El tiempo pasa tan rápido que me cuesta asimilar que hoy se haya anunciado mi compromiso.
No diría que estoy feliz, pero tampoco triste. Sin embargo, siento un nerviosismo tonto que hasta a mí me resulta gracioso.
Como siempre, el encargado de la organización fue Charles; esta vez ni siquiera ha visto mi vestido.
Si no me gusta, lo modificaré.
Me acuesto en la cama, mirando al techo.
Tantas cosas han cambiado desde mi caída. La vida siguió su rumbo, la Tierra sigue girando, y yo... yo me he enamorado.
Es raro, confuso y hasta me da miedo. Si de por sí un humano no vive mucho, Charles...
Prefiero no pensar en eso.
Lo buscaré siempre, sin importar que en la próxima vida sea un Rakshasa: un hombre con el alma fragmentada, convertido en un demonio encarnado.
¿Podría yo con uno?
Me considero superficial, y eso me aterra.
Probablemente lo mataría apenas lo vea.
Trato de alejar esos pensamientos intrusivos de mi mente cuando lo veo entrar.
Es tan lindo, con esa sonrisa tan radiante que carga.
-¿Por qué sonríes? -pregunta, sin borrar esa sonrisa que me encanta de su rostro.
-Mi futuro esposo es muy lindo -dije, pensando que ese comentario lo pondría feliz, pero en lugar de eso su sonrisa desaparece.
-¿Me querrás cuando sea viejo y arrugado? -Al parecer, a él también lo inquieta el futuro, pero de una forma diferente.
Él nunca llegará a la vejez.
-Claro, si estás dispuesto a viajar cada cinco años. Cuando estés viejito, puedo fingir ser una joven interesada por tu dinero -suelta una corta risa que revoluciona mil cosas en mí, pero luego vuelve a su rostro serio.
-De eso quería hablarte.
-Te escucho.
-Tú no envejeces.
-Ajá...
-Quiero regalarte esto -saca de su chaqueta un pergamino y, al abrirlo, quedo sorprendida- Sé que no puedes quedarte mucho tiempo en un lugar, por la gente, así que te regalo estas tierras.
-Charles...
-Son prósperas y, sobre todo, privadas. Podríamos decir que te encuentras enferma y vivirías ahí tranquila. Incluso después de mi muerte, ese lugar será tuyo completamente.
Estoy realmente sin palabras. Miro las escrituras nuevamente y sonrío. Es un gesto hermoso.
-Pero antes quisiera llevarte a viajar. No quiero que vivas una vida encerrada...
No aguanto más y me lanzo a besarlo.
El vaivén de nuestros labios al principio es lento, pero rápidamente sube de intensidad. No recuerdo hace cuánto no me sentía así, agitada y feliz.
No sé en qué momento terminamos tendidos en la cama, yo encima de él, con mis manos en su pecho mientras él jadea. La conexión que sentí al mirarlo a los ojos no la había experimentado con nadie; sus manos están en mi cadera.
-Ameliel... -mi nombre sale de su boca como un susurro ronco que me eriza la piel.
-Charles... -susurro de la misma forma, inclinándome para besar su cuello. Él aprieta su agarre y se pone rígido.
-Ameliel, no... -no puede terminar de hablar porque las puertas se abren, y varias criadas entran, quedándose estáticas al vernos.
Charles se pone colorado y me baja suavemente.
-Deben aprender a anunciarse antes de ingresar, señoritas -se incorpora y acomoda su traje mientras sale visiblemente nervioso.
-Venimos a prepararla.
-¿y qué esperan?
Las criadas me preparan en silencio, aunque se nota que están nerviosas. Cuando veo el vestido, quedo fascinada. Es hermoso, de un verde esmeralda, con detalles muy minuciosos.
Parece sacado de un cuento.
La tela, la falda, el corsé, todo es perfecto, y al ponérmelo, aún más.
-Se ve hermosa, señorita.
-Es hermosa.
Las criadas están tan fascinadas como yo.
Y cuando Charles entra a mi habitación, se queda igual.
-Eres perfecta.
Lo observo, y él lleva un traje con detalles del mismo color.
Está muy apuesto.
-¿Ya es hora?
-Ya es hora -afirma.
El proceso es el mismo de siempre: la presentación, los saludos, el baile. La marquesa se me acerca apenas me ve, aunque su trato es más distante, y la vizcondesa ni siquiera está presente.
-¿Me concede un baile, condesa Anndrasdan? -un hombre alto y apuesto aparece frente a mí, tendiéndome la mano. Como mi primer baile fue con Charles, puedo aceptar.
-Claro, milord -tomo su mano y comenzamos a bailar.
-Es usted la mujer más bella que he visto en mi vida.
-No creo que haya vivido mucho entonces -él sonríe y me hace girar.
-Es elocuente.
-Y mucho más. ¿Se presenta, milord-baila bastante bien.
-Qué descortés de mi parte. Soy el marqués Alexander MacIlleMhaoil -se separa para hacer una reverencia.
-Un gusto, marqués -le correspondo de manera cortés.
-Me pregunto si, de haber tenido el coraje de invitarla a bailar en su debut, este sería nuestro anuncio. -Ese comentario me pone rígida.
-"El hubiera" no existe, marqués. De nada sirve reprocharnos lo que no hicimos -no me cuestiono cómo sabe que esta es una fiesta de anuncio de compromiso; todos especulan sobre ello.
-Es muy sabia.
-Es una de sus tantas cualidades -Charles aparece tras de mí, tomándome de la mano, ignorando totalmente al marques-Es hora.
Y, como la primera vez, subimos a una pequeña tarima y, para sorpresa de muchos o quizás de nadie, declara:
-Es un honor anunciar mi futuro matrimonio con la condesa Ameliel Anndrasdan.
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