Las despedidas nunca me han gustado y menos si son de mi padre, mi hermana y mis sobrinas. Alejarme de ellos de nuevo me parte el corazón, pero ahí está mi Eric para hacerme sonreír y prometerme que los veremos siempre que yo quiera.
En el aeropuerto de Jerez nos espera el jet. Mi sobrina se empeña en subir. Quiere chocolatinas y la azafata se las da encantada. Pero el reloj avanza y tenemos que irnos, por lo que finalmente no queda más remedio que despedirnos.
—Escucha, morenita —dice mi padre mientras me abraza—, eres muy feliz. Lo veo. Eric siempre me gustó, desde el minuto uno, lo sabes, ¿verdad? —Yo asiento—. Pues entonces sonríe y disfruta de la vida y yo disfrutaré también.
Hago lo que mi padre dice, pero respondo:
—Papá, es que os echo tanto de menos. Y esto de no saber cuándo os voy a volver a ver me mata y...
Mi padre sonríe, me pone un dedo en los labios y dice:
—Le he prometido a Eric que las próximas Navidades las pasaremos todos juntos en Alemania. Ese muchacho te quiere y no ha parado de pedírmelo hasta que me ha convencido.
—¿En serio?
Mi sonrisa se ensancha y vuelvo a abrazar a mi padre. Mientras estoy entre sus brazos, miro a Eric, que en ese momento se despide de mi hermana y sonríe. Nunca imaginé que un hombre como él se preocuparía tanto por mi bienestar. Pero ahí está, ese alemán algo cuadriculado que me enamoró, consiguiendo que yo vuelva a sonreír.
Una vez me separo de mi padre, es mi hermana la que se acerca a mí y, con cara de patito tristón, murmura:
—Todavía no te has ido y ya te echo de menos.
Sonrío, la abrazo y soy yo la que dice:
—Ay, mi cuchufletaaaaaaaaaaaa, ¡cuánto te quiero!
Ambas nos reímos e insisto:
—Pórtate bien con el mexicano. Y, aunque quieras ser moderna, piensa las cosas antes de hacerlas, que tú de moderna tienes muy poco, ¿vale?
Mi loca hermana sonríe y, acercándose más a mi oído, cuchichea:
—Me ha pedido que lo acompañe a Madrid.
—¿En serio? —Raquel asiente y yo pregunto—: ¿Cuándo?
—Dentro de tres semanas. Mañana se irá para Barcelona y cuando regrese le he prometido acompañarlo. Oye, en el fondo me viene bien ir, así me traigo cosas que necesito de Luz y, tranquila, soy moderna, pero no me acostaré con él. ¡No estoy tan desesperada! —Al ver mi cara de guasa, añade—: Anoche le comenté a papá el viaje y le pareció bien. Es más, me dijo que el mexicano le gusta. Que es un hombre que se viste por los pies.
Eso me hace reír. Mi padre y sus hombres que se visten por los pies.
Es lo mismo que me dijo a mí de Eric cuando lo conoció. Debe de ser que los hombres tienen un código especial que no conocemos las mujeres y en Juan Alberto ve la seriedad que vio en Eric para sus alocadas hijas.
—Escucha, Raquel, ¿estás segura de lo que vas a hacer?
Ella sonríe. Mira hacia donde está Juan Alberto y el resto del grupo y dice:
—No, cuchu. Pero necesito hacer algo loco. Nunca he sido espontánea y me apetece vivir algo diferente con este hombre. Lo nuestro durará el tiempo que él esté en España, pero...
—Raquel, vas a sufrir cuando él se marche. ¡Te conozco!
Mi hermana asiente y, con una serenidad que últimamente me deja alucinada, responde:
—Lo sé, cuchu..., pero el tiempo que esté aquí, quiero disfrutarlo. Soy consciente de mi situación y de que tengo dos niñas, creo que pocas emociones locas le puedo pedir a la vida. Por ello, ¡a disfrutar, que son dos días!
Sonrío, pero me apena que piense así. Es demasiado joven para creer que su vida ya no será emocionante y, cuando le voy a decir algo, Eric se acerca y, agarrándome de la cintura, dice:
—Chicas, siento interrumpir este momento vuestro, pero el piloto dice que tenemos que marcharnos.
En ese momento se acerca hasta nosotros el tan mencionado mexicano y, mientras mi hermana y Eric se despiden, lo miro, pero antes de que yo pueda decir nada, él afirma:
—Lo sé. No te preocupes. Yo me ocuparé que ella y de que todos estén bien. Por cierto, a Eric ya se lo he dicho, pero gracias a ti también por dejarme Villa Morenita.
No puedo decir nada.
No puedo reprocharle nada.
Y, sonriendo, le doy con el puño en el pecho.
—Ya sabes, güey, cómo me las gasto si algo no me gusta. ¿Entendido? —le advierto.
El rollito salvaje de Raquel sonríe y me da dos besos. Cuando me separo de él, vuelvo a abrazar a mi padre, a mi hermana, beso a mi Luz, que lloriquea porque se va Flyn, ¡pa matarla!, y cuando beso a mi pequeña Lucía y le vuelvo a hablar en balleno, mi padre dice:
—Recuerda, morenita, quiero más nietos y si es un chicote, ¡mejor!
—Yo prefiero otra morenita —balbucea mi marido.
No respondo.
Mi cara lo dice todo.
Ambos sonríen y yo pongo los ojos en blanco mientras me rasco el cuello.
¡Hombres!