Cuando salimos de la caseta, Eric me pasa un brazo por los hombros e intenta que nadie me roce. Su protección hacia mí me gusta y me hace sonreír. Es terrenal. No soporta que los hombres me miren o me toquen, pero luego, en nuestros momentos íntimos, le excita ofrecerme a ellos.
Al principio de nuestra relación, yo misma no conseguía entenderlo. ¡Era de locos! Pero tras meses practicando el mismo sexo que él, sé diferenciar una cosa de otra. La vida, el respeto y el día a día son una cosa, y las fantasías sexuales, cuando nosotros lo decidimos, otras.
Yo tampoco soporto que ninguna mujer mire o se insinúe a Eric. ¡Me pongo mala! Pero sin embargo, cuando jugamos, me gusta ver que disfruta.
Sé que nuestra relación, en especial nuestra sexualidad, es algo difícil de entender para mucha gente. Mi hermana seguramente pondría el grito en el cielo y me llamaría degenerada, cochina y cosas peores, y mi padre no me lo quiero ni imaginar. Pero es nuestra relación, y con nuestras propias normas todo funciona de maravilla y no quiero que cambie. ¡Me niego! Eric me ha descubierto un mundo morboso y placentero que yo desconocía y me siento atraída por él.
Me gusta que me observen cuando practico sexo...
Me gusta que me disfruten cuando mi pareja me abre las piernas para otros...
Y me gusta ver cómo mi pareja disfruta...
Voy sumida en mis pensamientos, mientras Eric se abre paso entre la gente. Cuando salimos de la marabunta, para un taxi y, tras darle la dirección, me mira y dice:
—Estás muy callada, ¿qué piensas?
Lo miro. Quiero ser sincera y contesto:
—Pienso en lo que va a ocurrir.
Sonríe y, acercando su boca a mi oído para que el taxista no nos oiga, murmura:
—¿Y qué quieres que ocurra?
—¿Qué quieres tú?
Mi chico apoya la cabeza en el respaldo del taxi, coge aire y, mirándome con intimidad, susurra en español:
—Quiero mirar, quiero follarte y quiero que te follen. Anhelo besar tu boca mientras tus gemidos salen de ella. Deseo todo, absolutamente todo lo que tú estés dispuesta a darme.
Como un muñequito vuelvo a asentir y mi estómago de nuevo se contrae. Escuchar en su boca la palabra «follar» me excita, ¡me pone! Mis braguitas ya están húmedas sólo de pensarlo y respondo:
—Te daré todo lo que tú quieras.
Mi amor sonríe y cuchichea:
—De momento, dame tus bragas.
Suelto una carcajada. Él y mi ropa interior.
Con disimulo, hago lo que me pide sin que el taxista se dé cuenta, de lo contrario me moriría de vergüenza; y una vez se las doy, primero se las acerca a la nariz y luego se las guarda en el bolsillo del pantalón.
Veinte minutos más tarde y sin bragas, el taxi para en una calle transitada. Una vez nos bajamos, mi amor me agarra posesivo por la cintura y caminamos hacia la puerta de un bar iluminado llamado «Sensations». El portero nos mira y, al ver nuestras pintas aún con los vestidos bávaros, sonríe y nos deja pasar.
Al entrar veo que muchas de las parejas que hay ahí van vestidos como nosotros. Eso me deja más tranquila. Sin pararnos, caminamos hacia el fondo. Eric abre una puerta y entramos en una segunda estancia. Allí la música no está tan alta como en el primer lugar y observo que los presentes nos miran. Somos los nuevos y atraemos su atención.