquellas cosas tan perversas que le gustaría hacerle, mientras la azotaba, mientras ahora, delante suya, probaba lo que le había provocado entre sus piernas todo aquello. Cómo la había excitado cada nalgada, cómo la había hecho retorcerse cada roce de él...

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora