El pequeño Eric tiene casi dos meses.
Es un niño bueno, encantador y con unos ojazos azules y cautivadores como los de su padre. Nos tiene a todos como tontos babeando por él.
Tras los primeros días en que todo es un caos, estamos aclimatados a los nuevos horarios. El pequeño es el rey de la casa. Él manda y todos giramos a su alrededor.
Come cada dos horas día y noche. Es agotador, porque además de tragón, no duerme mucho.
Eric se ocupa de él. Quiere que yo descanse, pero veo que su cansancio es tremendo cuando un día, tras una nochecita jerezana con los gases del pequeño, se despierta sobre las once de la mañana. ¡Hasta él se asusta!
Dos noches más tarde, de pronto me despierto sobresaltada y me encuentro a Eric sentado en la cama, moviéndose solo. Lo miro sorprendida. No tiene al bebé en brazos pero se acuna. Miro y el bebé esta dormidito en su cuna. Me río y, acercándome a Eric, murmuro:
—Cariño, échate y duérmete.
Lo hace. Está dormido y, cuando se acurruca entre mis brazos, me siento la mujer más dichosa del mundo por tenerlo a mi lado.
Flyn es un hermano maravilloso. Nada de celos y está más cariñoso que nunca. Por la tarde, tras hacer los deberes, quiere coger al pequeñín. Está orgulloso de ser su hermano mayor y eso se le ve en la cara.
¡Todos hablamos balleno!
¡Hasta Norbert!
Vuelvo a ser yo. Dejo de ser Judota para ser Judith, aunque cinco kilos se resisten a abandonarme. Tanto helado y plum cake es lo que tiene. Pero no importa. Lo importante es que mi pequeñín esté bien. Las hormonas se me han asentado y estoy feliz. Ya no lloro, ya no gruño y por no tener no tengo ni la tan conocida depresión posparto.
Mi padre y mi hermana vienen un par de veces a vernos en estos dos meses. Él no cabe en sí de orgullo cada vez que ve a su muchachote y Raquel también. Aunque la noto algo decaída por la finalización de su rollito salvaje.
Intento hablar con ella, pero no quiere. Al final desisto. Cuando quiera hablar, vendrá a mí. Lo sé.
El pequeño Eric es lo más bonito y maravilloso que me ha pasado nunca y ahora, cuando lo miro, estoy segura de que volvería a tener mil embarazos más sólo por tenerlo junto a mí.
Como una boba, estoy mirándolo dormir en la cuna cuando Eric entra en la habitación, se acerca a mí y, tras ver que el bebé duerme, me besa y dice:
—Vamos, pequeña, tenemos que irnos.
Ataviada con un maravilloso vestido de noche y con unos taconazos de infarto, lo miro y murmuro:
—Ahora me da penita dejarle.
Eric sonríe, me besa en el cuello y dice:
—Es nuestra primera noche para nosotros. Tú y yo solos.
Su voz me reactiva. Llevamos planeando esta salida desde que la ginecóloga nos dijo que podíamos retomar nuestra vida sexual. Al final, tras convencerme de que la vida sigue y tengo que recuperar algo de normalidad, me levanto. Le doy un besito a mi precioso bebé y camino de la mano de mi amor.
Cuando llegamos al salón, Sonia, que está con Flyn jugando al Monopoly de la Wii, nos mira y exclama:
—Pero ¡qué guapos estáis los dos!
—Hala, Juddddddddd, ¡qué guapaaaaaaaa! —grita Flyn.
Como siempre, me encanta escucharlo. Es la primera vez que me arreglo desde que di a luz. Doy mi típica vueltecita ante el niño para que me vea, él sonríe y, cuando me abraza, le digo: