Dos días después me encuentro algo revuelta.
Me duele el estomago y supongo que me va a venir la regla.
Odio que me duela tanto. ¿Por qué me tiene que pasar a mí esto cuando tengo amigas que ni se enteran?
Voy al baño y, ¡zas!, ya me ha bajado. Cuando salgo, me tomo un calmante. Eso y escuchar mi música me relajará.
Cojo mi iPod, me pongo los casos y escucho.
Me llaman loco
por no ver lo poco que me dicen que me das.
Me llaman loco
por rogarle a luna detrás del cristal.
Cierro los ojos y la voz de Pablo Alborán me relaja como siempre y finalmente me duermo.
Suaves y dulces besos me despiertan y, al abrir los ojos, veo que es Eric. Me quito los cascos y dice:
—Hola, pequeña, ¿cómo estás?
—Jorobada... muy jorobada —susurro.
Rápidamente se alerta y le aclaro al ver su gesto:
—Me ha venido la regla y el dolor me está matando.
Eric asiente. Lo sabe de otros meses y dice:
—Hay un remedio alemán muy bueno para que no te duela.
—¿Cuál? —pregunto esperanzada.
Lo que sea con tal de no tener este dolor tan asqueroso.
—Quédate embarazada y durante casi un año te olvidarás de ella.
Su gracia no me hace gracia.
Él se ríe. Yo no.
Tengo ganas de darle un puñetazo ¿Se lo doy? ¿No se lo doy?
Al final contengo mis impulsos más trogloditas y, dolorida, digo:
—Me parto y me mondo.
—¿No crees que es un buen remedio?
—No.
—Una morenita con tus ojitos... tu naricita... tu boquita...
—Lo llevas claro —gruño.
Eric ríe y, besándome, añade:
—Sería preciosa. Lo sé.
—Tenlo tú... so listo.
—Sí pudiera, lo haría.
Lo miro y me rasco.
—Mira cómo se me está poniendo el cuello. ¿Quieres parar?
Lo oigo reír. Maldito risitas. Cojo un cojín y se lo estampo en la cabeza con todas mis fuerzas.
Oh... oh... me conozco y, como siga riéndose, soy capaz de estrangularlo.
Su risa sube de decibelios. Lo miro y, con cara de destroyer total, siseo:
—¿Serías tan amable de irte y dejarme sola para que el dolor se me pase?
—Cariño, no te enfades.
Pero mi nivel de tolerancia en ocasiones como ésta es nulo y, sin mirarlo, digo:
—Pues vete y cierra el pico.
Claudica. Sabe que la regla hay meses que me ennegrece el humor y, tras darme un beso en la coronilla, se va. Cierro los ojos, me vuelvo a poner los cascos e intento relajarme, esta vez con la voz rota de Alejandro Sanz. Necesito que el dolor se me pase.