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El fuego sagrado brillaba intensamente en el centro del mandap , como si las llamas comprendieran la magnitud de lo que acabábamos de prometer.

El sacerdote continuó recitando mantras, concluyendo los rituales con bendiciones para nuestra unión. Los invitados, que hasta entonces habían permanecido en respetuoso, rompieron en aplausos y vítores, llenando el espacio con una energía que hacía vibrar el silencio.

Aarti, la madre de Kiran, se acercó con lágrimas en los ojos y una sonrisa llena de orgullo.

— Mis hijos, hoy han unido sus almas. Que las bendiciones de los dioses siempre los protejan.

Ella colocó sus manos suavemente sobre nuestras cabezas, y el gesto fue tan tierno que sentí mis propios ojos llenarse de lágrimas.

— Elena, nunca pensé que vería algo tan hermoso, —dijo mi madre, su voz quebrándose ligeramente—Estoy tan orgullosa de ti.

Mi padre, siempre más reservado, me tomó de las manos y luego miró a Kiran con seriedad.

— Cuídala, Kiran. No solo es mi hija, es mi mayor tesoro.

Kiran ascendió, su expresión solemne.

— Siempre, señor, con todo mi ser.

Después de los rituales, fuimos conducidos al salón principal, donde había comenzado una celebración llena de vida. Las mesas estaban adornadas con flores frescas y velas flotantes, y la música tradicional se mezclaba con risas y conversaciones animadas.

Amara, como siempre, estaba en el centro de la acción, organizando a los invitados para que se unieran al baile.

— Elena, Kiran, ustedes tienen que unirse a nosotros. —dijo, señalando la pista de baile improvisada en el centro del salón.

— Creo que ya bailamos suficiente alrededor del fuego. —respondió Kiran en tono de broma, provocando risas a nuestro alrededor.

— No hay excusas, hermano. Este es tu día, y no puedes escapar.—insistió Amara mientras lo empujaba ligeramente hacia la pista.

Kiran se giró hacia mí, extendiendo su mano.

— ¿Me concedes esta danza, esposa mía?

Las palabras hicieron que mi corazón se acelerara. Tomé su mano, y juntos nos dirigimos a la pista de baile mientras los invitados aplaudían.

El primer baile fue lento, íntimo, un momento solo para nosotros en medio de todo el bullicio. Kiran me miró como si yo fuera lo único que importaba en ese momento, y sentí que el mundo se desvanecía a nuestro alrededor.

Después del baile, nos sentamos en una mesa central junto a nuestras familias. La mezcla de culturas era evidente en cada rincón: platos indios tradicionales se servían junto con vinos españoles y postres venezolanos.

Mi abuela Carmela no pudo contenerse al probar un bocado de biryani.

— Esto es lo más delicioso que he probado en mi vida. ¿Cómo hacen para que sea tan perfecto?

Amara, siempre feliz de compartir su cultura, se unió a la conversación, explicando los detalles de cada plato. La conexión entre nuestras familias era evidente, un puente que no solo una cultura, sino también corazones.

Mientras la noche avanzaba, logré robar unos minutos a solas con Kiran. Estábamos en el jardín, bajo las luces colgantes que iluminaban el espacio con un resplandor suave. El silencio era reconfortante después del bullicio del día.

— ¿Qué piensas? —le preguntó, rompiendo el silencio.

Kiran me miró, una sonrisa suave jugando en sus labios.

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⏰ Última actualización: Nov 22, 2024 ⏰

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