-El sello debe romperse, y para eso necesitas sacrificar algo, Ameliel. Eres mi esperanza. -No reconocía de dónde provenía la voz y estaba en un lugar tan oscuro que no podía ver ni mis propias manos.
-¿Quién eres? -pregunté, a la defensiva.
-El sello debe romperse, y para eso necesitas sacrificar algo, Ameliel. Eres mi esperanza_ repitió la voz.
-¿Qué sello? ¿Quién eres?
-Ameliel, soy paranoico desde siempre. Sabíamos lo que podía pasar, y hay cosas que no se pueden evitar.
-¿Qué? -dije, confusa
-¿Quién eres?
-Soy Ameliel Baudelaire Anndrasdan -respondí con firmeza, buscando recuperar el control.
-Me alegra que hayas encontrado la felicidad en ese humano, pero... ¿quién eres, Ameliel?- Su tono paternal despertó algo en mí, algo que no podía explicar.
-Soy Ameliel, la esperanza de Dios -afirmé, con un nudo en la garganta.
-Eres mi esperanza, Ameliel. No lo olvides.
-¿Mi Dios? ¿Eres tú? -Mi voz se quebró.
-No estoy muerto, Ameliel. Y tu hijo me permitió tener esta conversación contigo.
-¿Cómo? No entiendo nada.
-Rompe el sello y cumple tu misión. Así tendrás tu libertad... y su salvación.
Desperté agitada de ese sueño, con un agudo dolor que me hizo gritar. Charles se despertó alarmado a mi lado.
Sentí algo mojado entre mis piernas, seguido de otra punzada de dolor que me dejó sin aliento.
-Ya es hora... -dije entre gritos. Nunca en mi vida había sentido un dolor tan intenso.
-¡Pero aún falta un mes! -exclamó Charles, levantándose apresurado para encender una vela.
-El bebé ya viene -respondí, justo cuando un rayo resonó, apagando mis palabras y llenando la habitación con su estruendo.
Charles salió corriendo de la habitación mientras yo intentaba controlar mi respiración. Afuera, la tormenta rugía con violencia, y la lluvia golpeaba la ventana como si quisiera derribarla. Otro grito desgarrador escapó de mis labios justo cuando Charles regresó con varias criadas.
Mis gritos se mezclaban con el rugir de los truenos, haciendo vibrar toda la habitación. Las velas temblaban en sus candelabros, proyectando sombras danzantes en las paredes. De repente, un vidrio de la ventana se rompió, dejando que el viento helado y la lluvia empaparan la alfombra.
Me arqueé sobre la cama, atrapada en olas de dolor que parecían desgarrarme por dentro. Charles estaba a mi lado, sosteniéndome con una mezcla de pánico y amor.
-Estoy contigo, Ameliel -me susurró, aunque su voz temblaba de desesperación-No estás sola, te lo prometo.
Apenas podía responder. Cada contracción era un tormento que me dejaba sin aliento. Sentía energías alrededor, confusas y entremezcladas. Una presencia celestial parecía tan cercana y, a la vez, amenazante, mientras otra observaba desde la distancia. Sentir ángeles presenciando mi sufrimiento en silencio era desconcertante.
-¡Empuja! -gritó la partera, mientras otra criada sostenía un paño limpio.
Apreté los dientes y, entre jadeos, obedecí. Mi cuerpo estaba al límite, pero no podía detenerme.Charles me sujetó el rostro, obligándome a mirarlo.
-Eres más fuerte de lo que crees. Estoy contigo, Ameliel. Tú puedes hacerlo.
Sus palabras me dieron fuerzas que creía inexistentes. Empujé de nuevo, con todo lo que tenía, mientras sentía que mi cuerpo se desgarraba. La partera gritó que podía ver la cabeza del bebé, pero el estruendo de los truenos y el caos a mi alrededor lo hacían parecer irreal, como si estuviera en otro plano.
Las horas transcurrieron entre el dolor y el caos. La tormenta seguía azotando con violencia, como si la tierra misma reaccionara a lo que ocurría en la habitación. Finalmente, con mi último esfuerzo desgarrador, el bebé salió al mundo.
Por un instante, todo se detuvo.
Note un cambio en el ambiente, como si una vibración recorriera la habitación. Fue tan breve que no pude identificarlo, pero supe que algo había sucedido
El llanto que esperaba no llegó.
La partera revisó al bebé con prisa. Su rostro se transformó en una mezcla de pena y temor.
-No está vivo... -murmuró, casi sin voz.
El mundo pareció detenerse. Charles cayó de rodillas junto a la cama, cubriéndose el rostro mientras sollozaba.-No... esto no puede estar pasando... -repetía entre lágrimas.
No podía escucharlo del todo. Sentía que algo se rompía dentro de mí, algo irreparable. Pero entonces, en medio de mi confusión, una voz resonó en mi mente, clara y profunda.
-Hoy nació un celestial, Ameliel. La tierra misma lo supo, pero no es tu destino conocerlo.
Las palabras me dejaron paralizada. Quise gritar, preguntar, exigir una explicación, pero el agotamiento me venció. Antes de perder la conciencia, sentí cómo las energías que me rodeaban se disipaban lentamente, dejando la habitación en un silencio extraño, mientras los sollozos de Charles llenaban el vacío.
Y así, en medio de la tormenta, el destino de mi hijo quedó envuelto en un misterio que aún no podía comprender.
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