¿Qué pasa cuando una mano ajena te ayuda a salir del pozo en el que alguien más te empujó?
Fanfic inspirado en la pareja de baile sobre hielo de Vasilisa K. y Maxim N.
Nada de lo escrito aquí tiene que ver con la realidad, a menos que existan prueba...
Bostezo para desperezarme mientras la miro dormir a mi lado, las luces de la carretera iluminándola cada cierto tiempo.
Iríamos a San Petesburgo para año nuevo, igual que el año pasado, solo que esta vez salimos mucho más temprano.
Salimos a las 4 de la mañana
Y apenas eran las 5:15...
Llegaríamos a más tardar la 1 p.m.
Y eso porque salimos de Moscú, mi rubia aún no terminaba de mudarse a Odíntsovo.
Tristemente, no sé mudaba conmigo, nunca le di la idea porque sé que prefiere su espacio, ya tendremos la oportunidad cuando llegue el momento.
Me detengo en una gasolinera al cabo de dos horas para comprar algo de comer, Vasya preparó sándwiches para el camino pero prefiero esperar a que despierte para comer juntos, pero mi estomago ya estaba gruñendo y me estaba quedando dormido.
- Voy contigo - mi rubia baja del auto aún con el sueño en sus ojos. - Solo dime que quieres, hace frío y no quiero que salgas aún adormilada - detengo su ademán de seguir caminando. - Voy contigo dije - toma mi mano y me lleva casi a rastras dentro de la tienda. - Bien pero no te enojes, ¿Quieres un café? - Sí, por favor.
Voy a las cafeteras mientra ella va a la sección de papitas y aperitivos.
- ¡Mira lo que encontré! - viene casi corriendo hacia mí mostrando una botella de Fanta de Frambuesa.
De mis favoritas.
—Es muy temprano para…—me interrumpe. —No señor, no te dejaré negarte a un placer de la vida que ambos sabemos que disfrutas mucho, así que tómala y cállate— me extiende la botella otra vez. —Bien, gracias nena— me sonríe y besa mi mejilla castamente. —De nada, guapo.
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Durante la cena, mis suegros se portaron como siempre, naturales, atentos y cálidos conmigo, como si fuera un hijo más para ellos. Mi madre y hermana llegaron poco después, mi sobrina inmediatamente empezó a jugar con Misha al Jenga sobre la mesa de centro de la sala y mi hermana y madre se fueron a la cocina con Veronika a charlar y ayudar.
Vasya subió a arreglarse y mi suegro me llamó al jardín.
—Max, hijo, hablemos un rato, ¿sí?— asiento mientras empiezo a rezar internamente.
Ya todos en nuestras familias sabían de nuestra relación, pero nunca había hablado tal cual a solas con su padre y me daba cierto nervio.
—Sé que tus intenciones con mi hija son buenas, hijo, pero tengo la duda, ¿hasta cuándo?— su pregunta me hace fruncir el ceño levemente, confundido. —¿Hasta cuándo qué, señor?— me recargo en el barandal de madera del porche del patio trasero a su lado. —¿Hasta cuándo tu corazón dejará de sentir amor por ella?— ¿era en serio su pregunta? —Hasta que deje de latir.— sentencio con determinación. —¿A qué te refieres con eso, hijo?