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Los días pasaban rápidamente, y mi rutina se llenaba de tareas que apenas me daban tiempo para pensar en otra cosa. Me mantuve ocupada con todo lo relacionado con mi universidad , asegurándome de que los detalles de mis proyectos estuvieran al día y de que no hubiera dejado ningún cabo suelto antes de este viaje. Me sorprendí lo mucho que tenía pendiente, y aunque había momentos en los que me sentía un poco abrumada, había algo reconfortante en estar en casa. Este lugar me daba una sensación de refugio, un espacio donde podía poner todo en orden.

No podía evitar pensar en qué habría pasado si no hubiera aprovechado el tiempo ahora. ¿Qué haría si todo me quedara para la última hora? Agradecí, al menos, el tener este pequeño respiro antes de que comenzaran más actividades y compromisos.

Entonces, mi teléfono vibró. Era una llamada de FaceTime de mi madre. Al ver su nombre en la pantalla, una sonrisa automática se forma en mi rostro. Contesté y, como siempre, la calidez en su voz llenó el espacio.

— ¡Elena, mi niña! —exclamó, con esa energía que parecía eterna en ella—¿Cómo estás? ¿Cómo va todo por allá?

—Estoy bien, mamá —le respondí, ajustando un poco la cámara para que no se viera el desorden del escritorio detrás de mí— Bastante ocupada, pero bien. He estado arreglando cosas de la universidad, proyectos, todo eso. ¿Y ustedes?

—Aquí, como siempre, echándote de menos —dijo, suspirando teatralmente—Tu papá está como loco con sus reuniones, pero creo que ambos solo queremos que regresen pronto.

Su rostro irradiaba ternura, y me recordé cuánto extrañaba estar con ella. Sus conversaciones siempre tenían esa mezcla perfecta de humor, cariño y una pizca de drama.

—Ya queda menos tiempo , mamá. —Le sonreí, tratando de animarla— Dos semanas pasan rápido.

—Lo sé, lo sé, pero eso no significa que no pueda echarte de menos cada día. —Su tono se suavizó—Pero bueno, dejemos de hablar de eso, porque tengo algo para ti.

—Algo para mí? —pregunté, intrigada— ¿Qué cosa?

—Es una sorpresa —respondió, con una sonrisa misteriosa—Ve a la puerta, por favor.

—¿Ahora? —dije, levantándome y tomando el teléfono conmigo.

—Sí, sí, sal a la calle. Anda, no me hagas esperar.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Mi madre tenía una manera única de mantener las cosas emocionantes, así que hice lo que me pidió. Al abrir la puerta y dar unos pasos hacia el exterior, la vista que me recibió me dejó sin palabras.

Kiran estaba allí.

Llevaba un elegante traje en tonos oscuros que le quedaba impecable, y sostenía un inmenso ramo de margaritas. Cientos de flores blancas, radiantes como si hubieran sido recolectadas bajo la luz del sol, llenaban sus brazos. Mi corazón dio un vuelco, y no pude evitar quedarme congelado en mi lugar. La sorpresa, la confusión, y algo más, algo indescriptible, se mezclaron en mi pecho.

— ¿Kiran? —dije, finalmente encontrando mi voz.

Su mirada seria se suavizó ligeramente cuando me vio. Dio un paso hacia mí, sus ojos oscuros fijos en los míos, y con una leve inclinación de cabeza, me saludó.

— Señorita Elena. —Su voz era baja, cortés, pero tenía una intensidad que me hizo estremecer.

Sentí cómo una ola de emociones me atravesaba: incredulidad, curiosidad y una chispa de alegría inesperada. No podía evitar preguntarme qué hacía aquí, por qué estaba frente a mi puerta con todas esas flores, y qué había pasado con Priya, esa mujer que hasta hace poco pensaba que estaba comprometida con él.

Bajo las 7 promesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora