Ese día, a las dos y media, todos excepto Juan Alberto, que ha ido a visitar a un posible cliente de Jerez, estamos en el restaurante de la Pachuca. Para celebrar nuestro aniversario, Eric nos invita a todos comer.
Antes de salir de la habitación, me entrega mi regalo. Es un sobre. Él y los sobres. Me río. Lo abro y pone:
Vale por una equipación completa de motocros.
Está feliz. Su rostro, sus ojos, su sonrisa me dicen que todo está bien, y yo soy la mujer más feliz del mundo. Ni que decir que me lo como a besos.
Desde que nos hemos casado no hemos discutido ni una sola vez y eso me asombra. Estoy pensando contactar con los editores del Libro de los récords Guiness y que nos añadan. Pues, como dice nuestra canción, si él dice blanco, yo digo negro, pero nuestra felicidad hasta el momento es tanta que ni en colores hemos pensado. Nuestra armonía es completa y espero que siga así durante mucho... mucho tiempo.
Mi padre está radiante por tenernos a todos reunidos y yo disfruto de su felicidad. Siempre he pensado que es el mejor padre del mundo y cada día lo ratifico más. Sólo por aguantarnos a mi hermana y a mí ya se ha ganado el cielo.
Eric y él se llevan de maravilla y eso me gusta. Me encanta ver la complicidad que hay entre los dos y, aunque sé que alguna vez se pondrá en mi contra, no me importa. Esa alianza entre ellos es algo que nunca tuvo mi padre con el atocinado de mi ex cuñado.
Eric lo escucha, no se las da de listo con él y eso a mi padre le gusta y a mí mucho más.
Está claro que son dos hombres de diferentes clases sociales, pero ambos se amoldan a las situaciones y eso es lo que creo que me tiene enamorada de ambos: su saber estar.
Mientras todos comemos alrededor de la mesa, observo cómo Dexter mira a unos chicos que han entrado en el restaurante. Graciela regresaba del servicio y ellos le han silbado al pasar.
Me hace gracia la mirada del duro de Dexter. No sé que pasará entre ellos, pero lo que sí tengo claro es que al final algo surgirá. Sólo hay que darle tiempo al mexicano.
Mi hermana parece relajada. Tras hablar con ella y saber que el tonto de mi ex cuñado quiere volver, me quedo tranquila cuando Raquel me deja claro que ni de coña lo va a hacer. Ya le ha tomado bastante el pelo y no piensa volver a darle ninguna oportunidad.
Al final, mi padre la ha convencido y, al menos durante el primer año de vida de la pequeña Lucía, vivirá con él en Jerez. Retrasa lo de regresar a Madrid y buscar trabajo. A mí me parece una idea excelente. Raquel con mi padre estará como una reina, aunque a veces tengan ganas de estrangularse mutuamente.
Flyn y Luz se han hecho muy amigos en las vacaciones y cuando me entero de las trastadas que han protagonizado, me río. Cada vez que comentamos que dentro de unos días regresaremos a Alemania, se ponen tristes, pero entienden que el curso escolar empezará en breve y que todos debemos volver a la normalidad.
Cuando la Pachuca trae una tarta, mi hermana le pregunta a Eric:
—¿Te ha gustado la tarta de esta mañana?
Mi chicarrón me mira. Yo sonrío y, finalmente, dice:
—Ha sido la mejor tarta que he comido en toda mi vida.
Raquel, encantada por el halago, sonríe y ofrece:
—Pues cuando quieras, me lo dices y te hago otra de limón, que me salen muy ricas.
—¡¿Limón?! —murmura Eric, mirándome—. ¡Qué refrescante!
Incapaz de aguantarme, me río a carcajadas y Eric conmigo. Nos besamos y mi hermana, que nos mira, dice, con la pequeña Lucía en brazos: