Primeros pasos.

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—¡Mi pequeño bebé! — exclamó una mujer rubia, corriendo por el jardín para cargar al niño que Izuku llevaba en brazos— Oh, mi pequeño Kiyoshi, no sabes cuánto te extrañe.

En el momento en que Kiyoshi estuvo en los brazos de su abuela Mitsuki, el peliverde se adentró nuevamente a la casa, dejando al trío de rubios solos.

El infante entre sus brazos colocó sus pequeñas manos sobre su rostro, intentando alejar a la mujer que no dejaba de restregar su mejilla contra la suya; quejido tras quejido y no conseguía nada, solo bastó una mirada llena de súplica y las lágrimas a punto de rodar por sus mejillas para que Katsuki se lo quitará. Arrullando al pequeño que se encogía cada vez que escuchaba a la mujer más cerca.

—Solo entiende que no le gustan ese tipo de acercamientos, se más sutil con él— regaño Katsuki a su madre.

—No lo he visto por un mes entero, ¿cómo quieres que reaccione?

—Como una persona normal, por favor.

—Déjate de tonterías, está asustado por el tiempo que no nos hemos visto, él ama mis mimos— volvió a insistir la mujer al intentar volver a cargar al pequeño niño que solo la miraba sobre su hombro, tal vez... debía confiar en ella una vez más.

Extendiendo sus pequeños brazos, dejándose abrazar por la mujer que está vez fue mucho más cuidadosa.

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Para cuando Masaru apareció en el jardín junto a Izuku, ninguno de los dos esperaba que tan pronto se vieran ya estarían peleando uno contra el otro, aunque se podía considerar un avance al estarlo haciendo un poco alejados del pequeño Kiyoshi, quien intentaba unir los bloques que estaban regados sobre un tapete con forma de fichas de rompecabezas.

—¿Ahora que sucede? — preguntó el castaño, dejando la bandeja de emparedados sobre la mesa.

—Lo que pasa es que tu hijo es muy grosero con su madre, deberías de escuchar las palabras que le enseña a mi pequeño bebé.

—¿Qué pasó ahora, Kacchan? — fue turno Izuku para preguntar, dejando la jarra de agua y vasos al lado de los emparedados.

Dirigiendo su mirada hacia su pequeño que se encontraba distraído y ajeno a la conversación que tenían.

—Solo se molestó porque la llamó bruja— gruñó.

—¿Qué? — preguntaron al unísono Masaru e Izuku.

—Y ni siquiera lo pronuncio bien— murmuró.

—Por Dios, te dije que debías dejar esas malas palabras cuando el niño naciera— rumio la mujer.

—Bueno deberías agradecer que eres a la única que ha nombrado desde que dijo sus primeras palabras.

—¡Eso no me halaga en lo absoluto!

Masaru suspiro ante el lío que se cargaban aquel par; aunque su único hijo haya formado su propia familia, definitivamente había cosas que no podían ser cambiadas de la noche a la mañana.

Mirando ahora a su pequeño nieto, sonriendo por lo tranquilo que solía ser pero entre abriendo su boca cuando vio al menor ponerse de pie y conseguir mantenerse en equilibrio.
Abriendo más sus ojos cuando dio el primer paso sin caer.

—Oigan— murmuró, tratando de llamar la atención de todos—, miren eso — señaló al pequeño rubio.

Kiyoshi, mantenía sus manos hechas puño a un costado de su pequeño cuerpo, su mirada estaba en el suelo y sus piernas regordetas temblaban al sentir que si daba un paso más seguro caería sobre su pequeño trasero, lo cual no dolería ya que el pañal amortiguara todo su peso al caer. Pero el menor tenía toda la intención de alcanzar la mesa en dónde se encontraban los emparedados, obligándose a dar dos pasos seguidos sin caer. Haciendo un ruido con su boca que bien parecía lleno de orgullo al ver que no cayó al suelo.

—Está dando sus primeros pasos— chillo bajo Mitsuki casi al borde de las lágrimas al sentir los recuerdos de un Katsuki más pequeño golpear su mente.

El otro trío presente, solo asintieron y miraron absortos las hazañas del menor que nuevamente dio un paso hacia adelante.

Y del asombro pasaron a sentir como estuvieron a nada de ver como sus almas abandonan sus cuerpos al presenciar cómo Kiyoshi estuvo a punto de caer de boca; de no ser por los ágiles reflejos de Masaru quien lo sostuvo a tiempo. De no ser así, hubieran visto cómo el infante caería sobre el césped y quizá se hubiera lastimado.

—Gracias— susurró Izuku en agradecimiento al hombre de cabellera castaña que ahora le estaba dando un emparedado al menor. Después de todo era lo que quería.

—Mi hermoso bebé —volvió a chillar Mitsuki, acercándose a su esposo que aún tenía al menor en sus brazos—, eres tan listo y tan ágil— apretó su pequeña y suave mejilla.

Katsuki e Izuku se miraron entre sí, sintiéndose felices de haber presenciado un nuevo avance de su pequeño del cual se sentían orgullosos; un momento que fue compartido con sus abuelos que en ese momento no dejaban de halagar al menor que tomaba el biberón con jugo que la mujer rubia le ofrecía.

Después de un largo tiempo conviviendo en familia, Mitsuki arropó al pequeño que dormía sobre su regazo, observando de soslayo a los padres del menor. Izuku, había recostado su cabeza sobre el hombro del rubio, quien también apoyó su cabeza sobre la suya, ambos tomados de la mano.

Habían pasado alrededor de diez años cuando vio a su único hijo llegar a casa en compañía de un angelical peliverde, aquel lindo chico que presentó como su novio. Le costó mucho aceptar y entender a su hijo, pero con el pasar del tiempo entendió que solo ese joven de pecas podía llegar a hacerlo muy feliz.

Ya no le importaba lo que la gente dijera, pues la felicidad de su hijo era mucho más importante que las habladurías a su alrededor.
Verlos felices era lo que importaba, pero, también comenzaban a decaer sus deseos de algún día tener un nieto que la llamara abuela.
Fue otra de las cosas que con el tiempo tuvo que aceptar.

Pero ahora, allí están, siendo una excelente pareja al igual que unos magníficos padres que le dieron su mayor anhelo. Su pequeño Kiyoshi, su pequeño rayito de luz.

Esbozando una amplia sonrisa, Mitsuki llamó a los dos hombres frente a ellos, ampliando más su sonrisa cuando la pregunta que hizo salió de sus labios:

—¿Me dejarían organizar su primer cumpleaños?

—¿Me dejarían organizar su primer cumpleaños?

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