𝟜𝟘

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Elara.

La mañana había empezado como todas: el silencio a mi alrededor, la luz pálida colándose por los ventanales, y ese gélido aire de incertidumbre que me atrapaba desde el primer día. Pero entonces, los ruidos... Desde mi habitación podía escucharlo, el eco sordo de pasos, voces desconocidas y un movimiento frenético en el piso inferior. Algo iba mal. Sin esperar a que las doncellas llegaran, como hacían cada día, me envolví en el camisón de seda azul grisáceo y, sin más protección que mi propia cautela, abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras en silencio, deslizándome como una sombra.

Las puertas del gran salón estaban cerradas, pero no del todo. Las voces allí dentro, aunque bajas, eran lo suficientemente claras para captar trozos de conversación que me helaron la sangre. Apenas tuve tiempo de esconderme en el oscuro recoveco de la pared cuando la puerta se abrió, dejando paso a un guardia que se posicionó para custodiar la entrada. Desde donde estaba, pude ver con claridad a varios Draeknar entrando al salón; me di cuenta de inmediato que eran los mismos que yo había jurado ver como aliados de Dante. ¿Cómo era posible? No me lo podía creer. La sangre me palpitaba en los oídos, y aunque intenté controlar mi respiración, un temor profundo se instaló en mi pecho.

Las puertas volvieron a abrirse, y esta vez lo que vi me dejó sin palabras: dos Thyraxis cruzaron el umbral. Bestias abominables, animales de guerra, pero... ¿qué hacían ahí? ¿Qué hacían en una reunión secreta con Vaelion? Apreté los dientes. Si Dante viera esto... Esto era traición.

Traidores de mierda.

Mis pensamientos corrían, y sin poder evitarlo, se transformaron en una sola decisión: necesitaba saber más. Pero no podía arriesgarme a ser descubierta. Despacio, cerré los ojos, concentrándome, y busqué el punto más alejado de mis propias dudas. Lentamente, un pequeño río de agua cristalina comenzó a correr por el pasillo, justo delante del guardia. Él, sorprendido, desenfundó su espada y se alejó unos metros, intentando comprender el origen del agua. Aproveché ese instante y me deslicé dentro del umbral.

Mis pies apenas hacían ruido mientras avanzaba por el oscuro pasillo que conectaba con el salón. Al final, mis pasos se detuvieron al asomarme por una de las rendijas de la gran puerta entreabierta. Los murmullos se mezclaban con un sonido que no comprendía al principio, pero luego... la visión fue clara, cruda, un golpe de horror. Mis ojos se fijaron en las mesas, y el grito que luchaba por salir de mi garganta quedó ahogado de puro terror.

Allí, sobre el banquete, había una cola de sirena partida, que en algún momento, fue azul. rodeada de manos que se movían con precisión espantosa, cortando la carne viscosa en pequeños trozos. Llevaban copas de vino en las manos cómo si celebraran algo. Y, en la segunda mesa... mi estómago dio un vuelco, y sentí como la náusea me invadía. Ahí yacía una sirena entera, una mujer, con su largo cabello oscuro cubriendo su rostro sin vida mientras un hombre, con la cara de un zorro, la rodeaba con cuchillos en las manos, probando cómo destazar su cuerpo.

—No... —un susurro escapó de mis labios sin que pudiera detenerlo. Apreté una mano contra mi boca, intentando contener el alarido de horror, pero mis suspiros, mis jadeos, el temblor en mis hombros... todo me delató.

El salón entero se giró, y por un instante, el silencio fue total. Me paralicé, mis ojos incapaces de apartarse de la abominación que acababa de presenciar. Pero en el centro de esa escena espantosa estaba Vaelion, de pie, con sus manos detrás de la espalda. Su mirada se posó en mí con una mezcla de desconcierto y advertencia.

Fue entonces cuando mi cuerpo reaccionó. No pensé, no razoné, solo corrí. El aire frío quemaba mis pulmones, y las lágrimas, de pura impotencia, caían sin control. Escuché pasos detrás, voces, pero me obligué a acelerar, a seguir, a ignorar el dolor que sentía en cada músculo. La lluvia comenzó a golpear los cristales de las ventanas y, finalmente, cuando logré atravesar las puertas principales, sentí el aire helado y húmedo golpearme de frente.

El legado de ElaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora