Han pasado seis meses desde el anuncio oficial, y hoy es el gran día.
En cada evento, Charles me sorprendía más. Cada vestido era mejor que el anterior, y mi vestido de novia era un sueño.
La imagen que proyectaba el espejo era fascinante. Mi cabello rojo, que usualmente llevaba suelto, estaba recogido en un elegante peinado de trenzas.
El vestido era una verdadera obra de arte, un diseño exquisito que parecía salido de un cuento de hadas. La tela principal era de seda blanca, suave y ligeramente brillante. El elemento más destacado era el encaje intrincado que cubría gran parte del vestido. Este encaje, de un blanco nieve, tenía patrones florales y hojas que parecían dibujados por la naturaleza misma. Cada hebra estaba cuidadosamente colocada para crear un efecto de transparencia y ligereza, como si el vestido estuviera hecho de niebla.
Los diamantes añadían el toque final de elegancia.
La falda era amplia y se abría en forma de campana. El corpiño, ajustado, tenía un escote en V que resaltaba la belleza de mi cuello, adornado con una gargantilla. Mis brazos estaban cubiertos por largas mangas de encaje que se ajustaban a la perfección.
En la parte posterior, había un detalle especial: un lazo de encaje atado a la cintura, creando un efecto de silueta más esbelta. El lazo estaba adornado con un pequeño broche de diamantes que brillaba como un faro en la oscuridad.
Al moverme, el vestido parecía cobrar vida. El encaje se deslizaba con gracia, como si bailara, y los diamantes brillaban como estrellas en el cielo nocturno.
Mis ojos se llenaron de emoción; no podía creer cómo me veía en ese vestido.
Aunque había estado comprometida desde mi creación, nunca me imaginé así.
-Hija, es hora de ir a la iglesia -dijo el conde Anndrasdan, que quedó atónito al verme, aunque rápidamente se recompuso.
La iglesia me generaba cierto conflicto, pero hoy lo dejaría pasar.
El conde me acompaña, y cuando veo a Charles, todo lo demás se desvanece.
¿Cómo un humano pudo calar tan hondo en mí?
La ceremonia comienza y escucho las palabras del sacerdote, pero mi atención está en él. En sus ojos, en su sonrisa, en su amor.
Llega el momento de los votos, y él toma mi mano. Su voz tiembla mientras dice:
-Ameliel, desde el momento en que te conocí, supe que eras la única para mí. Eres mi mejor amiga, mi compañera... mi ángel. Prometo amarte y protegerte por el resto de mi vida. Prometo estar a tu lado en los momentos felices y en los difíciles, hasta mi último suspiro. Prometo amarte sin condiciones, sin reservas, sin límites.
Sus ojos se llenan de lágrimas, y mi corazón se derrite. Yo también me siento emocionada y respondo:
-Charles, mi refugio, mi hogar. Prometo amarte y apoyarte en todo momento. Prometo ser tu compañera en esta vida y en la que siga. Prometo, por mi Dios, amarte por siempre, sin importar lo que venga.
Intercambiamos los anillos y nos besamos, sellando nuestro amor para siempre. La emoción es intensa y el amor que sentimos, palpable. En este momento, nada más importa que nosotros dos.
El sacerdote sonríe.
-Por los poderes otorgados por la ley y la Santa Iglesia, yo los declaro marido y mujer. ¡Felicitaciones!
La iglesia estalla en aplausos y felicitaciones, pero nosotros solo nos miramos.
-Sin duda, mi esposa es la más hermosa del mundo -dice, tomando mi mano mientras caminamos por el pasillo. Ahora sería la recepción en casa.
-Esta vez sí te luciste -comento, admirando el lugar, mientras subimos al carruaje. Todos los invitados nos siguen en otros carruajes.
-Quería que fuera inolvidable, la boda del siglo.
-Nos casamos ante los humanos —empiezo, jugueteando con mi anillo para calmar mis nervios ante lo que voy a proponer- pero hay una ceremonia...
-Te escucho.
-Es una ceremonia divina. Los ángeles usualmente no se emparejan, pero hay excepciones. Esta ceremonia es una forma de unir las energías.
Él se queda callado, así que continúo.
-Soy un ser de pura energía, y tú tienes un alma que es prácticamente energía divina. Sé que suena abrumador, pero me gustaría...
-No, Ameliel -me corta. No pregunto por qué, pero eso me molesta muchísimo.
-Idiota -susurro, y lo ignoro todo el camino.
Al llegar, empiezan las felicitaciones de las personas que no fueron a la ceremonia pero sí a la recepción. Entonces, una cabellera rubia platinada me congela en mi lugar. Charles me llama, pero no puedo apartar la vista de esos ojos grises que me miran con tanto dolor.
-Lucifer... -susurro. Él solo me dedica una sonrisa triste y se da la vuelta para alejarse.
Intento alcanzarlo, pero cuando salgo por la puerta, ya no está.