24.La ciudad del hedor

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Miraba el paisaje azul. El vaivén de las olas movía el barco suavemente; me gustaba la sensación, pero al parecer a mi esposo no. Estaba pálido.

-Le haces competencia a los vampiros -le dije, riéndome de él.

Charles me miró desde la cama y, para mi sorpresa, respondió

-Y tú les haces competencia a las niñas de cinco años por lo molesta.

Estaba entre divertida y molesta. Por un lado, me gustaba que no se quedara callado, lo hacía más entretenido; pero por otro, ¡¿quién se creía para decirme molesta?!

-Al menos yo no estoy postrada en la cama por mareos -repliqué, cruzándome de brazos.

-Al menos yo tengo ombligo.

-¿Qué tiene eso que ver? -pregunté, verdaderamente divertida.

-No sé, el cerebro me da vueltas; no se me ocurrió otra cosa.

Me acosté a su lado y noté que su cuerpo estaba ardiendo.

-Charles, estás muy caliente.

Él rió, y yo fruncí el ceño justo cuando se las ingenió para terminar encima mío, con sus extremidades rodeándome.

Quedé como piedra cuando sus labios chocaron con los míos. Me era imposible no deshacerme ante él. Sus besos bajaron a mi cuello y mis pechos.

-No quería presionarte, pero me muero por volver a probarte -susurró, mientras yo me mordía los labios para no gemir. Sin embargo, cuando una de sus manos desgarró mi escote para liberar mis pechos, sentí su piel sumamente caliente.

-Charles, para.

-¿Por qué?

-Estás hirviendo. Los humanos no deben estar tan calientes, o se mueren.

Charles me miró con una mezcla de desconcierto y deseo, pero al notar mi preocupación, en lugar de mi entrega, se incorporó con esfuerzo, todavía con la respiración agitada. Su rostro estaba encendido, no solo de fiebre, sino también por lo que acababa de ocurrir.

-Estoy bien, Ameliel -dijo con voz ronca. Pero lo conocía lo suficiente como para saber que estaba mintiendo.

Me senté a su lado y posé mi mano en su frente. Su piel quemaba como si estuviera en llamas. Cerré los ojos y dejé que mi energía fluyera hacia él.

-Charles, no te muevas -susurré.

Un leve destello comenzó a irradiar de mis manos, envolviéndonos a ambos en una cálida luz. Sentí cómo mi poder se deslizaba por su cuerpo, buscando la raíz de su malestar. Era un esfuerzo agotador, pero no podía permitir que sufriera más.
La energia sanadora era de las mas desgastantes

-Ameliel, ¿qué estás haciendo? -preguntó con la voz apenas audible.

-Cuidándote, como siempre lo hago, aunque no te lo merezcas -respondí con una ligera sonrisa. Mis palabras parecieron tranquilizarlo, y su cuerpo se relajó bajo mi toque.

Minutos después, su temperatura comenzó a estabilizarse. Retiré mis manos, agotada pero satisfecha. Charles me miraba con una expresión indescriptible, mezcla de gratitud y admiración.

-Eres... increíble -susurró.

Me sonrojé, desviando la mirada.

-Y tú eres un desastre, Charles.

Él se inclinó hacia mí y, con más suavidad que antes, dejó un beso en mi frente.

-Gracias, mi ángel -murmuró.

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