Los días pasan y en el colegio de Flyn organizan una fiesta. Él, que este año se ha integrado perfectamente con sus compañeros, quiere asistir y quiere que Eric y yo lo acompañemos. Le prometemos hacerlo.
Trae una circular donde se pide a las madres que preparen algo de comida para el evento. Encantada, acepto el reto y decido currarme varias tortillas de patata. Quiero que coman una verdadera tortilla de patata hecha por una española. Simona se ofrece a hacer un pastel de zanahoria. Acepto. Ella hace el pastel y yo hago las tortillas. ¡Genial equipo!
La fiesta se celebra en sábado por la mañana, para que los padres puedan asistir. Flyn está resfriado. Tiene unas decimillas de fiebre, pero no se quiere perder la fiesta y vamos. Cuando aparcamos el coche en una calle colindante al colegio, Eric murmura:
—Aún no sé qué hago aquí.
Mi chico está guapísimo, con un pantalón vaquero a juego con una camisa también vaquera y, dándole un cómplice azote en su duro trasero, digo:
—Acompañar a tu sobrino a su fiesta, ¿te parece poco?
Flyn, que lleva el pastel de Simona, corre delante de nosotros. Ha visto a uno de sus amigos y, encantado, empieza a hablar con él.
—Míralo —susurro orgullosa—. ¿No te gusta verlo tan integrado?
Eric asiente con su típica seriedad y, tras un silencio, añade:
—Claro que estoy feliz por él, pero no me gusta venir aquí.
—¿Por qué?
—Porque siempre odié este colegio.
—¿Tú estudiaste aquí?
—Sí.
Sorprendida por el descubrimiento, me paro y digo:
—Y si tú estudiaste aquí y lo odias tanto, ¿por qué traes aquí a Flyn?
Él se encoge de hombros y, mirando alrededor, explica:
—Porque Hannah lo apuntó, ella quería que estudiase aquí.
Asiento y lo entiendo. Respeta lo que la madre del niño quería. Entonces, Eric añade:
—En los últimos años, sólo he venido aquí para que me hablen mal del comportamiento de Flyn.
—Pues mira, ya era hora de que lo hicieras por otro motivo.
No está muy convencido de ello y, dándole un golpe de cadera, digo:
—Venga..., alegra esa cara. Al fin y al cabo, Flyn está muy ilusionado con que los dos estemos aquí.
Al final sonríe y yo también.
¡Qué lindo que es cuando sonríe así!
En el colegio, el bullicio es ensordecedor. Flyn nos llama y vamos hacia su clase. Al entrar, varios padres y madres nos miran. No nos conocen y nos observan. Los saludo con una sonrisa y, tras dejar las tortillas junto al pastel, Flyn me coge de la mano y me lleva para que vea unos trabajos suyos. Durante un rato, disfrutamos mirando los trabajos del niño, hasta que veo que Eric resopla y sisea:
—Odio que me miren así.
Con disimulo, escaneo a nuestro alrededor y entiendo lo que dice. Las madres lo miran y sonríen. Suspiro. Comprendo que su presencia les imponga y, en lugar de ponerme celosa, sonrío y, agarrándolo del brazo, digo:
—Cariño, la mayoría de ellas no han visto un tío como tú en su vida. Es normal que te miren. ¡Estás buenísimo! Y si no fueras mi marido, yo también te miraría. Es más, creo que intentaría ligar contigo.