Capítulo 36: Transiciones

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Maki estaba de pie frente a la imponente entrada de la escuela de hechicería de Tokio, finalmente a punto de cruzar el umbral de su nueva vida. Había dejado el clan Zenin atrás; ese lugar se había convertido en un caos desde la muerte de su tía Kaori. Makima, su prima, casi nunca estaba allí últimamente, lo cual era una de las pocas cosas buenas que habían ocurrido en el clan. Solo la veía ocasionalmente, en visitas breves que ocurrían apenas unas pocas veces al mes, y en esos momentos ni siquiera la miraba. Maki se preguntaba si su prima la ignoraba deliberadamente o si simplemente le resultaba tan insignificante que ni siquiera merecía su atención.

En cambio, su hermana Mai siempre se aseguraba de mirarla en esas raras visitas. Pero solo eso: mirarla, sin más interacción. Maki suspiraba al recordar esas miradas, lamentando no haber convencido a Mai de que viniera con ella a la escuela de hechicería. Claro, Mai decía que se conformaba con lo que tenía en el clan, pero era fácil hablar cuando al menos no te trataban peor que a un trapo viejo.

Sacudiéndose los pensamientos, Maki respiró hondo y ajustó sus gafas, decidida a concentrarse en el presente. Finalmente, dio sus primeros pasos en el aula de primer año. Pero lo que encontró al cruzar la puerta fue muy distinto a lo que había imaginado: frente a ella estaba un chico de cabello gris, con la boca cubierta por una tela, mirándola con aparente desinterés. Y a su lado, sorprendentemente, había un panda... un panda que, para colmo, la miraba con la misma naturalidad que cualquiera.

"¡Hola, soy Panda!" dijo el panda, saludándola con una voz jovial.

Maki se quedó pasmada, su mente intentando procesar lo que acababa de ver y escuchar. "¿Un panda... que habla?" pensó, sin saber si lo que veía era algún tipo de ilusión o una broma. Sin embargo, el chico de cabello gris parecía tan indiferente que hizo que Maki dudara aún más de la situación.

"Alga," comentó el chico sin mover mucho los labios, con un tono vago y despreocupado. Su mirada inexpresiva hacía juego con su voz, y Maki sintió una pequeña punzada de frustración. Apenas acababa de llegar y ya no entendía absolutamente nada.

Antes de que pudiera hacer alguna pregunta o salir del desconcierto, la puerta se abrió de nuevo, revelando a un hombre alto de cabello blanco, vestido completamente de negro, con los ojos cubiertos por una venda oscura. Su expresión era animada, y tenía una sonrisa tan amplia que iluminaba la sala entera.

"¡Bienvenidos, mis nuevos y queridos alumnos! Yo seré su profesor; me llamo Gojo Satoru," anunció con una voz alegre, alzando los brazos como si estuviera a punto de darles un espectáculo en lugar de una clase.

Maki no podía apartar la vista del hombre, tratando de entender quién era. De inmediato recordó haberlo visto en el pasado, la imagen de su cabello blanco y figura imponente se le hacía demasiado familiar. "¿Es este el tipo que siempre lleva y trae a Makima?" pensó, sintiendo una ola de incomodidad en su estómago. "No me digas que ella está aquí...". La idea de que su prima psicópata estuviera en la misma escuela hizo que se le helara la sangre. Aunque en realidad, aún era muy joven para asistir al instituto, no podía evitar preocuparse por si ella rondaba los pasillos, observándola con su mirada fría y dominante.

"Bueno, empecemos con lo básico: ¡la presentación!" exclamó Gojo, su energía casi desbordante mientras observaba a sus nuevos alumnos con entusiasmo.

Maki se ajustó nuevamente las gafas, suspirando para tratar de calmar el torbellino de pensamientos y emociones que la asaltaban. En apenas unos minutos en la escuela, ya había vivido más sorpresas que en los últimos meses en el clan Zenin. Miró a sus compañeros de clase, sintiendo una mezcla de curiosidad e intriga sobre lo que vendría. Tenía el presentimiento de que este lugar le traería experiencias muy distintas a las del clan, y aunque aún le costaba relajarse, decidió abrirse a esta nueva vida.

Shoko estaba en la sala de tratamiento, atendiendo a un hechicero que llegó con una herida en el brazo, pálido por la pérdida de sangre. A su lado, Rika, su aprendiz, estaba concentrada en intentar activar su técnica inversa. La chica respiraba profundamente, haciendo intentos desesperados por que su energía fluyera correctamente, pero el hechicero notaba su frustración, y su rostro comenzaba a reflejar una creciente incomodidad ante la situación. Shoko observaba desde una esquina, con una sonrisa que contenía una mezcla de ternura y resignación; Rika había traído consigo una energía fresca y apasionada a su día a día, y a pesar de sus fallos, Shoko apreciaba esa chispa inexperta que la joven aportaba.

"Voy a tomar un descanso," dijo Shoko con tranquilidad, tomando su paquete de cigarrillos mientras se alejaba hacia una habitación contigua. Rika apenas asintió, completamente absorta en sus esfuerzos por concentrarse y liberar la energía maldita invertida, determinada a demostrar que podía curar a otro. Shoko dejó escapar una pequeña risa y cerró la puerta, dejando a su aprendiz en medio de la escena.

Al llegar al balcón, Shoko encendió un cigarrillo y dio una profunda calada, disfrutando de cómo la nicotina se extendía por sus pulmones. Miró al cielo despejado, dejando que la suave brisa acariciara su rostro mientras exhalaba el humo con calma. "Es un buen día", pensó, permitiéndose unos momentos de paz en medio de la rutina. "¿Enserio tengo que hacer esto?" Pero su momento de tranquilidad se interrumpió cuando escuchó una voz exasperada proveniente de abajo.

Shoko, desde el balcón, miró hacia abajo y divisó una escena que le arrancó una mezcla de sorpresa y diversión. En el patio del instituto, Makima estaba sentada con una expresión despreocupada sobre una pila de llantas de auto, atadas con una cuerda que se sujetaba a la espalda de una estudiante. Era Kirara Hoshi, si Shoko recordaba bien, una estudiante de segundo año que, visiblemente exhausta, hacía su mayor esfuerzo por avanzar arrastrando la pesada carga. La expresión en el rostro de Kirara era una mezcla de sufrimiento y resignación, y su respiración era pesada mientras intentaba mantener el ritmo.

"Siempre que me acompañas eres muy lenta," declaró Makima desde su improvisado trono de llantas, su tono seco y autoritario, pero sin perder esa frialdad natural. "Tienes que mejorar más rápido o me atrasarás."

Shoko observó cómo Kirara, al borde de las lágrimas, seguía avanzando sin responder. Los ojos de la chica reflejaban cansancio, pero también una sumisión a la peculiar dinámica que Makima imponía. Kirara solo podía seguir adelante, sabiendo que detenerse no era una opción si quería evitar más críticas.

"No sé si eso sea bueno o malo," murmuró Shoko para sí misma, con una sonrisa irónica mientras apagaba el cigarrillo, dando una última mirada a la escena antes de regresar al interior de la sala de tratamiento.

Al entrar, vio al hechicero mirándola con una mezcla de esperanza y súplica, deseando que Shoko lo ayudara de una vez y lo salvara de los intentos frustrados de Rika. "Disculpe, Ieiri-san... Creo que sería mejor si usted lo hace directamente," murmuró con voz temblorosa, al borde de la desesperación.

"¡Cállate! ¡Me desconcentras!" le espetó Rika, sin paciencia, y en un arranque de frustración le dio un golpe en el brazo herido. El hechicero soltó un grito de dolor, cerrando los ojos por el impacto. Shoko, desde la puerta, intentó contener la risa ante la situación, sabiendo que Rika no lo hacía a propósito, pero su expresión impaciente le daba un aire gracioso.

Finalmente, Shoko se acercó y tomó una silla junto a la camilla, esbozando una sonrisa tranquila. "Vamos, Rika. Te mostraré cómo funciona... si logras calmarte un poco." Rika, aún con los labios fruncidos, asintió y observó atentamente mientras Shoko extendía su propia técnica de energía inversa, sanando la herida en cuestión de segundos.

Jujutsu Kaisen: La Hechicera del ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora