Desde que llegamos a Luxemburgo, los días parecían volar entre la rutina y el peso de lo que habíamos descubierto. La nieve era más abundante que en años anteriores, cubriendo todo con un manto blanco que contrastaba con la oscuridad que sentía dentro de mí. Desde nuestro encuentro con Uriel y Chamuel, el tiempo había comenzado a jugar en nuestra contra. Charles ya no era el mismo. A veces, no hablaba como mi esposo, sino como Caín. Lo peor era cuando utilizaba el adamico, un lenguaje que nadie podía entender, pero que era imposible ignorar por su fuerza y extrañeza.
Me sentía profundamente rota. Sabía que este momento llegaría, pero nunca pensé que tan rápido. Estábamos solos en un mundo helado, y el futuro para nosotros parecía más fría que nunca.
–Ameliel, –escuché su voz y volteé hacia él. Estaba de pie en la puerta, tan guapo como siempre, en sus ojos habia una profunfa alegria que me desgarraba el alma. Por un momento, tuve ganas de llorar, de abrazarlo y nunca soltarlo, quisiera ser capaz d3 acabar con su dolor.
–¿Sí? –respondí, intentando ocultar mi fragilidad.
–Te tengo una sorpresa –dijo con una sonrisa genuina, pero en sus ojos había algo más profundo, algo que no lograba descifrar.
Me tomó de la mano y me guió a través de la casa hasta una habitación que había mantenido cerrada desde que llegamos. Cuando abrió la puerta, me quedé sin aliento. Era una habitación para bebé, cuidadosamente decorada con muebles de madera tallada a mano. Las figuras en los bordes de la cuna y la cómoda eran angelicales, delicadas, como si hubieran sido creadas por alguien que entendía la pureza en su máxima expresión. La habitación tenía una enorme ventana que daba al jardín, donde la nieve caía lentamente, creando un paisaje de ensueño.
–¿Qué te parece? –preguntó, observándome con una mezcla de esperanza y temor.
–Es hermoso, Charles –murmuré, con la voz quebrada. Sentía una mezcla de alegría y tristeza. Habíamos hablado de formar una familia, pero ahora todo parecía tan irreal.
Sin embargo, la calma duró poco. La expresión de Charles cambió de repente. Su rostro se tensó, y sus ojos, que solían ser cálidos, ahora estaban llenos de una oscuridad que me resultaba aterradora.
–Princesa Ameliel –dijo, pero su voz ya no era la de mi esposo. Era la de Caín
-Ya no soy una princesa, deje a Lucifer hace mucho, ahora soy tu esposa.
–Estoy maldito, ¿lo sabías? Maldito por hacer el bien de la forma equivocada.-dice cambiando de tema, ya hablamos varias veces el negaba ser mi esposo y me trataba con recelo.
–Charles... –intenté acercarme, pero él dio un paso atrás, como si temiera que mi toque lo lastimara.
–No puedo confiar en ti –continuó–. Sirves a Él.
Ahí capte algo importante, el sabia sobre Reulan.a
–Mi Dios está muerto y un farsante ocupa su trono –le respondí, con firmeza–. Por eso caí, por eso estoy aquí. Ya no sigo órdenes de nadie.
Sus ojos se suavizaron por un momento, y vi al hombre que amaba asomarse a través de la máscara de Caín.
–¿Por qué debería creerte? –preguntó con la voz cargada de dolor.
–Porque estoy aquí. Porque te amo.
-Amas a mi reencarnación no a mi-dijo desviando la mirada, yo me acerque a el y tome su rostro para hacer contacto virsual.
-Es cierto que amo a Charles con locura, sin embargo, el forma parte de ti y tu de el, permiteme conocerte Cain cuéntame tu historia.
Hubo un largo silencio antes de que él finalmente hablara.
–Está bien, te creeré, pero necesito que entiendas algo. Mi maldición empezó con la sangre de Abel el más amado pero fue una injusticia yo solo hice lo que creí correcto.
Lo miré con curiosidad, y él comenzó a contar su historia.
Caín había sido un hombre de fe. Creía con todo su ser en un Dios justo y todopoderoso. Pero un día, su hermano Abel afirmó que hablaba directamente con Dios. Abel le dijo que debían realizar un ritual para honrarlo, uno que requería sacrificios.
–Lo vi hablar con esa voz –dijo Caín, cerrando los ojos como si reviviera el momento–. No era Dios. Lo supe en cuanto lo escuché. Era algo más, algo oscuro. Esa voz le ordenó buscar criaturas creadas directamente por Dios y destruirlas para poder entrar al mundo humano y bendecirlo. ¿Sabes a quién quería que sacrificara?
–¿A quién? –pregunté, con un nudo en la garganta.
–A Adán y Eva nuestros padres, y los primeros humanos creados.
El horror de sus palabras me dejó sin aliento.
–Yo no podía permitirlo, Ameliel. No podía dejar que ese ente maldito cumpliera su propósito. Así que, una noche, mientras Abel dormía, lo maté con un golpe en la cabeza usando una piedra.
La tristeza en su voz era desgarradora.
–Todos pensaron que lo hice por envidia. Que lo odiaba por ser el favorito de Dios. Pero no fue así. Lo hice para protegerlos a todos, amaba a mi hermano pero no podía permitir que liberara el mal. Y por eso fui maldito por dios, trate de explicarlo pero el arcangel Uriel me quito la capacidad de hablar durante mi juicio.
Lo abracé, sintiendo el peso de su historia y su dolor. Después de todo, la historia no estaba completa y Reulan tramaba algo mas grande.
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