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La primera noche en el hospital es movidita.

Tras visitarnos el pediatra y decirnos que Eric está perfecto, me pregunta si le voy a dar el pecho o biberón.

Rápidamente y sin dudarlo opto por el biberón. Me da igual lo que piense el resto del mundo. No pienso convertirme ahora en una fábrica de leche andante, cuando sé que los bebés con biberón se crían de maravilla.

El día que lo hablé con Frida por teléfono no le pareció bien. Según ella, la leche materna es ideal. Inmuniza de cientos de cosas y es lo mejor. Sonia me dijo lo mismo, incluso me habló del instinto materno. Pues bien, mi instinto materno me dice que le dé biberón y también que a quien toque a mi hijo lo mato.

Cuando se lo comenté a Eric, me dio la opción de decidir. Y como quiero que desde el minuto uno mi marido sea partícipe de esta nueva historia, elijo biberón para que esté tan pringado como yo y santas pascuas. Lo que piense el resto del mundo, como siempre, ¡me importa tres pepinos!

Cuando traen un biberón con un poquito de leche para lactantes, se lo entrego a Eric y digo:

—Vamos, papi, dale su primer biberón.

Veo cómo, nervioso, mi amor coge a su bebé de la cunita, se sienta en una silla y lo hace. El pequeñín, que es un tragón, se tira rápidamente a la tetina como un león y, encantado, recibe lo que lleva un buen rato reclamando: comida.

Una vez se toma la dosis, se queda dormido como un ceporrito. Divertida, pienso si limpiarle la baba al pequeño o a su padre.

¡Qué monos son los dos!

Tras la toma, las enfermeras vienen para llevárselo al nido. Quieren que yo duerma y descanse. Pero el pequeñajo tiene unos pulmones tremendos y le gusta hacerse notar. ¡Menudo genio tiene el rubito!

Eric, al saber que es su hijo el que llora como un descosido, hace que lo traigan a la habitación y se ocupa de él toda la noche. Lo mece, lo acuna, le habla y yo, a oscuras, los observo emocionada.

Estoy cansada, agotada, pero no puedo dormir. Mis ojos no quieren dejar de mirar el precioso espectáculo que me ofrecen mis dos Eric.

—Vamos, duérmete, pequeña, descansa —susurra mi amor, acercándose a mí.

—Es perfecto, ¿verdad?

Sonríe, mira al pequeño que se mueve en sus brazos y murmura:

—Tan perfecto como tú, preciosa.

Comienza a tocarme la cabeza y eso es bálsamo para mí. Lo sabe, me conoce. Eso me relaja y, finalmente, caigo rendida en los brazos de Morfeo.

Cuando me despierto, estoy sola en la habitación. La luz entra por la ventana y, cuando voy a llamar a las enfermeras, la puerta se abre y Eric, con una radiante sonrisa, dice:

—Entra, abuelo, tu morenita ya se ha despertado.

Cuando veo a mi padre, sonrío, sonrío y sonrío.

Él corre a abrazarme. Detrás entra Raquel con Lucía y Luz.

—Enhorabuena, mi vida. Has tenido un bebé precioso.

—Un chico, papá, ¡lo que tú querías! —exclamo.

Mi padre asiente y, mirando a Eric, dice:

—Lo siento, hijo, esta vez la apuesta la he ganado yo.

—Estoy tan contento como tú, Manuel. No lo dudes ni un segundo.

—Cuchuuuuuuuuuuu. —Mi hermana me abraza—. Pero qué niño más guapo has tenido.

Pídeme lo que quieras o déjameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora