Pasan dos días y sigo sin saber nada de Eric.
Estoy rota...
Estoy fatal...
Y, para más inri, ¡embarazada!
Lloriqueo y lloriqueo y pienso lo feliz que se sentiría Eric si lo supiera.
No le cuento nada a nadie. Me como solita el problema y saco fuerzas de donde no las tengo para remontar el momento tan doloroso y desconcertante que estoy pasando. Eso sí, tengo el cuello en carne viva.
Tomo el acido fólico por las mañanas y el primer día me asusto al ir al baño y ver algo negro... negrísimo salir de mi. Pero luego recuerdo que en el prospecto ponía que eso podía ocurrir ¡Qué asco, por Dios!
En esos días no salgo. Me paso el día tumbada en el sofá o en mi cama, dormitando como un oso, y cuando Simona entra y me dice que Björn está al teléfono, casi vomito.
La mujer me mira. Achaca mi malestar a lo que está ocurriendo con Eric y no pregunta. Menos mal, porque no quiero mentirle.
Cuando me pasa el teléfono, la miro y murmuro:
—Tranquila, todo se aclarará.
Con un nudo en la boca del estómago que estoy segura que como se desanude salen de mí las cataratas de Niágara, saludo lo más alegre que puedo:
—Hola, Björn.
—Hola, preciosa, ¿ya ha vuelto el jefe?
Su tono de voz y la pregunta me indica que no sabe nada. Parpadeando, cambio mi tono de voz y respondo:
—Pues no, precioso. Me llamó hace unos días y me comentó que el viaje se alargaba un poquito más. ¿Por qué? ¿Querías algo?
Con una encantadora risa, Björn dice:
—Este fin de semana hay una fiesta privada en Natch y quería saber si vais a ir.
Para fiestecitas estoy yo y respondo:
—Pues no va a poder ser. Y yo sola ya sabes que no.
Björn suelta una carcajada.
—Que no me entere yo de que vas sin tu marido.
Ahora la que se ríe con amargura soy yo.
¡Si él supiera lo que piensa Eric!
Hablamos durante un par de minutos más y, tras despedirnos, cuelgo con la angustia de ocultarle algo a Björn, pero no puedo decirle nada. Esto es una bomba, y cuando estalle quiero estar yo presente. No quiero que Eric y él se enzarcen sin estar yo delante para mediar. Temo que rompan su bonita amistad por la guarra de Laila.
Pienso en lo que Björn me contó de ella y Leonard y en cómo en todo ese tiempo ha guardado el secreto para no hacerle daño a Eric. Ahora pienso que hubiera sido mejor herirlo en su momento, así Laila habría desaparecido de sus vidas y no habría provocado todo esto.
Está claro lo que la chica quiere: enemistar a Björn y Eric y, con ello, llevárseme a mí por delante. No se lo puedo consentir. Pero sin ver las pruebas que Eric dice que tiene no puedo hacer nada salvo llamarla y ponerla a caer de un burro.
Convencida de que quiero hacer eso, le pido a Simona el teléfono de Laila en Londres. A regañadientes me lo proporciona y, cuando tras dos timbrazos, oigo la voz de la joven, digo:
—Eres una mala persona, ¿cómo has podido hacer lo que has hecho?
Laila suelta una carcajada y, furiosa, grito:
—Eres una zorra, ¿lo sabías?
Sin un ápice de culpabilidad, ella sigue riendo y suelta:
—Joróbate, querida Judith. Tu mundo perfecto se resquebraja.