|Los Magne|

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El salón de la mansión Magne estaba iluminado con candelabros de cristal que colgaban del techo como joyas suspendidas en el aire. Los colores de las vidrieras reflejaban tonos dorados y rojizos sobre los elegantes muebles y las paredes adornadas con retratos de la familia. 

Hoy escogerían esposos para las hermanas Magne.

En una habitación apartada, Eva se miraba en el espejo, ajustando con delicadeza su vestido blanco de encaje que caía suavemente hasta sus tobillos, resaltando su porte inocente y amable. Su cabello rubio estaba recogido en un peinado sencillo, dejando algunos rizos sueltos que enmarcaban su rostro con dulzura. Su sonrisa era tímida, sus mejillas, sonrojadas, y en sus ojos había un brillo de ilusión que pocas veces se veía.

Observándola desde la puerta, Lilith cruzó los brazos y apoyó un hombro en el marco, sus ojos oscuros fijos en su hermana con una mezcla de desprecio y envidia. Lucía un vestido negro y lujoso, que resaltaba su figura con elegancia y la hacía ver tanto intimidante como seductora.

—¿Por qué te arreglas tanto hermanita? —preguntó Lilith, rompiendo el silencio con un tono entre burlón y acusador.

Eva se sobresaltó ligeramente al oír la voz de su hermana, pero sonrió al reconocerla, como si la dureza de sus palabras no la afectara en absoluto. Bajó la mirada, y una tímida sonrisa iluminó su rostro.

—Lucifer... estará aquí esta noche —dijo en un susurro, el rubor en sus mejillas intensificándose.

Lilith arqueó una ceja, fingiendo sorpresa. —¿Lucifer Morningstar? ¿Ese Lucifer? —Preguntó con una sonrisa sarcástica que no pasó desapercibida para Eva.

—Sí —asintió Eva, incapaz de ocultar la emoción que sentía—. Nos conocimos hace unos días... en el mercado, comprando manzanas acarameladas. Hablamos un buen rato, y me prometió que vendría esta noche, junto a su padre y algunos amigos, Alma y Alfonso, quienes también se han enamorado... bueno, no son nada pero hoy Alfonso se le declararía a Alma. ¡Lucifer es... tan atento y también le gustan los patitos como a mí! ¿Puedes creerlo hermana? —Eva suspiró, sus ojos brillando de emoción.

Lilith sintió cómo algo oscuro comenzaba a crecer dentro de ella, una chispa de resentimiento que se transformaba rápidamente en odio. Sin decir más, dio media vuelta y salió de la habitación, dejando a Eva sumida en sus pensamientos. Una idea comenzó a formarse en su mente mientras descendía las escaleras hacia el salón donde la música y las risas ya comenzaban a llenar el aire.

A medida que los invitados llegaban, el ambiente se volvía más animado. Los caballeros, con sus trajes de gala y modales refinados, compartían conversaciones con las damas, que lucían vestidos de seda y joyas resplandecientes. 

Finalmente, la puerta principal se abrió, y todos se volvieron hacia la entrada. Lucifer Morningstar y su padre cruzaron el umbral, irradiando una presencia imponente que capturó la atención de todos. Lucifer, con su cabello rubio como el hermoso sol y ojos intensos, emanaba un magnetismo peligroso, casi hipnótico.

Eva estaba a punto de acercarse cuando de pronto recordó algo importante. —¡Las manzanas acarameladas! —susurró para sí misma y, con una sonrisa apresurada, se dirigió hacia la cocina. Lilith, que había estado observando cada uno de sus movimientos, la siguió discretamente y aprovechó la ocasión.

—¿Vas a perderte la entrada de tu Lucifer Morningstar por unas manzanas acarameladas? —comentó Lilith con falsa sorpresa cuando llegó a la cocina.

Eva sonrió con dulzura, buscando entre las bandejas. —No puedo dejar que esta noche sea perfecta sin ellas, Lilith. Todo tiene que ser perfecto.

Lilith la miró, su sonrisa congelada en un gesto de desprecio. —Claro, hermanita. Todo será perfecto. —Y antes de que Eva pudiera darse cuenta, Lilith empujó la puerta con fuerza y giró la llave desde fuera, dejándola encerrada en la cocina.

Mi falso prometido -Charlastor-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora