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Mi nombre es Elena García, y si alguien me hubiera preguntado hace unos meses cómo planeaba mis vacaciones, jamás habría imaginado esta escena: en un avión, cruzando el océano, atrapada entre las expectativas de mi padre y el destino incierto de la India. Todo esto cuando, en realidad, mi plan era más sencillo: descansar, leer, escribir y disfrutar del tiempo libre antes de enfrentar mi último semestre de estudios empresariales.

Pero mi padre, como siempre, tenía otros planes. Era un hombre imparable, un empresario español que se movía entre Estados Unidos y España como si el mundo entero fuera de su oficina personal. Y ahora, su nueva ambición era conquistar un mercado completamente diferente: la India. Algo en él brillaba cuando hablaba de su proyecto, como si viera algo que el resto no podía ver. Y yo... Yo estaba aquí para apoyarlo, aunque parte de mí deseara estar en cualquier otro lugar.

Aún no había amanecido cuando el capitán anunció que en unos minutos haríamos escala en Madrid. A mi lado, mi padre revisaba su agenda, sin prestar demasiada atención a nada más. Pero yo no podía evitar pensar en lo que nos esperaban en tierra. En Madrid íbamos a reencontrarnos con el hermano de mi padre, mi tío. Tenía años sin verlo, y aunque era familia, no me entusiasmaba demasiado la idea.

Para mi padre, este encuentro era simplemente un gesto familiar antes de seguir con nuestro viaje. Pero para mí significaba enfrentarme a la incomodidad que siempre sentí al lado de mi tío y su hija, mi prima Estela. Cinco años menor que yo, pero con una mirada que decía mucho más de lo que sus palabras callaban. Nunca entendí del todo por qué parecía odiarme. Quizás porque compartíamos un apellido, pero éramos tan distintos. Ella era española de pies a cabeza, orgullosa y segura de su lugar en el mundo, mientras yo era una mezcla. De padre español y madre venezolana, nacida en Estados Unidos, con un acento indefinido y una vida que no encajaba del todo en ninguna cultura.

Para Estela, yo era "la otra". No podía evitar la sensación de que mi existencia misma la incomodaba. Tal vez le molestaba que yo no encajara en el molde familiar, que mi herencia y mi vida fueran un recordatorio de algo diferente. Pero, sinceramente, no tenía ni la energía ni el interés para averiguar la raíz de sus prejuicios. No en este viaje.

Por suerte, la escalada será breve , pensé, tratando de tranquilizarme mientras bajábamos del avión y nos dirigimos a la sala de espera.

Al llegar a la zona de embarque, una escena completamente distinta nos esperaba. Mi padre, como era de esperarse, había organizado una reunión con empresarios indios en cuanto pisamos el aeropuerto. Allí estaban, esperándonos, listos para discutir los primeros detalles de lo que él soñaba que sería su gran entrada en el mercado asiático.

Yo, sin embargo, no compartía su entusiasmo. Mientras él se adentraba en conversaciones llenas de tecnicismos y expectativas de negocios, yo solo quería que el tiempo pasara rápido. No había elegido estudiar empresarial por pasión, sino porque era la única forma de acercarme a la vida que mi padre tanto amaba. Pero eso no significaba que quisiera pasar mis vacaciones en un aeropuerto, escuchando a hombres de intercambiar traje tarjetas de presentación.

Mi verdadera pasión era otra. Escribir. Crear mundos y personajes. A veces me imaginaba escapando de este estilo de vida y dedicándome completamente a la escritura, pero esa idea siempre quedó relegada al fondo de mi mente, como un sueño imposible. Ahora, mientras escuchaba a mi padre hablar con los empresarios indios, sentía que ese sueño era más inalcanzable que nunca.

—Elena, quiero que conozcas al señor Kapoor —dijo de repente mi padre, sacándome de mis pensamientos.

Me volví y vi al hombre al que se refería. El señor Kapoor era un hombre mayor, con una expresión amable y una postura que irradiaba serenidad. No era el tipo de persona que esperaba encontrar en un entorno tan formal. Al mirarlo, sentí una extraña paz, como si su presencia aliviara un poco la incomodidad que llevaba dentro.

—Es un placer conocerla, señorita García —me dijo él, con una leve inclinación de cabeza.

—El placer es mío, señor Kapoor —respondí, intentando sonar profesional, aunque en realidad sentía que no encajaba en este lugar ni en esta situación.

—Espero que su estadía en India sea tan enriquecedora como lo es para nosotros tenerla aquí —agregó, y en su voz noté una sinceridad que me sorprendió.

Sonreí, agradecida por su amabilidad. Quizás este viaje no sería tan terrible después de todo. Tal vez, en medio de todo esto, podría aprender algo nuevo, o al menos encontrar una perspectiva diferente que me ayudará a comprender el mundo de mi padre.

Poco después, nos encontramos en la sala de abordar, listos para continuar nuestro viaje. Miré a mi padre, que estaba concentrado en su teléfono, inmerso en sus responsabilidades. Por un momento, lo vi no como el empresario decidido que todos conocían, sino como un hombre lleno de sueños y ambiciones, un hombre que quería más para su hija, aunque no siempre entendiera lo que yo realmente deseaba.

Suspiré y me dejé caer en uno de los asientos, dejando que el cansancio se apoderara de mí.

  Ojalá pudiera estar en casa, frente a mi laptop, escribiendo una de esas historias que tanto me apasionan , pensé. 

Pero aquí estaba, esperando el siguiente vuelo hacia un país desconocido, hacia un futuro incierto.

—¿Lista para conocer la India? —preguntó mi padre de repente, mirándome con una sonrisa que intentaba ser alentadora.

Le devolví la sonrisa, aunque sabía que era una sonrisa vacía. La verdad es que no sabía si estaba lista para nada de esto. No sabía si estaba lista para enfrentar las expectativas de mi padre, ni para entender la cultura y las tradiciones que me esperaban al otro lado del mundo.

Pero quizás, solo quizás, había algo en este viaje que me esperaba, algo que aún no comprendía. Algo que, sin saberlo, cambiaría mi vida para siempre.

Bajo las 7 promesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora