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La fiesta continuaba en un ambiente vibrante y lleno de música, risas y el tintineo de los brazaletes y copas. Amara sonreía, radiante, mientras me presentaba a algunos de sus amigos que se acercaban en pequeños grupos. 

Entre los amigos de Amara, un joven llamado Rajiv se mostró especialmente interesado en nuestra conversación. Vestía una kurta azul oscuro con detalles dorados que resaltaban sus facciones y su apariencia distinguida. Después de intercambiar algunas palabras cordiales, comenzó a hablarme de su familia.

— Mi padre es uno de los principales empresarios textiles en Jaipur —comentó Rajiv, con una sonrisa que revelaba un ligero toque de orgullo—Nuestra familia lleva generaciones en este negocio, y siempre hemos sido muy respetados en nuestra comunidad.

Asentí, notando la seriedad y el orgullo con el que hablaba de su linaje y su responsabilidad dentro de la familia. Rajiv parecía encantado de compartir esos detalles conmigo, y aunque la conversación era bastante formal, había algo en su tono que indicaba un interés más allá de una simple presentación.

Pero antes de que pudiera responder, una presencia familiar interrumpió nuestra charla.

Kiran apareció a nuestro lado, su expresión claramente molesta, aunque mantenía un tono controlado. Miró a Rajiv con una media sonrisa cargada de ironía.

— Casanova —dijo, dándole una palmada en el hombro— tu prometida está bailando, ¿y tú aquí, hablando de cosas sin sentido?

Rajiv parecía incómodo y se disculpó rápidamente antes de alejarse. Me giré hacia Kiran, sin entender la razón de su interrupción ni el motivo de su actitud, pero él no me dejó mucho espacio para preguntar.

— ¿No entiendes que no puedes hablar con hombres comprometidos de esa forma? —me dijo, frunciendo el ceño.

Lo miré, sorprendida, intentando contener la molestia que se iba acumulando en mí.

— ¿Perdón? —respondí, incrédula—No estaba haciendo nada malo, Kiran. Estaba teniendo una conversación. Soy libre de hablar con quien desee.

Kiran resopló, y pude ver cómo la frustración se reflejaba en su expresión.

—¿Y te gustaría que alguien te hiciera lo mismo a ti? —preguntó, casi desafiándome— Por suerte, tu novio no está aquí para verlo.

Sentí cómo mi humor cambiaba de inmediato, y no pude evitar levantar una ceja, sorprendida y divertida a la vez.

—¿Mi novio? —repetí, disimulando una sonrisa.

Kiran frunció el ceño, su mirada intensificándose, como si intentara descifrar la respuesta en mi rostro.

—Sí, Elena, ¿tienes novio?

Lo miré directamente a los ojos y, sin vacilar, mentí.

— Sí, claro que tengo novio —dije, tratando de contener una sonrisa al ver cómo Kiran se tensaba, con el ceño fruncido y esa expresión de desagrado que parecía permanente cuando estaba cerca de mí. La verdad era que no había nadie en mi vida ahora mismo, pero si el simple hecho de que él pensara lo contrario lograba molestarlo así, entonces esta mentira valía cada segundo.

Se quedó en silencio un momento, como buscando qué decir, y aproveché para lanzarle una pequeña estocada.

—Y hablando de novios, ¿qué hay de ti? Hace un rato estabas bastante ocupado con esa chica, y  parecías bastante amigable —comenté en un tono juguetón, con una sonrisa burlona— Me resulta un poco irónico que le reclames a alguien por algo que tú también haces. Dime, ¿eres tú también un casanova?

Vi cómo su rostro se endurecía, y una pequeña satisfacción se instaló en mí. Kiran me lanzó una última mirada, su mandíbula marcada y sus ojos oscuros fijos en mí, antes de darse cuenta de la vuelta y alejarse sin decir una palabra.

Me quedé quieta un instante, sintiendo cómo el aire parecía enfriarse a su alrededor. Entonces, en un impulso, lo seguí, mis pasos apresurados hasta que mi mano lo alcanzó, sujetándolo con firmeza. En el instante en que mi piel tocó la suya, algo se detuvo. Sentí una calidez recordandome el cuerpo, como si cada latido se sintiera con más fuerza, y me di cuenta de que había un magnetismo en él que me desconcertaba. Pero alejé la mano rápidamente, como si ese contacto hubiera sido demasiado.

— ¿Qué te pasa conmigo, Kiran? —pregunté, sin ocultar mi frustración— Parece que estás molesto conmigo todo el tiempo, ¿qué es lo que te molesta tanto? ¿Es acaso el hecho de que sea mujer y que esté aquí aprendiendo lo mismo que mi padre?

Kiran mantuvo su expresión tensa, y aunque sus labios se abrieron un instante, como si fuera a responder, lo único que hizo fue mirarme una última vez, con una mezcla de desconcierto y frialdad en sus ojos oscuros. Se dio la vuelta y se alejó completamente de mí, dejándome allí, viendo su figura perderse entre la multitud que danzaba a su alrededor.

Suspiré, tratando de borrar su imagen de mi mente. Miré hacia donde estaba mi padre y lo encontré en medio de una conversación animada, riendo y disfrutando como si estuviera en casa. Algo en su expresión relajada me hizo querer hacer lo mismo. Era una fiesta, después de todo.

Busqué con la mirada a Amara , la hermana de Kiran, y cuando la encontré, fui hacia ella y la tomé de la mano.

— ¿Me enseñarías a bailar? —le pedí con una sonrisa.

Sus ojos se iluminaron y, sin dudarlo, me llevó al centro de la pista. La música vibraba, y pronto me vi rodeado de personas que giraban, reían y se dejaban llevar. Me uní a sus movimientos y dejé que Amara me guiara, perdiéndome en la alegría de aquel momento.

De repente, sentí una mirada intensa sobre mí. Al levantar la vista, me encontré con Kiran, observándome desde el otro lado de la pista, sus ojos oscuros fijos en cada uno de mis movimientos. Pero me obligué a apartar la mirada y centrarme en el baile. Esta noche, no pensaría más en él. Hoy, solo me encargaría de disfrutar la fiesta.

Rodeada de música, luces y colores tan vibrantes, sentí cómo mi mente se llenaba de pensamientos entrelazados, de sentimientos y emociones que no lograba identificar del todo. Aquí estaba, en medio de una cultura que me resultaba ajena, deslumbrante y, al mismo tiempo, desconcertante . Todo parecía brillar con una intensidad especial; los saris de colores vivos, las decoraciones doradas y la energía de la gente a mi alrededor me envolvían. 

Pensé en mi madre. Seguramente, ella estaría fascinada de ver esto, de empaparse de todos los detalles y de las tradiciones que se respiraban aquí. Y, claro, se habría reído viendo mis torpes pasos de baile, diciéndome que aflojara los hombros, que me dejara llevar. Mi madre siempre fue más abierta a lo nuevo, a las experiencias que iban más allá de lo cotidiano. Estoy segura de que le habría encantado estar aquí y ver cómo me desenvolvía en este lugar tan diferente.

Pero yo solo deseaba que los días pasaran rápido. Dos meses, solo dos, me grabé a mí misma, tratando de imaginarme de regreso en casa, en un entorno familiar. Aun así, sabía que tenía que aprovechar esta oportunidad. Sabía que estar aquí era una puerta abierta, una oportunidad de aprendizaje que no debía dejar pasar. Poco a poco, empezaba a entender que estos días podían ser más valiosos de lo que creía. Tenía que esforzarme por acostumbrarme, aunque a veces me costara.

Decidí, en ese mismo instante, que no iba a permitir que las miradas, las palabras o las actitudes de los demás definieran mi experiencia. Disfrutaría cada segundo, aprendería todo lo que pudiera y absorbería cada detalle. No importaba lo que pensaran de mí o si me veían como alguien que no pertenecía a este mundo. No hacía nada malo, y ser una mujer en camino a convertirse en empresaria no era, ni de cerca, un pecado.

Era merecedora de todo lo que estaba por venir, y nadie me haría pensar lo contrario.

Bajo las 7 promesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora