𝟚𝟘

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Elara.

Caminaba por los pasillos, con el vestido empapado y pegado a mi piel, las telas húmedas hacían que cada paso se sintiera pesado, como si estuviera arrastrando la culpa por lo que acababa de pasar. La herida en mis costillas latía, pero el dolor físico era una distracción menor comparado con lo que sentía dentro.

De repente, vi una figura familiar en la penumbra del corredor. Eveline.

—¿Eveline? —mi voz salió suave, casi incrédula.

Se giró lentamente, como si hubiera estado esperando que alguien la llamara. Su rostro estaba inexpresivo, y sus ojos... había algo raro en ellos. No era la Eveline que conocía. Había un vacío, una frialdad. Me acerqué más, el sonido de mis pies descalzos resonaba en los pasillos vacíos.

—Elara —dijo ella en un tono mecánico, su sonrisa era cortés, pero sin vida, sin el brillo que una vez tenía. Parecía que me reconocía, pero... no de la manera en que solía hacerlo.

Mi corazón se aceleró. Sabía lo que estaba pasando. Lucius. Él debió haber hecho esto. Manipulación mental. Los vampiros más viejos tienen ese poder sobre los jóvenes... y Eveline era tan joven, tan vulnerable. Sentí rabia crecer dentro de mí, pero la rabia se mezclaba con un terror oscuro. Si Lucius la había borrado... ¿Qué le había hecho exactamente?

—Eveline, ¿me reconoces? —intenté mantener mi voz firme, pero sentía el miedo en mi garganta, apretando.

Ella asintió con una calma inquietante.

—Sí, eres Elara.

Eso no era lo que quería oír. Estaba hablando como un autómata, sin alma. Intenté acercarme más, estiré la mano, tocando su brazo con suavidad, buscando algún rastro de la Eveline que conocía, que era mi compañera de sanación, aquella que me odiaba tanto.

—¿Qué te ha pasado? —le susurré, buscando desesperadamente una chispa en sus ojos.

Pero antes de que pudiera decir algo más, una voz fría cortó el aire.

—Déjala en paz, sucia humana.

Me giré y Mariana...Sí, se llamaba así, apareció al final del pasillo, con una sonrisa maliciosa en los labios. No me hacía falta escuchar sus palabras para saber que me odiaba, lo había notado desde el primer día. No le gustaba que estuviera cerca de Dante, y mucho menos que alguien como yo tuviera algún tipo de poder, por pequeño que fuera.

—¿Qué quieres, Mariana? —pregunté, intentando mantener la compostura, pero el miedo ya estaba agazapado en mis entrañas.

—Eveline ya no es asunto tuyo. Ahora es parte de algo más grande... de la corte, para los Lores y Condes que lo deseen. —Mariana avanzó hacia nosotras, sus ojos brillando con una satisfacción retorcida—. Forma parte de nuestras granjas... No humanas, claro. Hay vampiros con ciertos gustos. Preferencias... exóticas.

Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. ¿Qué estaba diciendo? Mi mente no podía procesarlo. Eveline... mi Eveline odiosa, ahora era una simple fuente de sangre, una esclava para los deseos más oscuros de vampiros poderosos. Mi estómago se revolvió con el horror de la idea.

—¡No! —intenté protestar, pero las palabras se ahogaron en mi garganta. La náusea era insoportable.

—Oh, sí —Mariana dijo con una sonrisita cruel—. Acepta que ya no puedes hacer nada. Gracias a Lucius, ahora está donde debe estar. No la molestes más.

—Pero...¿Porqué?— Hablé con un nudo en la garganta. Pedía explicaciones. Quería saber por qué no la había visto todo este tiempo, desde aquella vez que la dejé inconsciente y Lucius me aseguró de que se encargaría.

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora