Atrapado en las Sombras

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Era un día como cualquier otro para Haru. A sus quince años, estaba acostumbrado a la rutina de la escuela y los amigos, y aunque su relación con sus padres era fuerte, también sentía ese deseo natural de independencia y de vivir sus propias experiencias. A menudo se preguntaba sobre el mundo de héroes y villanos que había moldeado las vidas de Dabi y Hawks, y aunque ellos siempre lo habían mantenido al margen, Haru era curioso por naturaleza.

Ese día, al terminar sus clases, Haru decidió tomar un atajo hacia el parque a través de una calle menos transitada. El sol ya comenzaba a ponerse, y la luz tenue bañaba las calles con una calidez engañosa. Caminaba tranquilo, con los auriculares puestos, inmerso en la música mientras sus pensamientos volaban.

De repente, notó una sombra que lo seguía desde la distancia. Era algo tan sutil que apenas lo percibió. Al voltear, no vio nada fuera de lo común, pero el ambiente se sentía diferente, más denso, como si alguien estuviera observándolo desde algún lugar. Pensó en llamar a Hawks para que lo recogiera, pero desechó la idea rápidamente. No quería que sus padres pensaran que no podía cuidarse solo.

Pero ese instante de descuido fue todo lo que los secuestradores necesitaban.

La trampa

Mientras avanzaba por la calle, un hombre salió de una esquina y se le acercó con una sonrisa amigable.

—Oye, ¿sabes cómo llegar al centro comercial? Estoy un poco perdido, ¿puedes ayudarme?

Haru dudó, pero la expresión amable del desconocido lo hizo bajar la guardia. Al acercarse para explicarle, otro hombre apareció detrás de él, y antes de que pudiera reaccionar, sintió un golpe en la nuca que lo dejó aturdido. Apenas tuvo tiempo de girar la cabeza antes de que su visión comenzara a desvanecerse.

—¿Q-qué...? —murmuró, mientras su cuerpo se debilitaba y sus piernas se doblaban bajo su peso.

Los hombres lo atraparon antes de que pudiera caer, y en un instante, lo arrastraron a una camioneta oscura que estaba estacionada a unos metros. Haru intentó luchar, pero sus movimientos eran lentos y torpes, como si el golpe le hubiera nublado los sentidos. Sintió cómo sus brazos eran inmovilizados con firmeza, y la última imagen que captó fue la puerta de la camioneta cerrándose.

La oscuridad del encierro

Cuando Haru recuperó la conciencia, todo estaba oscuro a su alrededor. Un dolor punzante en la cabeza le recordó el golpe, y sus manos y pies estaban atados. Intentó moverse, pero las cuerdas eran gruesas y estaban aseguradas con fuerza. Al girar la cabeza, notó una pequeña ventana alta por la que se filtraba un rayo de luz tenue, apenas suficiente para iluminar el lugar donde lo tenían encerrado.

A su alrededor había paredes frías de concreto y un suelo de piedra sucia. El aire olía a humedad y encierro, y una sensación de pánico comenzó a invadirlo. Haru respiró hondo, tratando de recordar los ejercicios de calma que Hawks le había enseñado cuando era pequeño. Sabía que entrar en pánico solo empeoraría las cosas.

Intentó gritar, pero pronto se dio cuenta de que no había nadie cerca que pudiera escucharlo. El lugar estaba completamente aislado.

—Papá... mamá... —susurró, apenas consciente de que su voz no llegaría a ningún lado.

Una visita inquietante

Pasaron horas, quizás días, sin que Haru tuviera idea del tiempo transcurrido. No había relojes ni ventanas que le permitieran saber si era de día o de noche. El hambre y la sed empezaron a desgastarlo, y cada vez que cerraba los ojos, sus pensamientos volvían a su familia, preguntándose si estarían buscándolo y si estarían bien.

Finalmente, la puerta de metal de la habitación se abrió, y una figura encapuchada entró, dejando una bandeja de comida en el suelo. El hombre era alto y llevaba el rostro cubierto, dejando ver solo unos ojos fríos y calculadores que lo observaban sin expresión.

—Come. Te hará falta energía —dijo en un tono áspero, sin el más mínimo rastro de amabilidad.

Haru no respondió. Intentó sostenerle la mirada, pero el miedo lo invadía. A pesar de todo, su determinación no se había quebrado. Él era el hijo de Hawks y Dabi, y sabía que ellos estarían buscándolo, que no lo abandonarían.

—¿Qué... qué quieren de mí? —preguntó con voz temblorosa.

El hombre soltó una risa corta, burlona. —Sabemos quién eres. Y sabemos lo que tus padres han hecho. Esta es nuestra manera de cobrar una deuda.

Haru intentó pensar en qué se refería, pero estaba demasiado asustado y cansado para comprender. Las palabras del hombre parecían una amenaza, una que implicaba que el motivo del secuestro tenía que ver con su familia, con los peligros que sus padres habían enfrentado y que, ahora, se volvieron en su contra.

Resistencia y esperanza

Días después, cuando Haru comenzaba a perder la noción del tiempo y la esperanza parecía flaquear, intentó idear un plan de escape. Se dio cuenta de que, cuando le traían comida, la puerta quedaba ligeramente abierta por unos segundos. Podía ver que los hombres no llevaban armas a la vista y que uno de ellos, el mismo que había hablado con él la primera vez, parecía ser menos cuidadoso al entrar.

Haru decidió esperar el momento perfecto. Durante la siguiente visita, fingió estar aún más débil de lo que realmente estaba, esperando aprovecharse de la distracción del hombre. Cuando el secuestrador se acercó para dejar la bandeja, Haru usó toda la fuerza que le quedaba y lo empujó, haciendo que el hombre tropezara y cayera al suelo.

Aprovechó el momento y, aunque estaba atado, se arrastró hacia la puerta con la esperanza de encontrar una salida. Sin embargo, antes de que pudiera llegar, sintió cómo unas manos firmes lo atrapaban, sujetándolo con fuerza y arrastrándolo de regreso a la habitación.

—¿Quieres jugar? —dijo el secuestrador, con una sonrisa cruel. —No vas a escapar de aquí. No hasta que tus padres cumplan con lo que queremos.

Haru fue devuelto a la oscuridad, su intento de escape frustrado, pero en el fondo de su corazón, su resistencia seguía intacta. Sabía que su familia estaba ahí afuera, y que sus padres harían lo imposible por rescatarlo.

El mensaje desesperado

A la mañana siguiente, Haru escuchó a dos de los secuestradores hablando entre sí, mencionando un "plazo" y refiriéndose a la llegada de alguien importante. Entendió que sus padres, de alguna manera, debían estar cerca de cumplir con las demandas de los secuestradores, aunque no tenía claro qué tipo de sacrificios les estarían exigiendo.

A pesar de sus miedos y de la creciente desesperación, Haru mantenía la fe en que sus padres lo salvarían. Aunque estaba aislado y rodeado de oscuridad, cada vez que cerraba los ojos, se imaginaba el abrazo de Hawks y la mirada firme de Dabi, prometiéndose a sí mismo que no dejaría que el temor lo venciera.

La espera en la oscuridad

Los días continuaron pasando, y la vida de Haru se redujo a un ciclo de espera y resistencia. Sabía que cada segundo que pasaba era una prueba más de su fortaleza y de su fe en su familia. Aun cuando la desesperación intentaba quebrarlo, recordaba las palabras de sus padres, la promesa de que, pase lo que pase, siempre estarían juntos.

El sonido de la puerta abriéndose una última vez rompió el silencio, y, aunque no sabía si su destino estaba a punto de cambiar, Haru estaba decidido a luchar hasta el final, convencido de que, de alguna manera, su familia no lo dejaría solo en la oscuridad.

Llamas de la PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora