19. Primera Cita

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Al llegar al hogar del duque, me recibió con el rostro cargado de angustia, lo que despertó en mí una ternura inesperada.

-Ameliel... -la forma en la que pronunció mi nombre me provocó un cosquilleo en el corazón. Juraría que estuvo a punto de abrazarme, pero se detuvo bruscamente frente a mí. Me inspeccionó con la mirada, buscando señales de daño, y las encontró.

Me di cuenta de inmediato: no parecía confundido, sino molesto.

-¿Sabías de las extrañas tendencias de la reina? -desvió la mirada, apenado.

-No sabía cómo explicártelo. Por eso no quería que fueras sola.

-Usa hechicería demoníaca a través de un pacto con un demonio -respondí, y vi cómo esa revelación lo tomó por sorpresa.

-¿Te hizo más daño? -La culpa pesaba en su voz mientras se acercaba y tomaba un mechón de mi cabello con delicadeza.

-Ni aunque quisiera podría hacerme más. Solo me tomó desprevenida.

Por un momento, nuestras miradas se encontraron, sosteniéndose en silencio. El azul de sus ojos era tan profundo y cautivador como el mar, imposible de ignorar o comparar con cualquier otra cosa que hubiera visto antes.

-Mandaré a una criada para que te empareje el cabello -murmuró al fin, alejándose y rompiendo el contacto visual. Sentí que la voz me fallaba, así que carraspeé incómoda.

-Está bien... -logré decir, mientras él pasaba de largo en dirección a mi habitación.

Algo era diferente. Las criadas me miraban con expresiones pícaras y compartían miradas entre ellas. No tenía ánimos para prestarles atención, así que lo dejé pasar.

Al llegar a mi habitación y abrir la puerta, me detuve, sorprendida por lo que vi.

El cuarto estaba repleto de flores; apenas quedaba espacio para caminar. Un estrecho sendero de pétalos llevaba hacia el centro de la habitación, donde destacaba un ramo de rosas rojas. Entré, todavía maravillada por la belleza de las flores, sintiendo cómo la sorpresa me envolvía.

En el centro del ramo de rosas había un sobre con un sello rojo, revelando sin lugar a dudas quién lo había enviado. Abrí la carta con cuidado, y una caligrafía pulcra y elegante me dio la bienvenida:

Condesa Anndrasdan, o mejor dicho, Ameliel, la esperanza de Dios, dulce ángel de ojos violetas e ilustre belleza. Me tomé el atrevimiento de cortejarla de esta manera, y si mi acto no le parece inapropiado, me gustaría invitarla a una cita.

Con la esperanza de que acepte mi propuesta, las criadas ya están listas para prepararla. Pero si no desea ir, lo entenderé. Solo dígalo, y lo terminaré.
Pues su palabra es mi ley.

En espera de una respuesta favorable,
su prometido,
Chales.

Sin darme cuenta, estaba sonriendo. ¿Una cita? Era una experiencia nueva para mí, y más aún considerando que sería con un humano.

Poco después, cinco criadas entraron en la habitación. Les sonreí y asentí con suavidad, dándoles una orden silenciosa para que me prepararan.

Lo primero que hicieron fue emparejar mi cabello, pues lo habían cortado de manera desprolija en el palacio. Me bañaron con agua de rosas, perfumaron mi piel, peinaron mis cabellos y me vistieron con esmero. Luego, me maquillaron de forma sutil, resaltando mis mejillas, labios y ojos, lo que acentuó aún más mis rasgos.

Una vez más, me perforaron las orejas para adornarlas con elegantes accesorios.

Cuando me miré al espejo, sonreí. Siempre había sido hermosa, pero esta vez me sentía más hermosa de lo habitual.

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