1

681 9 0
                                    

Riviera Maya - Hotel Mezzanine


Playa de arenas blancas...

Aguas cristalinas...

Sol cautivador...

Cócteles deliciosos...

... y Eric Zimmerman.

¡Insaciable!

Ésa es la palabra que define perfectamente el apetito que siento por él. Por mi alucinante, guapo, sexy y morboso marido. Todavía no me lo creo. ¡Estoy casada con Eric! ¡Con Iceman! Estamos en Tulum, México, disfrutando de nuestra luna de miel, y no quiero que acabe nunca. Acomodada en una maravillosa hamaca, tomo el sol en toples. Me encanta sentir los rayos del sol en mi cuerpo, mientras mi Iceman habla a escasos metros de mí por teléfono. Por su cejo fruncido sé que está concentrado en temas de la empresa y yo sonrío.

Eric está moreno y guapísimo con su bañador celeste. Mientras, yo lo miro... lo observo... y cuanto más lo hago, más me gusta y me excita.

¿Será el efecto Zimmerman?

Con curiosidad, veo que unas mujeres que están sentadas en el bonito bar del hotel lo miran también. No es para menos. Reconozco que mi chicarrón es un lujo para la vista y, divertida, sonrío, aunque estoy a punto de gritar: «Ehhh, lobeznas, ¡es todo mío!».

Pero sé que no hace falta que lo haga. Eric es todo, absolutamente mío, sin necesidad de que yo lo grite a los cuatro vientos.

Tras la bonita boda en Múnich, tres días después, mi flamante marido me sorprendió con un estupendo y romántico viaje de luna de miel. Y aquí estoy, en la exótica playa de Tulum del Caribe mexicano, disfrutando de unas buenas vistas y deseosa de regresar a la intimidad de nuestra habitación.

Tengo sed. Me levanto de la hamaca, me quito los cascos del iPod, me pongo la parte de arriba de mi biquini amarillo y me dirijo hacia el bar de la playa.

¡Qué tiempo tan estupendo!

De pronto, sonrío al oír la voz de Alejandro Sanz y canturreo mientras camino.


Ya lo ves, que no hay dos sin tres,

que la vida va y viene y que no se detiene...

y qué sé yo...


Ya te digo que no hay dos sin tres. Que me lo digan a mí.

La suave brisa mueve mi pelo y yo sigo canturreando hasta llegar al bar.


Para qué me curaste cuando estaba herido

si hoy me dejas de nuevo el corazón partío.

¿Quién me va entregar sus emociones?

¿Quién me va a pedir que nunca la abandone?

¿Quién me tapará esta noche si hace frío?

¿Quién me va a curar el corazón partío?


Le pido una Coca-Cola gigante con extra de hielo al camarero y, cuando bebo el primer trago, unas manos me rodean la cintura y alguien dice en mi oído:

—Ya estoy aquí, pequeña.

Su voz...

Su cercanía...

Su manera de llamarme «pequeña»...

Mmmmm... me vuelve loca y, con una amplia sonrisa, observo cómo las mujeres de la barra se sonrojan ante la cercanía de Eric. ¡No es para menos! Y yo, más feliz que una perdiz, apoyo la nuca en su espalda y él me besa la frente.

Pídeme lo que quieras o déjameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora