|La luz|

88 14 1
                                    

En el departamento, la penumbra del atardecer comenzaba a envolver el lugar, aunque las paredes estaban iluminadas por algo mucho más personal: fotografías de Charlie. Alastor estaba tumbado en el sofá, observando esas imágenes con una mezcla de serenidad y devoción. Cada retrato parecía contar una historia: Charlie riendo, Charlie concentrada, Charlie feliz. Su amor por ella se reflejaba en cada rincón de su hogar compartido.

El sonido de golpes en la puerta lo sacó de su ensoñación.

—¡Alastor! ¡Ábrenos, viejo! —se escuchó la voz burlona de Angel desde el otro lado.

Alastor suspiró y se levantó lentamente, caminando hacia la puerta con esa elegancia característica suya. Al abrirla, Angel y Husk lo saludaron con sonrisas pícaras. Angel llevaba unas gafas de sol que claramente no necesitaba, mientras Husk sostenía una botella de vino barata bajo el brazo.

—Miren a quién tenemos aquí —se burló Angel mientras entraba, sin esperar invitación—. El gran Alastor, todo un hombre casado... O casi.

—Vaya, parece que el departamento se ha vuelto un altar de Charlie —añadió Husk, mirando las fotos en la pared mientras se dejaba caer en uno de los sillones.

Alastor esbozó una sonrisa, sin dejarse perturbar por las bromas de sus amigos.

—¿Qué puedo decir? —replicó mientras cerraba la puerta con suavidad—. Es una presencia que ilumina la oscuridad... una que aprecio profundamente. Además, es su departamento.

Angel soltó una risa sarcástica, chocando suavemente el codo de Husk.

—¡Escúchenlo! Ya habla como un marido enamorado.

—Le queda bien —respondió Husk, levantando la botella mientras miraba a Angel con una sonrisa tierna—. ¿Brindamos por el amor, chicos?

Alastor, sonriendo confundido por las miradas de Angel y Husk, asintió.

—Supongo que no hay razón para no hacerlo. Déjenme traer algo decente para acompañar ese... líquido dudoso que trajiste, Husk.

El castaño se dirigió hacia la cocina, dejando que Angel y Husk continuaran riéndose y haciéndose comentarios en voz baja sobre lo domesticado que se veía ahora que estaba con Charlie. 

Mientras abría una de las alacenas, Alastor se detuvo. Algo capturó su atención en el pasillo que conectaba el salón con el resto del apartamento. 

Una tenue luz roja brillaba al final del corredor, parpadeando de manera irregular. Sus ojos se fijaron en ella, como si estuviera llamándolo.

Se quedó inmóvil, sintiendo cómo una fuerza extraña lo atraía hacia aquella luz. Era imposible apartar la mirada. Su cuerpo comenzó a moverse por inercia, dejando de lado los vasos de vino que había sacado. La sensación de ser hipnotizado era tan fuerte que ni siquiera escuchó la charla de sus amigos en la sala.

Alastor dio un paso hacia la luz, sus ojos rojos brillando con una intensidad similar. Cada vez estaba más cerca, su mente llena de confusión y deseo por entender lo que estaba viendo. Pero entonces, el sonido agudo del timbre resonó en el apartamento, rompiendo el extraño trance en el que había caído.

Parpadeó varias veces, regresando a la realidad, y se dio cuenta de que se había quedado a mitad del pasillo. Se giró hacia la puerta, mientras el sonido del timbre se repetía. Caminó de vuelta al salón, sintiendo el corazón acelerado, y abrió la puerta.

Ahí estaba Charlie, sonriendo con esa dulzura que siempre lo desarmaba.

—Hola, Alastor —dijo ella, entrando en el apartamento—. ¿Cómo estás?

Mi falso prometido -Charlastor-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora