Los meses habían transcurrido como una brisa suave y constante, y mi cuerpo, luego de eones, había cambiado de una manera que jamás imaginé. Frente al espejo, una sonrisa se dibujaba en mi rostro mientras mis manos se posaban sobre mi vientre abultado. El reflejo no dejaba lugar a dudas: estaba esperando un hijo, una nueva vida que crecía en mi interior.
Era una sensación única, mágica. Aunque el niño no se comunicaba conmigo de manera directa, sentía su presencia de formas indescriptibles. Cada movimiento que hacía, cada pequeño gesto que reflejaba disgusto o placer, resonaba en mi interior. Y, en los momentos más tranquilos, podía escuchar el latido de su diminuto corazón acompasándose con el mío, creando una sinfonía que solo nosotros entendíamos.
—Ameliel.
La voz grave pero cálida de Charles interrumpió mis pensamientos. Me giré hacia la puerta y allí estaba él, mi esposo, con una expresión que rara vez permitía que otros vieran. Pero para mí, siempre guardaba esas sonrisas suaves que iluminaban su rostro. En sus manos sostenía algo cuidadosamente doblado, como si fuera un tesoro frágil.
-¿Qué tienes ahí? -pregunté, inclinando la cabeza con curiosidad, mientras mi mirada buscaba pistas en sus movimientos.
Charles se acercó lentamente, sus pasos firmes pero llenos de cuidado. Cuando estuvo a mi lado, desplegó el objeto: una manta blanca, bordada con delicados detalles dorados que relucían bajo la luz. En el centro destacaba el escudo de su familia, tejido con precisión y esmero.
-Aprendí a bordar -dijo, con una leve incomodidad en su tono, mientras un rubor se asomaba en sus mejillas.
No pude evitar que una risa suave escapara de mis labios. El Gran Duque, conocido por su reputación gélida y su severidad, había encontrado tiempo para sentarse a bordar. La imagen mental era tan tierna como sorprendente.
-¿Tú? ¿Bordando? -bromeé, tomando la manta entre mis manos. Mis dedos recorrieron los finos hilos dorados, admirando la perfección del trabajo.
-No me mires así -respondió, intentando sonar serio, aunque su tono traicionaba cierta timidez- Le pedí a una criada que me enseñara. Al principio no lo podía creer, pero resultó que soy bastante bueno en esto.
-No "bastante bueno" -corregí, con sinceridad—. Esto es increíble, Charles. Es hermoso.
Él asintió, un destello de orgullo asomando en su mirada.
-Es para él -dijo, señalando mi vientre con una ternura que hizo que mi corazón se encogiera.
En ese instante, sentí un leve movimiento dentro de mí, como si nuestro hijo compartiera la emoción. No pude evitar sonreír.
-Todavía falta algo -continuó Charles, su expresión tornándose seria- Aún no hemos decidido cómo lo llamaremos.
Asentí, perdiéndome por un momento en mis propios pensamientos. Mis recuerdos me llevaron al pasado, a Aled, mi último protegido. Aquel niño cuya vida fue truncada de manera injusta, alguien que merecía mucho más de lo que el destino le ofreció. Había fallado en mi misión de protegerlo, y ese peso aún lo cargaba en mi alma. Ahora tenía la oportunidad de honrarlo, de redimirme.
-Quiero que se llame Aled -dije finalmente, con firmeza, alzando la mirada para encontrarme con los ojos de Charles.
Él permaneció en silencio por un instante, como procesando mis palabras. Luego, con una ternura infinita, colocó su mano sobre mi vientre. Juntos sentimos otro movimiento, un suave empujón, como si el bebé estuviera de acuerdo con nuestra elección.
-Le gusta -susurré, emocionada, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.
Charles sonrió, pero entonces noté algo diferente en su mirada. Sus ojos se humedecieron, y su expresión cambió, volviéndose más sombría. Las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos no eran de simple alegría. Había algo más profundo detrás de ellas.
-Charles... -murmuré, preocupada, pero él negó con la cabeza antes de responder.
-No soy Charles ahora -dijo en un susurro cargado de melancolía—. Soy Caín.
El aire en la habitación pareció volverse más pesado, más denso, y comprendí lo que quería decir. Charles estaba recordando. No solo esta vida, sino todas las vidas pasadas. Cada pérdida, cada sufrimiento, cada momento grabado en su alma.
-Me queda poco tiempo -confesó con la voz quebrada-Cuando Charles lo recuerde todo, yo desapareceré. Seremos uno nuevamente... pero solo por un momento antes del final.
Sentí que mi corazón se rompía al escuchar esas palabras. Pero antes de que pudiera protestar, él continuó.
-Quiero que sepas algo antes de que eso pase. Algo que es verdad en esta vida y en todas las que vengan.
Lo miré en silencio, con lágrimas rodando por mis mejillas, mi pecho apretado por la angustia.
-Te amo. Mi alma te ama. En todas mis vidas, nunca he amado a nadie como a ti. Eres mi refugio, mi milagro. Y ahora, saber que llevamos un hijo juntos… es algo que nunca creí posible. Este bebé es nuestra bendición. Algo que ni siquiera soñé que podría suceder.
Mis lágrimas caían sin control. Las palabras de Charles, o de Caín, eran como un bálsamo para mi corazón roto.
-No vas a desaparecer -dije con una fuerza que no sabía que tenía. Tomé su mano y la coloqué nuevamente sobre mi vientre, donde nuestro hijo seguía moviéndose, como si quisiera recordarnos que él estaba allí, con nosotros-Su nombre será Aled. Y tú lo cargarás en tus brazos. Te amará tanto como yo. Ambos te amamos, Charles. En esta vida y en todas las que vendrán.
Él me miró con una intensidad que me dejó sin aliento. En sus ojos había una promesa, una declaración eterna que iba más allá de las palabras. Entonces, me incliné hacia él, y nuestros labios se encontraron. Fue un beso cargado de amor, de esperanza y de un pacto que trascendía el tiempo, un juramento sellado no solo para esta vida, sino para todas las que le quedaban por vivir, sin importar en que se convirtiera.
