A la mañana siguiente, según abro el ojo siento unas irrefrenables ganas de vomitar.
Corro al baño y llego justo a tiempo de no liarla parda. Definitivamente, he pillado el trancazo que soltó Flyn.
Con el estómago dolorido y la garganta destrozada, consigo levantarme y caminar hasta la cama. Me tiro en ella y me quedo dormida como un ceporro.
—Judith, ¿no te vas a levantar hoy? —oigo de pronto.
Es Simona. Levanto la cabeza, la miro y pregunto:
—¿Qué hora es?
La mujer se acerca y, con gesto de alarma, dice:
—¿Te encuentras bien?
Asiento. No quiero asustarla o rápidamente llamará a Eric. Miro el reloj, las once y media de la mañana. Por Dios, pero ¿cuánto he dormido?
Miro a Simona, que no me quita ojo, y murmuro:
—Anoche me quedé hasta las tantas leyendo y ahora me caigo de sueño.
Ella sonríe, se da la vuelta y dice:
—Vamos, dormilona. He hecho churros para ti, pero ya estarán fríos.
Cuando cierra la puerta, mi estómago se contrae y corro de nuevo al baño. Allí estoy un buen rato, hasta que me encuentro mejor y camino de nuevo a la cama. De pronto, pienso en los churros y me entran náuseas. Me dan un asco que me muero. Eso hace que me pare en medio de la habitación. ¿Desde cuándo los churros me dan asco?
La cabeza me da vueltas.
Me miro en el espejo y, sin saber por qué, recuerdo que a mi hermana le daban asco los churros cuando estaba embarazada. Mi estomago se resiente de nuevo y susurro, llevándome las manos a la cabeza:
—No... No... No... No puede ser.
Mi mente se bloquea, mi estomago se contrae de nuevo y corro al cuarto de baño.
Diez minutos después, estoy tirada en el suelo, con los pies apoyados en el lavabo. Todo me da vueltas. Acabo de percatarme de que llevo sin tener la regla más de lo que yo desearía.
Me falta el aire.
Me agobio.
Creo que me va a dar un infarto de un momento a otro.
Cuando consigo que la cabeza deje de darme vueltas, bajo los pies al suelo y me incorporo. Me miro en el espejo y murmuro con un quejido lastimoso:
—Por favor..., por favor..., no puedo estar embarazada.
Me pica el cuello.
Dios mío, ¡lo tengo lleno de ronchones!
Me rasco, me rasco y me rasco, pero tengo que parar o me lo dejaré en carne viva. Me importa un pepino, ¡me rasco!
Vuelvo de nuevo a la cama. Me siento y abro el cajón. Saco mi pastillero y, horrorizada, me doy cuenta de que han pasado varios días desde que me tomé la última. Pero pensando y pensando recuerdo que en la anterior regla apenas manché. Me extrañó, pero comencé a tomar de nuevo la píldora.
Oh, Dios... ¡Oh, Dios!
Maldigo, me desespero y pataleo. He estado tan ocupada con todo últimamente que no me he percatado de lo que ocurría. Abro el prospecto de la píldora y leo que el margen de error es del 0 ́001%.
¿Tan mala suerte voy a tener que voy a ser ese 1%?
Pero entonces recuerdo algo. La noche que estuve en el hospital, cuando el accidente de la moto, no me tome la pastilla. Ahí tengo mi 1%.