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Habían pasado varias semanas desde nuestra llegada a la India, y, aunque al principio me había sentido fuera de lugar, poco a poco comencé a comprender el país que tanto intrigaba a mi padre. La vida aquí tenía una energía única, un ritmo propio que parecía envolverlo todo, desde las calles bulliciosas hasta las conversaciones en las salas de reuniones.

Había aprendido mucho, más de lo que imaginaba que aprendería en tan poco tiempo. Conocía ya algunas palabras en hindi, los gestos que debía hacer al saludar, y cómo moverme en los distintos círculos sociales a los que ahora, como hija de un empresario, pertenece. Incluso había comenzado a entender las diferencias culturales que hacían que cada transacción, cada acuerdo, tenía un significado más profundo de lo que hubiera tenido en otro país.

Y en el centro de todo estaba mi padre. Había escuchado hablar de su talento para los negocios toda mi vida, pero ahora, viéndolo trabajar día tras día, me daba cuenta de la enorme dedicación y habilidad que requería ser quien él era. No solo admiraba su éxito, sino su capacidad para tratar a cada persona con respeto, su ingenio para resolver problemas y, sobre todo, su integridad. Aprender de él me hacía sentir orgullosa, pero también me dejaba claro que no bastaba con admirarlo. Si quisiera estar a su nivel algún día, tendría que esforzarme mucho más.

A pesar de todo, ese día en particular estaba emocionada por algo que no tenía que ver con los negocios: mi madre llegaría esa tarde. Pensar en verla después de tantas semanas me llenaba de ilusión. Estaba contando las horas, lista para abrazarla y contarle sobre todo lo que había vivido desde que habíamos aterrizado en la India.

Me acerqué a mi padre mientras él revisaba unos papeles en el pequeño escritorio de nuestro apartamento.

— Papá, ¿a qué hora vamos a ir al aeropuerto? —le preguntó, esperando ansiosa su respuesta.

Él levantó la mirada de los documentos y me miró con una expresión de duda, como si estuviera pensando en cómo decirme algo. Finalmente suspiro, dejando los papeles a un lado.

— Elena, necesito pedirte un favor importante —dijo, con una voz tan seria que inmediatamente me puse alerta.

—Claro, papá, dime.

— Hay una reunión importante en Mumbai. De hecho, es una de las más importantes para los próximos proyectos de Global García aquí en India. Me encantaría poder asistir, pero...

— Pero mamá llega hoy... —murmuré, intuyendo a dónde iba.

Él ascendió, mirándome con una mezcla de pesar y determinación.

—Lo sé, hija. Sé cuánto has esperado este momento. Pero también sabes que estamos aquí por negocios, y quiero que estés preparado para lo que vendrá en el futuro. Esta es una gran oportunidad para ti de representar a la empresa y demostrar tu capacidad.

Mi corazón se encogió un poco. Quería ver a mi madre, darle un abrazo y simplemente disfrutar de su presencia después de tantas semanas de estar lejos de ella. Pero ver la expresión seria de mi padre y escuchar sus palabras me hizo entender lo importante que era para él que yo asumiera esta responsabilidad.

— ¿Y no puedes esperar hasta mañana? —pregunté, aunque sabía la respuesta.

— Lamentablemente, no. Pero te prometo que la próxima semana, cuando regreses, tu madre estará aquí, en nuestro "hogar temporal" —me dijo con una leve sonrisa, tratando de animarme—Solo te pido este sacrificio, Elena. Sé que puedes hacerlo.

Suspiré, un poco triste, pero asintiendo finalmente. Sabía lo mucho que significaba para él que yo aceptara. Y, aunque me doliera, también entendía que este era un paso necesario si quería estar a la altura de sus expectativas.

Bajo las 7 promesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora