Dos días después, Sonia y Marta nos invitan a su graduación en la escuela de paracaidismo.
Eric va sin muchas ganas, pero como lo obligo, al final no tiene escapatoria. Durante la graduación, intenta mantener el tipo a pesar de lo nervioso que eso lo pone. Pero cuando su hermana y su madre, junto a otros alumnos, se suben en la avioneta y ésta se eleva en el cielo, me mira y dice:
—No puedo mirar.
—¿Cómo que no puedes mirar?
—He dicho que no puedo —sisea y, al ver que asiento, añade—: Cuando estén en tierra me lo dices, ¿vale?
Resignada, le digo que sí. Hay cosas que no puede remediar.
Me da hasta penita. Pobrecito mío, los esfuerzos que está haciendo para intentar entendernos a todos.
Flyn, emocionado por la proeza que van a hacer su abuela y su tía, aplaude emocionado. Y cuando uno de los monitores me dice que las dos que caen a la derecha son Sonia y Marta, se lo digo y el pequeño grita encantado con Arthur, que lo lleva a hombros.
—Cómo molaaaaaaaaa. ¡Caen en picado!
Eric maldice. Ha oído lo que dice su sobrino, pero no se mueve.
Graciela y Dexter, acaramelados, no paran de besarse. No miran la exhibición ni nada. Ellos, con darse besitos y prodigarse cariñitos tienen bastante. Eso me hace reír. Vaya dos empalagosos. Les ha costado decidirse, pero ahora no se separan en todo el día. No me quiero imaginar las bacanales de sexo que deben de organizar en la habitación. Es tal su nivel de besuqueo, que Flyn los ha bautizado como «los lapa».
Observo el cielo y veo cómo varios puntitos se acercan rápidamente, hasta que se les abre el paracaídas y caen lentamente. Miro a Eric y lo veo blanco como la cera. Me preocupo.
—Cariño, ¿estás bien?
Sin apartar la mirada del suelo, niega con la cabeza y pregunta:
—¿Han llegado ya?
—No, cielo... están cayendo.
—Dios, Jud, no me digas eso —murmura agobiado.
Intentando entender el esfuerzo que supone para él estar allí, toco su rubia cabellera para tranquilizarlo y, cuando Sonia y Marta ponen los pies en tierra, digo:
—Ya está, cariño, ya han llegado.
La respiración de Eric cambia, mira de nuevo hacia donde todos miran y aplaude para que lo vean su madre y su hermana.
¡Vaya pedazo de actor!
Pasan los días y veo que Laila conmigo y con Graciela es encantadora, pero también observo que, con Simona, cada vez que se ven, los puñales vuelan. ¿Qué ocurre?
Una de las tardes, cuando estamos en la piscina cubierta, aparece Eric con Björn. Vienen de la oficina y están guapísimos con sus trajes.
Dexter, que está en el agua con nosotras, al verlos aparecer, grita:
—Vamos, güeys, vengan a remojarse.
Eric y Björn sonríen. Desaparecen de la piscina y, diez minutos más tarde, regresan con sus bañadores y se tiran al agua.
Rápidamente, mi chico nada hasta mí. Sus brazos me rodean y, tras besarme con adoración, murmura:
—Hola, preciosa.
Le devuelvo el beso y dos segundos después estamos jugando en el agua como niños. Simona entra en el recinto de la piscina y nos deja una bandeja con varias cosas. Sin demora, Laila va hasta la bandeja, llena un vaso de zumo de naranja y, acercándose al borde de la piscina donde estamos mi alemán y yo, dice: