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Oigo un sonido constante e incómodo.

¡Maldito despertador!

Intento moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué cansada estoy!

Ruido. Oigo voces. Qué jaleo.

Me llaman. Eric me llama.

Intento abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el despertador.

Esta vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello con cuidado y suspiro. Me duele la cabeza. ¿Qué he bebido? Abro lentamente los ojos y veo un televisor apagado anclado en la pared ¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo la cabeza de Eric apoyada en ella.

¿Qué ocurre?

Como un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva quince. Caída por encima de la moto. Suspiro.

Madre mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me duele el cuerpo, pero eso no me importa. Sólo me importa saber que Eric está bien. Lo conozco y sé que estará deprimido y asustado.

Miro su rubia cabellera. No se mueve, pero al mover yo la mano, rápidamente levanta la cabeza, me mira y a mí se me paraliza el corazón mientras murmuro:

—Hola, guapo.

Eric se incorpora y, acercándose a mí, susurra:

—Pequeña, ¿cómo te encuentras?

No puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente enrojecidos, y pregunto:

—¿Qué te ocurre, cariño?

Y entonces hace algo que me deja totalmente sin habla, cuando su rostro, su bonito rostro se contrae y, con un sollozo ahogado, dice:

—No vuelvas a asustarme así, ¿entendido?

Sin entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero mimarlo, consolarlo y, tirando de él, hago que me abrace. Las lágrimas se me saltan al notar cómo lo hace desesperado y llora. Iceman, mi serio, gruñón y testarudo alemán, llora como un niño en mis brazos, mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.

Así estamos durante varios minutos, hasta que noto que su respiración se normaliza y, separándose de mí, murmura avergonzado:

—Lo siento, cariño. Perdóname.

Más enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco las lágrimas y respondo emocionada:

—No tengo nada que perdonarte, cielo.

—Estaba muy asustado... Yo...

—Eres humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.

Mueve la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la punta de la nariz. Yo pregunto:

—¿Qué ha ocurrido?

Más tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo de la cara y explica:

—Ha habido un accidente. Te has caído por encima de la moto, has perdido el conocimiento y no lo has recuperado hasta llegar al hospital. Me he asustado mucho, Jud...

—Cariño...

—Creí que te perdía.

Su desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera haber estado en su lugar. Con lo histérica que soy, seguro que la habría liado parda. Intentando quitarle dramatismo al momento, pregunto:

—Pero estoy bien, ¿verdad?

Emocionado, Eric asiente.

—Sí, cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve. —Traga el nudo de emociones que pugnan por salir y añade—: Pero estás bien. Te han examinado y no hay nada roto. Sólo una fisura en la muñeca izquierda.

Pídeme lo que quieras o déjameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora